El enemigo
u partido; de aquellos que ponían sobre todo la Soberanía Nacional, y para quienes la Espa?a contemporánea no produjo sino cuatro hombres de gran valer: Mendizábal, por
ables, e infinitas las veces que proyectó terciar en los debates; pero jamás tuvo ánimo para romper a hablar en público ni para enviar dos cuartillas a un periódico. No era tonto y lo parecía, porque sin tener realmente influencia entre los suyos, imaginaba que su consecuencia y lealtad debían darle mayor importancia de la que gozaba, resultando algo vanidoso. Como la palabra obedecía mal a su pensamiento, huía los diálogos largos y las conversaciones en corro, limitá
estuviese en condiciones de vivir por sí, sin ajeno auxilio, que supiera manejar su fortuna y aprendiese a conocer su corazón, para no dejarla expuesta a rapacidades tutorescas ni a error
bondad de Paz? ?Ambicionaron la conquista de su preciosa voz para la capilla? ?Prendáronse quizá del entusiasmo con que era de las primeras en gastar sus ahorros de colegiala rica comprando, ya la sabanilla del Cristo, ya la toca de la Virgen, ya el encaje para el pa?o del altar? Ello fue que un día de fiesta, no pudiendo don Luis ir a buscarla, envió con el carruaje a una parienta, quien a la hora del almuerzo volvió sola, refiriendo que la buena madre había dicho que mademoiselle Paz no salía. Don Luis, pensando que su hija estaba mala, fue inmediatamente a verla y, a disgusto de la superiora, hubo que traer la ni?a a presencia del padre, quien pasó un rato muy malo observando que su Paz, sin estar castigada, ni enferma, se allanaba de buen grado a permanecer allí, en vez de irse a pasar el día con él. Por fin consiguió que su hija le siguiese, y aquella noche no la permitió volver al colegio. ?Aquí no hay más madres que yo?-dijo don Luis-y desde entonces se c
colegio, antes impregnado de cierta poesía plácida, quedó reducido en la imaginación de Paz a un conjunto de recuerdos fríos e incoloros. Al cabo de un a?o don Luis, escogiendo con cautela las casas donde la llevaba, comenzó a presentarla en la titulada buena sociedad, con lo cual sus galas y tocados la preocuparon mucho más que antes la ropa de las santas imágenes: el gabinete l
con lo cual Paz llegó a persuadirse de que don Luis era un hombre honrado, y el origen de cuanto tenía decente y limpio. En cambio, comenzó a ver que ni todas las casas ni todos los hombres eran como su casa y su padre. Aunque incompleto y velado por la educación y la hipocresía, el mal llegó claro a sus ojos, causándola
edía mostrarse complacida: era semejante a un pájaro que tuviese miedo a la red. Cuando algún hombre halagaba su oído con ternezas o la pedía esperanzas, ella, involuntariamente, se acordaba de tantas infelices mal casadas y parejas desavenidas, de los hogares que parecían fondas, donde marido y mujer acusaban indiferencia, desvío, cuando no repugnancia. El amor propio no la dejó renegar de su hermosura; pero su instinto la se?aló un peligro en
cincuenta a?os, alto, canoso, con el rostro enteramente afeitado y de asp
sus órdenes, para que venga unas cuantas ma?anas a mi casa y me ayude a poner en orden mi librería
caballero, a?adió.-Nadie más a propósito: su formalidad y
Pepe, y con la autoridad que
nca le viene mal un pu?adillo de duros. ?Ha oído Vd. lo que h
ré lo posible p
Cuándo empezaremos? porque yo
o Vd.
e espero por la
las gracias al bibliotecario y l
an nunca, y progresista a la antigua, pero muy rico. No hace más que asistir a
?as de la casa de don
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