El enemigo
ia y aplicación irreflexiva que por verdadero amor a estudios que aún no entienden; pero tenía inteligencia sobrada para comprender que había de llegar un día en que de todas aquellas asignaturas y ma
a abogacía, carrera en que la antigüedad de los pueblos, la política, el derecho y las letras, aparecían a sus ojos formando, no un camino más o menos ancho, sino un conjunto de senderos que podían llevarle a suertes prósperas y varias. Su existencia tenía un fin doble, y así lo comprendía él: ser obrero de su propia fortuna y sostén de sus padres. Pero estas ideas no despertaban en su ánimo temor de lucha ni necesidad de abnegación. Llegar a ser algo, le parecía cosa na
cuando, a consecuencia de la proposición de Millán, entró Pepe de corrector en la imprenta: aquello de que su hermano ganara un jornal la impresionó amargamente, en parte por lo que significaba tal determinación, y más aún por vanidad herida. Su gran temor era que Pepe llegara a ponerse blusa para trabajar, como si en este detalle fuese envuelta toda la ruina de la casa. Transigía con la pobreza, con la miseria, con todo; pero a lo vergonzante, no enterando al prójimo de humillaciones que no le importaban. La mayor pesadumbre fue para don José. Los tres a?os de Derecho que cursó Pepe, le habían acostumbrado a pensar en su educación como en un esfuerzo costosísimo, mas para él lleno de encantos. El humilde empleado que pasó la vida a salto de mata, de oficina en oficina, de centro en centro, sin apoyo ni valimiento, había logrado adquirir tales hábitos de orden y economía, que iba a serle posible dar carrera a este hijo, y dársela a su gusto, no como se la
ser azotadas por la desgracia, como no hubieran cambiado tampoco acariciadas por la fortuna. Aquella incredulidad burlona con que siempre acogió cuanto no podía aclarar razonándolo, se acentuó y se hizo más amarga; su gracia para zaherir cobró acritud, sus chistes tomaron tono de quejas dichas en broma; pero la propensión cómica quedó dominando siempre en sus labios, pronta a ridiculizar cuanto sus ideas
un pu?ado de duros, con los cuales había para ir a la compra y casi con igual frecuencia a la botica. De la abogacía no se volvió a hablar: lo de seguir carrera fue un sue?o, y, sin embargo, el haber tenido que renunciar a ella era la pesadumbre de toda la familia. Cada cual la sentía a su manera: do?a Manuela no decía sino:-??Hijo mío, cuánto trabaja!? El padre no se recataba para confesar a voces aun delante de gentes:-?Estará en la
rincipio no fue completamente franco por aquella misma pícara vanidad de Leocadia, y después por falta de valor: aun conociendo a Paz como llegó a conocerla, tuvo miedo a decirla:-?El hombre a quien amas, tú, la se?orita rica, mimada por la fortuna, va por las noches a ganarse un jornal que cobra los sábados como los herreros y los alba?iles.? Imaginó que la perdería: era a sus ojos enteramente absurdo que Paz, después de saber esto, siguiera enamorada de él. La vida moderna le ofrecía a cada paso ejemplos de hijas de familias poderosas a quienes por un capricho amoroso había que casar con un mal periodista, con un abogadillo, con un cualquiera, aún
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