La Niñera de las Hijas del CEO: Arthur Zaens.
Ã
s ojos se encontraron con los de José Luis y Bianca, y el aire en la habit
brándose.–¿Cómo pudieron traicionar lo que tenÃamo
intentó
vor, déjame
s mientras sentÃa el peso de la traición aplastando mi pecho. El dolor me recorrió el cu
mamos... No querÃamos que pasara asÃ, pero es la verdad. José Luis y
llo. –¿Y me lo dices as� ¿Después de todo lo
ándome sin aliento. -Son una porquerÃa, los do
lágrimas nublaban mi visión mientras subÃa al coche. No tenÃa idea de a
stación. Me estacioné y me quedé sentada en silencio por unos minutos,
a después de esto?- pensé. Todo lo que habÃa
mesa oscura. Un mesero se acerc
dka mezclado
é Luis. Ahora querÃa hablar. El muy cobarde no habÃa tenido la decencia de enfrentarme antes, y ahora pretendÃa arreglarlo con una llam
e le mande
SOBRE LAS COPIAS DE LOS
y luego gua
arganta, pero sin aliviar el dolor. ¿Qué hice mal? ¿En qué momento empezó todo esto? Bianca lo d
mesero. Al pagar decidà que ya era hora de irme. Ya eran más de las doc
gruñó el hombre con
itada. –Tú fuiste el que n
mpre encuentran a quién culpar–
lo. No tenÃa energÃa para discutir. S
s lágrimas seguÃan fluyendo sin control. Llegué a casa tarde, casi a la una
ada. Grité en silencio, ahogada por la tristeza y el enojo. Todo lo que creÃa conocer, todo lo que pensaba que era mÃo, se habÃa esfumado. Cerré los oj
*
arrastré hasta el espejo del baño, y lo que vi me dejó aún más abatida: mi rostro parecÃa un campo de batalla. El rÃmel estaba corrido, for
y cuidadosos, tratando de borrar no solo los restos del maquillaje, sino también los recuerdos de la noche anterior. No querÃa pensar
metà bajo la ducha, esperando que el agua caliente lavara algo más que la suciedad de mi piel. Pero incluso el placer del agua tibia no lograba borrar esa sens
desaparecer en esas sábanas, olvidar el dÃa que me esperaba. Pero no tenÃa opción. Justo cuando estaba a
su voz sonaba tranquila, pero con un to
para irme al trabajo. Se me hace tarde
la madrugada...– insistió. SabÃa q
o puedo faltar –le corté,
el desayuno– su tono era suave, casi comprens
un chaleco. QuerÃa esconderme en ese atuendo, que mi ropa fuera una barrera contra el mundo exterior. Secar mi cabello fue un proceso lento, pero lo dejé c
re y mi padre me miraban en silencio, ambos con el mismo g
reguntó mi mad
spondà casi
agregó con un tono casual, pero lo conocÃa demasiado bien. Sa
con una sonrisa forzada mientras trataba de comer. Pero las náuseas me invadieron.
disimular, engañar a todos, pero sobre todo a mà misma. Me despedà de mis padres y salà rumbo a la oficina. En el coche, los pensamientos
tratando de mantener la compostura. Pero la mirada de Sonya, mi asist
egunté mientras intenta
perando en su oficina –dijo co
directo a la oficina, pero antes de entrar, mi mano tembló sobre la puerta. Llamé a José Lu
res?– dijo
asó con las 100 copias de la corrección que te mandé a
espondió con
abes? ¡Búscalo aho
jo antes de colgar. Lo llamé varÃas veces más,
CEO. Su mirada era frÃa, y me sentÃ
pasó con las copias?
ñor, José Luis
asco con esas copias? Me roba
Las lágrimas comenzab
a devolver cada centavo que has costado a la emp
lizada, sin p