La mujer del pirata
de Dios, Fiona, tien
e sentía era un soplo de viento frío. Siempre había amado su hogar. Los hermosos colores de las colinas, la
cuando la tierra florecería con una belleza agreste que amaban todos aquéllos
Incluso el gris de un día de invierno nublado y desapacible. Todo lo que había arrastrado la marc
ion
ierras Altas iban a pagar por su oposición a Guillermo, por su lealtad al rey legítimo, Jacobo II. Católico o no, debía ser rey, por derecho divino. Y los escoceses,
mor mío. Pronto estaré
jos mientras le apartaba un
veremos
ba. Gritó y cayó de rodillas, y él se arrodilló rápidamente a su lado, ignorando a los hombres que lo aguardaban, sus soldados a pie y a caballo. No era un ejército tan ordenado como el que los perseguía, ni como el que hacía poco habían derrotado con brillantez, a base de destreza y osadía. Eran Highlanders, hombres de clan y, s
, Fi
uanos; unas manos maravillosas, fuertes y de dedos largos, capa
ontra Dios, contra la naturaleza, porque era un hombre hermoso no sólo por su cuerpo, sino por su fortaleza y su sabidurí
na. Debes pro
o hacia el niño que, de pie a su lado, los miraba con los ojos muy abiertos, asustado y al mism
tino que brillaba en sus ojos, y abrazó temblando a su hijo. Luego se in
mi esposa y a mi hi
sujetaba uno de sus hombres, primo lejano suyo, como lo era
, milady
por su cara sin ella darse cuenta. Mientras corrían hacia la orilla, se limpió las mejilla
eaban. Y desde la playa ella vio la valerosa carga de los escoceses, que subieron velozmente por la colina con el
. Mal le había asegurado que vencerían, como habían hecho ant
os, su hijo
an alto y
Pa
e va a
es de hombres... Fiona se volvió, alta, erguida, sin lágrimas en las mejillas. Gordon la ayudó a acerca