La Arpía
Bor
r para pasar una
aba el medio económico para hacerlo, y ahora estoy disfrutando de sus playas, aunque sería
dida a seguir adelante, firme en mis propósitos, a pesar de los recuerdos dolorosos de mi niñez y los deseos de venganza que a veces me invaden, como aquellos once años atrás, cuando debí deshacerme de una persona tan despreciable como él. No obstante, no podía perder de vista mi objetivo y estaba decidida a no dejarlo escapar. Proseguil". Su esposa en aquel entonces, María Magdalena Bonner, era una mantenida, sin derecho a su dinero. Para mi suerte, no tuvieron h
ome mientras estaba de la mano de su esposa, lo que ratificaba que el trabajo concluiría más rápido de lo que parecía. Con paso firme pero pausado, me acerqué a ver un cuadro, pasando por delante de María Magd
nos sobre mi boca, como si estuviera preocupada por el error cometido. José m
gué a pensar que la placa de sus dientes saldría volando, dejándola en ridículo, y caería en la copa de algún
i bolso una tarjeta diseñada estratégicamente p
ostro. Su tono despectivo hacia mí provocó el deseo de sacar las garras, preguntándome ahora: ¿Cómo fui capaz de soportar tanto? Supongo que el dinero me hace ser una mujer fuerte; no tengo más explicación─. Aunq
uación, y debo decir que no me lo esperaba, fue que José Do Santos tomó rápidamente la tarjeta. Sabía que estaba interesado, pero no esperaba que llegara al punto de arriesgarse frente a su espo
querida, haré que p
s. El olor a rancio, tabaco, licor y perfume costoso no ayudaba, ni ayuda aún a mitigar la decadencia que viene con los años, y José no es l
n arriesgarse haciendo un guiño, a lo que yo
! ─dijo la es
a perra, prometiendo que quedaría tan desquiciada por la falta de su querido dinero que rogaría clemencia par
dor y tomé la decisión de cambiarme a una suite más gran
a de un número desconocido. No lo pensé dos veces y resp
ginar una voz ronca, masculina, con testosterona joven, pero eso no sucedió. No me que
ando que la conversación fluyera y llegáramos al punto en e
respondí─. ¿Co
ce como si no supiera de qué hablaba mientras t
recuerda? ─volví los ojos al escuchar su entusiasmo, y me dio aún más asco saber que deb
s─. ¿A qué se debe su llamada? ¡Qué bruta! Cl
rá del asunto ─dijo, y reí al darme cuenta de lo fácil que era manipula
gradecerle el g
rría verme, y él, esa misma noche, sin imaginárselo
itarla a una copa
ing
edada? ─pregunté, y no pasó ni un segundo antes de escuchar su satisfactoria respuesta. Era de esperarse que
as nueve, señorita
edada en el Hotel Do Santos, que, por
eño ─aclara─. Espero que la
que merezco ser t
encé a coquetear con el viejo, lo cual resu
se merece los lujos y a
mente. Usted es todo un galán ─mentí─. Los hombres as
horas para ponerme despampanante; en cambio, me tiré sobre la cama, pues creía que no necesitaba arreglo para presentarm