La Casa de Los Vampiros
ro pequeño ataque de risa histérica intentaba escapar de mi g
ba demasiado alta, como si alguien la pell
a de esto. K y yo habíamos sido las mejores amigas desde tercero
oras y hace dos días. -Hice un gesto de frustración hacia
ó a sonar con el Material Girl de Madonna. De forma automática, miró el identificador de
z floja y cansada-.
io fue como una b
del hombro, mientras emprendía una
el teléfono móvil aplastado contra la oreja y hablaba con Jared en pequeñas y animadas rá
s opciones. Opción número uno: me convierto en un vampiro, que es igual que un monstruo para
que no tendría que hacer el exa
onocido por todos mis amigos como Escuela de Adiestramiento Vampírico, en la que pasaría los próximos cuatro años sufriendo extrañ
i «soy tan perfecta» hermana mayor. Quería aprobar geometría. Quería seguir teniendo notas altas para que me aceptasen en la escuela de veterinaria de la Ohio State y largarme de BrokenArrow,
se me estaba a
la marca que había aparecido sobre ellos. Me apresuré hacia la puerta que conducía al aparcamiento de al
o el pelo al aire, mientras que los chicos daban ridículos acelerones a sus enormes camionetas e intentaban (y en la mayoría de los casos fracasaban) parecer guays. ¿Quién iba a pensar que yo elegiría sent
cie de ritual de apareamiento. Como de costumbre, el despistado Heath no hacía otra cosa que quedarse allí sonriendo. Bueno, qué diablos, mi día no iba a ir mucho mejor. Y ahí estaba mi Volkswagen Escarabajo color turquesa de 1966, justo en medio del grupo.
orriendo del edificio, con la marca brillando en su pálida frente y las lágrimas empapando sus blanquísimas mejillas. Nunca olvidaré lo abarrotados que habían estado los pasillos aquella mañana y cómo todo el mundo se había apartado de él como si tuviera la peste cuando corrió para huir por la pue
dos lavabos, sobre los cuales colgaban dos espejos de tamaño medio. Frente a los lavabos, la pared opuesta estaba cubierta por otro enorme espejo que tenía una repisa debajo para dejar l
esa persona que ves entre la multitud y que jurarías que conoces, pero qu
rse canoso. La desconocida tenía mis mismos pómulos elevados, mi nariz larga y fuerte y mi boca ancha; más rasgos heredados de mi abuela y de sus ancestros cheroqui. Pero mi cara nunca había sido así de pálida. Siempre había tenido un tono oliváceo, con la piel más oscura que nadie de mi fam
eroqui, parecía otorgarme un toque salvaje... como si perteneciese a
un instante- me olvidé del miedo a no encajar y sentí un inesperado arrebato de