Apresada. Hasta que la muerte por fin me libere
il
¿que si te vas a baña
ientras aporrea desesperado
a de
ndome la ropa, de repente me caigo y doy de cabeza
eda pálido al verme. Pone su mano en mi herida y casi que la cubre por completo. "Se partió la frente", le grita a mi mamá, pero justo en es
el piso. Una gran mancha roja de sangre se va formando en el
oviembr
su momento. Después de tanto tiempo, aquel recuerdo cuando tenía apenas 4 años permanec
to mi única angustia es no poder quitar la sangre de mi pantalón favorito de Pull & Bear, ese por el cual luché en la rebaja de diciembre porque era el único que quedaba de mi
ndo. No es mi sangre, no es mi sangre. -Lo repito en voz alta como un mantra, mientras cont
con los pies tan lejos de mí como soy posible e inspecciono mi pierna centímetro a
y dificultosa. Cuando siento que comenzaré a perder la razón, me esfuerzo en tranquilizarme dando
veces para tratar de aclarar mi visión borrosa. No es la primera vez que hiperventilo, tampoco la pri
las. Una es producto de una caída desde un árbol de mango, cuando lo escalé
de mi pierna izquierda, dos veces más grande de los que de forma usual tengo, era un desconocido en mi piel. Su tamaño me perturbaba, pues ninguna vez había tenido semejante golpe. Apenas lo rocé con la yema de mi dedo, envió pequeñas corrientes eléctricas a lo
taba en el faro, y al otro estaba en el día anterior, ese dí
illo en mi ma
uños y cerré con energía mis parpados, afe
ina y estaba tratando de agarrarlo. La
a. Cerré mis parpados con fuerza, y clave las palmas de mis manos en cada ojo,
is dedos en su mayor longitud para alcanzarlo. Frustrad
i pierna, esperando volver a desencadenar la descarga eléctrica que d
oviembre
r accidente horas antes; pero nunca tuve la oportunidad de recogerl
r mis piernas. Estiraba mis manos hacia el cuchillo. Pataleaba y lanzaba golpes a ciegas con mi mano derecha. Un golpe fu
las primeras se liberó mi tobillo y pude dar medio giro sobre mi cuerpo. Con la segunda ola de cuchilladas, zafé mi pierna derecha de su peso y con toda la fuerza de la
cuchillo, cambiándolo a mi mano derecha para
dos antes el cuchillo, ensangrentada en su totalidad. De la impresión lo solté y retrocedí otra vez. El contacto de mi espalda con el frio de la pared hizo que explotara la bolsa de
lando por el comedor, y con cuidado d
oviembr
era mía, er