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El enemigo

Chapter 5 No.5

Word Count: 3458    |    Released on: 06/12/2017

ba, situado al final de la Castellana. Atravesó el jardín, peque?o y bien cuidado, subió las escalerillas, llenas de macetas

aje y el peinado a la moda de 1850, pero, sobre todo, la pintura, lamida como rebuscando finezas, delataban la mano de uno de aquellos artistas que conservaron reminiscencias del estilo elegante de don Vicente López, sin haber adquirido el vigor de los buenos pintores contemporáneos nuestros. La dama estaba peinada con el pelo hecho dos grandes ondas, muy alisadas, y tenía las facciones parecidísimas a la retratada en el otro lienzo; pero resultaba la belleza de la primera más completa y armónica. A pesar de esta diferencia, se parecían

morir en los búcaros de un gabinete o prendidas en el pecho de una mujer bonita. Completaban el adorno de los muros unos cuantos grabados ingleses, un retrato de Olózaga

o entró

Venga usted conmigo, y ver

do sus enormes huecos de madera limpia, recién labrada e impregnada del olor al barniz. En el centro había una gran mesa, también llena de libros, y ad

n orden los volúmenes, marchándose enseguida con el tiempo preciso para almorzar antes de ir al Sena

s luego lo mejor posible, cuando al cuarto día, estando en el despacho despidiéndose de don

do en

ba el cuello desahogado y libre; el pelo húmedo hacia las sienes, y la tez algo encendida, como azotada por el frescor del agua. La figura se destacó por claro sobre el cortinaje oscu

sto

hija,

se puso a leer. La escena fue rápida, casi muda: el aparecer ella y el despedirse él, ocurrió en un momen

nota de ellos en unas tarjetas grandes, para formar un índice. Esto le gustó: el chico debía ser listo. Paz entró también alguna vez a buscar a su padre, y llegó a cambiar con Pepe frases triviales. Un día hablaron del tiempo, otro de un reciente y criminal atentado contra los Reyes.

iar de postura movimientos que acusaban formas esbeltas de curvas admirables. El pelo, casi negro, recogido y alisado con extremada modestia, avaloraba la blancura mate y dorada de la tez, vivificada por venas finísimas y azuladas. Las facciones muy graciosas y menudas, sin mezquindad, formaban una fisonomía móvil y animada, como la de aquellos serafines de Goya, inspirados en los rostros picarescos de las hijas del pueblo

areciese mal, y Paz se desvió un poco del sitio donde leía, pero naturalmente, sin ademán de enojo. Al cabo de un rato, al colocar Pepe unos libros en su sitio, volvió a mirarla sin que ella entonces pudiera verle. En cambio él la contempló a su gusto; mas de pronto se oyó la voz de don Luis q

gura, sino que era lo que se llama un hombre guapo. Su fisonomía acusaba inteligencia, sus ojos lealtad; es decir, reunía los dos rasgos principales de la hermosura masculina. Entonces se despertó en Paz algo de coquetería, no le parecieron mal aquellas miradas, y agradecida al culto que empezaba a recibir, permaneció en el sitio donde estaba. En días sucesivos entró varias veces al cuarto de los libros sin necesidad, sólo por saborear aquel placer desconocido de aceptar un

nio y gracia. Sus maneras carecían de atildamiento rebuscado y enfadoso, y sus frases estaban exentas de esa vulgaridad que hace el lenguaje de un hombre igual al de los demás: en lo que hablaba había siempre algo original; su tristeza parecía sincera, su gracia tenía u

nta de que podía escribir al distrito por mano ajena, ni más ni menos que un ministro, empleó a Pepe como amanuense; y la segunda, que las conversaciones de éste con Paz fueron adquiriendo mayor desarrol

iendas, a escoger un regalo para una amiga que se casa, y no sé q

ne precisamen

ue tuviera

cura. Pero de fijo no me veré yo en el a

or

ción de mi hermana no hall

ondición es su

a de los infelices que necesitan ganar un jornal. Pertenecemos a esas últimas capas de la clas

alcanza

ia de vida y de gustos, y es raro que lleguen a enamorar a un rico. En cuanto a

deas ta

istencia ofrecer a su novia un hombre que gana, por ejemplo, lo que yo? Desen

as! ?De modo que una muchacha pobre no pue

cil; pero el viceversa es

íques

les y la belleza lo pueden todo. La misión del hombre es más difícil: primero,

ue Vd. no cree que deba casarse el pobre con m

., se?orita, siempre resulta sospechoso el hombre pobre que enamora a una rica. Las beldades adineradas son par

ulcificar las cosas, en nosotras la fort

?Cómo adquirirá la certeza de que es ella, ella misma, el objeto de la adoración? A una divinidad que nada concede, le es dado creer

, según Vd., la mujer rica no puede hallar sino marido ric

idos, elegantes, instruidos y hasta bien educados; pero no habrá Vd. visto n

obre, vamos, que no tenga

?Quién es capaz de descubrir la verdad en corazón ajeno? Por eso no debe nunc

es, si lo son,

ario las frases de Pepe, pero ell

intas y volutas encerraban la luna de ancho bisel: fue preciso restaurarlo, y cuando acabada la obra lo entregaron, mandó dejarlo en el despacho para qu

o Madrid no hay otro igual.

el espejo, hizo un

XV, barroco puro... ?

es pr

re, hable Vd.! ?Vale meno

uedo yo permitirme comentar su

usted mucho dinero? Cuando yo tengo con

ermoso y vale

Vd. s

qué, s

ed franco, hombre, sea Vd. franco. Le ha

erecho podría

; le doy a Vd. carta blanca para que

saber por qué causa lo que a ella le parecía

epuso Pepe tímidamente-es que el din

las cosas!; pero cinco mil reales no son pa

a familia pobre doscient

ras hay quien se muere de hambre... pero así está el mundo. Sí, y

, la vida

s de esos que dicen que todo

ento y la virtud, y eso es imposible. Yo no he hecho sino pensar que, si a veces la fort

he cometido una torpeza. Pe

qué, s

, su situación, de Vd., dicho sea sin ofenderle, pues en ello no hay i

. conmigo! mis palabras no

itad de la c

enti

su conversación que yo le trate como a un amigo, y me

que ha ense?ado j

e; eso m

actitud y la expresión de su semblante no indicaron enojo, sino amargura. Parecía que

inconsciente lo que ha sido una observación sencillísima. ?Cómo ha podido Vd. creer que yo me atreviera a tanto? ?

ero, es saber que no le he ofendido a

. Paz se reconvino mentalmente, pareciéndole que hiriendo a Pepe en el pudor de la

del río suelen juntarse, arrastrados por la cor

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