Mira más allá
or favor -le digo a la chi
largo cabello negro. Era una chica mu
irse fue que en cuatro horas exactas estaría en la misma entrada esperándome, y que si tardaba demasiado me dejaría, así sin más -tal vez por eso me dio tanto di
malteada y me la tomo rápido, aunque sin dejar de disfrutarla, está buenísima. Luego de eso pago y busco en todo el
tilo diferente veas a dónde veas: algunos con vitrales atractivos y decoraciones elegantes, otros más
teresantes. Ya en el segundo piso, me encuentro de frente con la entrada al cine. Este exhibe grandes carteles con los próximos est
los boletos. Hay una función justo en media hora, tiempo suficiente para buscar palomitas. Ya fr
cer la fila de la comida. Esta es el doble de l
lo. Por un lado, es su privacidad, y por el otro... ¡Él mismo me lo dio! Dudo que no se espere que vay
tiene bl
a. La foto que tiene es de los ojos de un gato negro de cerca, muy detallados. Con ciertos nervios, como si Ian fuera a llegar en cualquier instante, reviso las aplicaciones que tiene. N
ucha, aunque reconozco los nombres de algunas bandas que son famosas. De allí me voy
n de estrategia. Supongo que eso hace la mayor parte del tiempo en su teléfono,
M
a
ue
mm
entimiento de tristeza, pues yo tengo cientos de contactos en mi teléfono: compañeros de escuela, amigos de mi abuelo, los de la residencia y personas que han
le por ello-, apago la pantalla y me lo guardo de nuevo en la m
ue es revisarle el teléfono a alguien
servo en pantalla, sobre todo por ser un musical. Tal vez no sea la mejor película del mundo, pero lo entretenida y colorida que es hace que no pueda despegar la vista de lo que pase a continuación. Me acabo las palomitas a la mi
¿Qué más puedo hacer en la hora que me queda? Ya fui al cine, algo que me q
as y restaurantes. No tengo hambre para nada, por lo que sigo viendo qué hacer. Ojeo
a de culpabilidad golpea mi pecho: Jake quería ir al Arcade del pueblo, y yo vine con Ian para que él me dejara botada. Todavía tengo sentimie
mensaje que le envié, así que trataré de jugar
espacios dependiendo de la edad: la zona de niños tiene juegos simples, la de jóvenes y adultos unos más complicados, también hay consolas de juego
que no me molesta cuando no acierto. Contra mi propio pronóstico, hago algunos puntos y gano así unos cuantos tickets. Paso de
rlas. Hago un par de cosas que no me generan una recompensa: unas cuantas partidas de un videojuego de pelea algo sangriento en las que pierdo contra un niño de unos once años, un j
al suave y esponjoso. Pienso de inmediato en Ian, ¿y si se lo doy? Digo, el gato es negro, como su án
a chica cuenta los tickets -en total 152-, y me dice que con ellos puedo canjear varias cosas, aunque nada muy extravagante. Observo unos peluches, algunos juguetes, estuches con útiles de colegio y otros premios que no me llaman demasiado la atención. Escojo un estuche
ue acabo de ganar y llevo el peluche de gato en mis manos. Tardo un poco en encontrar la entrada en la que Ian me dejó, ya que hay otras tres y caminé bastante
o del lugar. El cielo se ve precioso: una combinación de azul y rosa. Lo contemplo un rato hasta que me canso y espero justo en la parte de la acera donde
r la cara por el parabrisas. Se estaciona frente a mí y yo me subo sin tardanza, para que posteriormente arranque de nuevo. Me pongo
ue con tu amig
re -se encoj
ro el gato de peluche, él lo mira unos segundos y devuelve
nada -comenta con su
o con voz algo baja viendo el peluch
casi como una broma, tal vez lo más c
que casi dije lo mismo c
pensé en regalártelo, así que tom
s, que bien podría camuflarse por el tono de sus pa
