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El viento aúlla a través del claro del bosque, arrastrando hojas doradas que se deslizan como susurros de despedida. Me siento en una roca cubierta de musgo, mirando el horizonte donde el sol empieza a ocultarse tras la ladera. Mi corazón late con fuerza, cada golpe un recordatorio de mi destierro. La manada me ha condenado a una vida de soledad, y ahora enfrento un futuro incierto.
Soy Lyra, una loba de piel gris plateada y ojos que brillan como dos luceros en la noche. Desde pequeña, he sentido que hay algo diferente en mí. Mientras otros miembros de la manada se aferran a las tradiciones, yo he desafiado lo que se espera de una loba. Hoy, ese desafío ha tenido un precio: el destierro.
Recuerdo la discusión acalorada con mi madre, la líder de la manada.
-No puedes desafiar las costumbres, Lyra. Eres una loba, no un ser humano. Debes comportarte como tal -me gritó, con furia y preocupación brillando en sus ojos.
Pero, ¿cómo podría seguir una vida que no elegí?
-No puedo seguir esta vida. Necesito explorar, descubrir quién soy realmente -respondí, y cada palabra que pronuncié me alejó más de su aprobación. Esa última línea cruzó una frontera que la manada no estaba dispuesta a perdonar.
Me levanto de la roca y sacudo el polvo de mis pantalones de cuero, tomando una profunda respiración para calmar la agitación que me consume. Con cada paso que doy hacia el arroyo cercano, el sonido del agua fluyendo apacigua mis pensamientos tumultuosos. Me agacho y miro mi reflejo en el agua clara. La imagen de mi rostro es una mezcla de determinación y tristeza.
-Esto no es el final, solo es el principio -me digo a mí misma, tratando de convencerme de que aún hay esperanza en esta nueva vida que me espera.
Los recuerdos de mi hogar se asoman como sombras en mi mente. Las risas de mis amigos, las cacerías al atardecer, las historias que nos contaban las estrellas. Todo eso se siente tan lejano ahora. Me pregunto si algún día podré volver, si alguna vez podrán perdonarme. Pero la manada siempre ha sido estricta con las reglas, y yo he roto una de las más importantes: no cuestionar.
El agua del arroyo es fresca y cristalina. Al tocarla, siento un escalofrío recorrerme. Con la esperanza de que este lugar me ofrezca algo de consuelo, dejo que mis manos jueguen con el líquido que refleja mi imagen. Mis dedos se mueven lentamente, creando ondas que distorsionan mi rostro. Pienso en lo que me espera en el futuro: el bosque es vasto y lleno de secretos, y hay un mundo más allá de lo que he conocido.
Mientras sigo observando el agua, una sombra se desliza por la periferia de mi visión. Me vuelvo, alerta, y mis sentidos se agudizan.
-¿Quién está ahí? -pregunto en voz baja, tratando de ocultar el temblor en mi voz.
Un ciervo aparece entre los árboles, su mirada serena y curiosa. Su presencia me hace recordar que, aunque la manada me haya desterrado, la vida sigue. Es un recordatorio de que el mundo es más grande que mis miedos y que la naturaleza siempre encuentra su camino.
-No estoy sola en esto -susurro, sintiendo una conexión fugaz con la criatura.
Con cada momento que pasa, me doy cuenta de que este bosque es mi nuevo hogar, aunque no sea el lugar que había imaginado. Siento el deseo de explorar, de conocer sus secretos. Mis patas se mueven lentamente hacia adelante, y pronto, el ciervo se retira, desapareciendo entre los árboles.
Un crujido detrás de mí me hace girar. Mis instintos se activan de nuevo. Esta vez, no es un ciervo, sino otro lobo. La figura se desliza entre las sombras, y mi corazón late más rápido. La manada siempre ha sido celosa de su territorio, y encontrar a otro lobo aquí, en el límite del bosque, no es común.
-¿Quién eres? -pregunto, mi voz firme aunque el miedo burbujea en mi interior.
El lobo emerge de las sombras, y mis ojos se encuentran con los de un macho de pelaje oscuro y ojos amarillos brillantes. Es imponente, pero hay una chispa de curiosidad en su mirada.
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