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En la residencia de la familia Barrett en Shirie...
Varias conversaciones resonaban en el gran salón del primer piso. Los invitados giraban copas de champán mientras intercambiaban cortesías. Y en la entrada se extendía un enorme cartel que decía: "Bienvenida a casa, querida hija".
Mientras tanto, en el estrecho y asfixiante ático del tercer piso, Brenna Barrett empacaba sus cosas.
Alec Barrett, su padre adoptivo, estaba frente a ella, sosteniendo un sobre en su mano. Lo dejó suavemente frente a la chica; su rostro estaba marcado por una fingida resistencia.
"Brenna, ¿por qué llegar a este extremo?", dijo. "Sí, por fin mi esposa y yo encontramos a nuestra hija biológica, pero eso no significa que tengas que irte. Además, sabes muy bien de la riqueza de nuestra familia: cuidar de otra persona no supone una carga. Si me preguntas, deberías quedarte; tu madre y yo te trataremos igual que antes. Pero si estás decidida a irte, no te detendré. Pero quiero que sepas que tu familia apenas tiene suficiente dinero para vivir, así que dudo mucho que envíe un auto a recogerte. Toma este dinero... Al menos deja que cubra tus gastos de viaje".
Ella miró el sobre y, al percatarse de lo delgado que era, no tuvo dudas de que apenas tenía más de mil dólares. Sin un atisbo de duda, lo empujó de vuelta hacia Alec y respondió con una expresión fría: "No lo necesito. Mis padres ya enviaron un carro por mí".
Mentalmente, Brenna se burlaba del risible intento de hacerla quedarse. ¿Intentaba convencerla de que no se fuera, pero le daba dinero para que lo hiciera?
La familia Barrett la había acogido poco después de su segundo cumpleaños, viéndola como un reemplazo para la hija que Ruby Barrett había perdido, una niña que se robaron del hospital el mismo día que nació. Sumida en un profundo dolor, la madre se aferró a la idea de adoptar, convencida de que eso aliviaría su terrible pérdida.
Sin embargo, Brenna solo había sido una hija para los Barrett nominalmente. Se pasó su infancia usando ropa de descuento, apenas sobreviviendo con las sobras mientras trabajaba como sirvienta en casa de su familia adoptiva.
Y cuando creció, Alec descubrió su talento natural para el diseño. Hasta los bocetos casuales de la joven superaban a los de profesionales experimentados, así que su valor de mercado era innegable.
A partir de ese momento, todo cambió. La familia Barrett le impidió ir a la escuela y la convirtió en su recurso secreto, manteniéndola confinada para diseñar planos de piezas de automóviles y hasta vehículos completos.
Los Barrett eran conscientes de cuánta de su riqueza provenía de ella: sin su talento, nunca habrían entrado a los círculos de élite de Shirie, ni habrían tenido los recursos para realizar la lujosa fiesta de bienvenida para su hija biológica, a la que habían asistido varias figuras prominentes de la ciudad.
Y ahora que la fortuna comenzaba a sonreírles, ya no querían mantener a Brenna. De hecho, estaban ansiosos por sacarla de la familia, dejando su egoísmo al descubierto.
"¿Dices que enviaron un auto para recogerte? Lo dudo mucho. Investigué sobre tu familia biológica: tus padres tienen dos hijos, y tu tío soltero está postrado en cama, incapaz de valerse por sí mismo. Además, viven en un pueblo rascuache, luchando por llegar a fin de mes. Por lo tanto, no pueden permitirse el gusto de venir a recogerte. En cambio, tú has vivido aquí cómodamente, dándote el lujo de gastar libremente. ¿Estás segura de que estás lista para irte a una vida llena de dificultades? Solo toma el dinero...", suspiró Alec, metiendo el sobre en la bolsa de la muchacha.
"Adiós", pronunció Brenna, sacando el sobre de su bolsa y colocándolo en la mesa con tranquila determinación.
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