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Había un hombre extraño visitando el burdel.
Toda mi vida había vivido escondida entre los pasillos del Poison Apple, como un fantasma que recorría los salones, oculta ante todos los hombres que visitaban este lugar en busca del placer. Solía escaparme de mi habitación y mirar a los grandes magnates que disfrutaban de la compañía de las chicas o entraba a los camerinos y las ayudaba a ellas a prepararse mientras escuchaba los relatos sobre sus encuentros cada vez noche: algunos eran magistrales, otros algo traumantes. Crecí en este lugar junto a mi madrastra. Luego de que mi madre falleciera cuando aún era pequeña, mi padre se casó con Delle, una de las mujeres más influyentes de la ciudad y luego de algunos años, él también falleció. Así que Delle se encargó de mi educación y de que nunca me faltase nada. Solo debía cumplir una simple regla: Los clientes del Poison Apple no debían verme, ni saber de mi existencia. Pero esa tarde, el ambiente del burdel era totalmente diferente. Ni siquiera era el horario abierto al público y Delle lo había recibido. Estaba caminando hacia la cocina por algo para picar cuando escuché los murmullos de las chicas. No podían ocultar su emoción por la visita de aquel extraño.
¿De quién se trataba?
Escuché que había escogido a Brianna entre todas ellas. La curiosidad me ganó y terminé escabuyéndome para ir a observar. En el gran salón Delle, Brianna y aquel hombre conversaban tranquilamente. Por lo visto mi madrastra los recibió cuando salieron de las zonas de las habitaciones. No le daba mucha importancia a los hombres que visitaban el burdel, pero ese hombre me intrigaba. Era extraño que Delle dejara entrar a un cliente fuera de horario. No se parecía a los habituales: no era viejo, feo, ni mal vestido. Era atractivo, incluso intimidante. Con una mirada seria que helaba la sangre.
Mi madrastra lo tratataba como a esos millonarios que reservaban el burdel los viernes. Debí haber obedecido y haberme ido a mi habitación, pero mi curiosidad fue más fuerte. Ya había visto demasiado y lo mejor era regresar a mi habitación. Di la vuelta dispuesta a marcharme pero terminé chocando con uno de los enormes adornos y este cayó al suelo haciéndose añicos y llamando la atención de todos. Hora de enfrentar las consecuencias de tus acciones, Bianka Sentí los pasos de mi madrastra de inmediato. Llegó hasta mí, con su largo vestido azul oscuro y, como siempre, sus manos entrelazadas al frente. Me observó de pies a cabeza y hizo una mueca de disgusto.
-Voy a ignorar que estás aquí, Bianka -me dijo, tomándome de mentón para escrutar mi rostro-. Estás limpia.
-Me di una ducha hace unos minutos, Delle.
Ella asintió y desvió la mirada hacia el cristal, donde Brianna y ese hombre, ya totalmente vestidos, salían de la habitación.
-A mi oficina -me ordenó-. Ahora.
Se dio la vuelta, y yo la seguí apresuradamente.
La oficina de Delle quedaba en el segundo piso del burdel, y desde allí tenía visibilidad al área del bar, donde los hombres solían escoger a qué chica llevarse. Subimos las escaleras como si hubiera un incendio esperándonos en su oficina, y al entrar, aquel hombre ya estaba allí. Me quedé de pie. Delle rodeó su escritorio y tomó asiento en su gran sillón, mientras él permanecía sentado frente a ella, de espaldas a mí. Solo podía reconocerlo por su espalda.
-Espero que haya disfrutado, señor Snow -le dijo mi madrastra.
Él tamborileó sus dedos en el reposabrazos del sillón antes de responder.
-¿Has pensado en mi propuesta? -le preguntó.
Su voz era gruesa y autoritaria, mandó escalofríos a mi columna vertebral. Me mantuve callada y de pie, mientras ellos sostenían lo que supuse era una reunión de negocios.
-Es una pieza importante aquí -le comentó Delle-. También es mi familia.
No sabía de qué hablaban, y la curiosidad por aquella conversación se despertó. Di un paso al frente, totalmente intrigada.
-Voy a cuidarla. No quiero una mujer, Delle -le explicó él-. Necesito una sirvienta.
Ella asintió, sacó unos documentos de la vieja gaveta del escritorio -que alguna vez fue de mi padre- y dirigió luego su mirada hacia mí.
-Bianka -me llamó y respondí con un asentimiento-. Irás a pasarte un tiempo con el señor Snow.
Me quedé inmóvil, mirándola fijamente, esperando que aclarara que aquello era una broma de mal gusto y que podía regresar a mi habitación donde debía haber estado todo el tiempo. Pero no. Delle me miraba con el semblante serio en espera de una respuesta por mi parte. Tragué saliva mientras mis manos comenzaban a temblar.
-¿Irme? -pregunté, presa del pánico.
La muy zorra asintió.
-Esta es mi casa. No voy a irme a ningún lado -dije, esta vez enfurecida-. No sé qué diablos se te ha metido en la cabeza, pero mi padre...
-Tu padre ya no está -me interrumpió-. Y este negocio recae sobre mis hombros. Estamos a punto de ir a la ruina, Bianka. Necesitamos el dinero que el señor Snow nos ofrece.
El susodicho permaneció en silencio jugueteando con los adornos del escritorio, mientras yo siento unas ganas enormes de matarlo a él, y de paso a mi madrastra.
-¿Me estás vendiendo a un completo desconocido? -pregunté, totalmente indignada.
Era el colmo. Mi padre le había entregado todo lo que teníamos, había confiado mi educación a una mujer que ahora me entregaba a otra persona por dinero. La rabia me invadió, aun así intenté mantenerme tranquila. Le tenía respeto a mi madrastra por todo lo que había hecho por mí.
-Bianka, es solo por un tiempo. Serás su empleada. Él firmará este contrato en el cual se compromete a cuidarte y a no tocarte ni un pelo. Iré a visitarte cada vez que pueda.
-¡¿Pero te estás escuchando?! -grité, perdiendo el control.
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