oco me interesa tener más cosas
de mala educación rechazar lo
bastante claro que yo n
go? No me molesta su indiferencia comparándola con el repudio con qu
teléfono -saco el s
do a la zona boscosa y, en unos minutos,
aparato de plástico pegado a las
veces comprendo que debo juntar las dos piezas de los costados hasta que encajen a cada lado
os, disfruto el momento al máximo. Ian también podría ser un complemento para el disfrute del viaje,
talla, descarto la llamada. Es mi
quiero hablarle, que tal vez
En un dos por tres estamos cruzando las puertas d
áneamente aquí decidimos unirlas todas. Todo el tiempo comemos del lado izquierdo, dejando las sillas sobrantes sin ocupar por ninguno de nosotros. Esas son las que utilizan los otros inquilinos por voluntad propia, y just
o por como baja la mirada
de forma sospechosa luego de que mi abuelo com
n sigue con sus lentes oscuros y me observa también. Algo me dice que no debería
añé -trato de decirlo con la mayor naturalidad posible-. Yo no tengo hambre, me iré a
es lo que suelo usar todo el día. Me cepillo los dientes y voy a la cocina con la idea en la mente de tomarme un vaso de jugo, pero una vibrac
conteste. Con ese pensamiento, decido que mi siguiente paso será hacerlo solo si vuelve a llamar en los próximo
minu
al, salgo del apartamento. En el pasillo que la escalera deja entre ella y las habitaciones e
o min
ue me deja en un pasillo medio oscuro, alumbrado solo por una bombilla vieja. Además de los adornos navideños, algunas herramientas y cosas dañadas en los estantes que tengo a cada la
o mi
ielo estrellado, tapado un poco por las nubes. Ya en la terraza, cierro la puertecilla y me levanto. Observo lo que tengo frente a mí: la mayor parte de la terraza está vacía, pero en el centro hay dos mes
minu
o residencias parecidas a esta, aunque quedan más arriba y su fin es servir de parada rápida a los turistas. Si no me equivoco, somos de las escasas residencia
min
pantalla del móvil esperando a que encienda, o que no lo haga. Me repito que, si se pasa los veinte m
min
én siento rabia, pero no predomina como antes. Estos días he sido todo un revoltij
minu
esito librarme de ustedes de la forma qu
ce mi
o todo lo que siento. Solo a ti te llego a extrañar cua
e min
, Mike. No sé si en serio deseo volver a oír tu voz,
éis mi
-una con un desastre mental, eso sí-, a la inquietud. Ya me esperaba que pasara, solo que, ah
teléfono hasta la
voz de mi hermano del otro lado de
ustración. No me preocupa que me escuchen, pues aquí estoy lejos del resto-. ¡No hiciste nada ese día! Dejaste que Madison te llevara a tu habitación como a
sola. Los sentimientos que he guardado hace t
que me escuches -
taba perfectamente bien con mi abuelo hasta que tú llamaste y no paraste. ¡La abuela murió, Mike, murió y de seguro ni lo sabias! Porque dejaste que nuestros padres te metieran en esa asque
voz suena dolida, rota. Es
igaron a inventar la misma historia... ¿Ahora, cinco años después, decides aparecer? ¿Dónde estuviste cuando de verdad te n
agitadamente y siento un dolor en el pec
la mentira en la que hemos vivido desde que me fui. No los necesi
Miranda, tú lo
, ni a escribirme. No volveré a contestar. Si sigues, cambiaré de nú
ida que no encuentro las fuerzas para secarme mi empapada
onido como si se sorbiera los moc
eso, c
odillas. Algunas lágrimas caen al suelo y yo lucho por no gritar. Jamás había sentido tanto dolor em
día. Está presente, aunque no lo admita. Lo odio, pero lo amo. No quiero verlo, pero deseo hacerlo y bor
manga del suéter. Con la vista clara y sin lágrimas
io de mí, parado, mirándome. Su expresió
uando comprendo que ha escuch