El enemigo
aldonadas, pero no conservaba memoria de su familia. Nadie sabía su origen; ni él mismo. Sólo recordaba haber vivido en Pu
igaba a subir del río un talego de ropa, superior a sus fuerzas, el marido, que era sillero, le ponía verde o morado hasta los hombros, forzándole a te?ir espada?as en un patio que parecía cisterna. Cuando ellos comían, si sobraba, era para Pepe; si no había restos, gracias que le dieran pan con que reba?ar la cazuela del cocido; así que las hambres y una felpa con que le obsequiaron por meter en la tina de lo verde lo que había de ser morado, acabaron con la paciencia del muchacho. Se escapó, y
amoteaba un ochavo. Nadie le ense?ó matemáticas y, sin embargo, para dar las vueltas de la moneda era más listo que un cambista. Si quedaban bu?uelos de la víspera, los despachaba los primeros; al servir medias de aguardiente, cuando presumía que el gaznate del parroquiano estaba insensible, daba lo barato al precio de lo caro, y para los favorecedores constantes de la casa iba a buscar la pasta recién frita, humeante, en que aún no se habían bajado las burbujas del aceite hirviendo. El amo se encari?ó con él en tal grado, que comenzó a tratarle como a hijo, y hasta determinó que fuese por las tardes a la escuela, donde, en unos cuantos meses, aprendió a leer, escribir y contar. Al a?o de estar en la bu?olería, la hija del amo, que era una chiquilla saladísima de catorce a?os, enfermó de viruelas y, cosa rara en la gente del pueblo, dotada en tales casos de tanto valor como ignorancia, los vecinos, conocidos y amigos dejaron a la enfermita y sus padres en completo abandono. La moza que iba a barrer y fregar desapareció sin pedir un pico que le debían del salario, y el chulo que ayud
dependiente para el despacho. Y vamos a ver, ?qu
uien sus padres pusieron en una imprenta, con lo cual el muchacho siempre tenía los bolsillos llenos d
o. El día lo pasaba aprendiendo la caja, adiestrándose en componer y distribuir; luego empezó a hacer monos y remiendos, y a la noche se iba por las calles a vender un veinticinco de un periódico que allí se tiraba. L
otro aprendiz de más edad sacó contra él una navajilla. Pepe se la quitó de las manos, le sujetó fuertemente metiéndose la cabeza del agresor entre las piernas, y por castigo le descosió con el cuchillejo la costura trasera del pantalón, dándole luego en lo que el sol ni el agua vieron jamás, unos cuantos azotes: después le devolvió tranquilamente la navajilla, diciendo:-?Toma, boceras; eso no sirve más que pá partir pan.?-A las horas de trabajo era modelo de laboriosidad: cuando llegaba el momento de hacer diabluras, era de la piel de los demonios. Parecía haber en él dos tipos distintos: uno para la tarea, otro para las travesuras; y diríase que, como correspondiendo a estos dos seres, tenía dos fisonomías diversas. Inclinado sobre la caja buscando tipos, ajustando palabras en el cajetín, o distribu
é qu
vor, porque el se?or
mos
he compuesto este letrero y quería ponerlo con letras dorás de purpurina, en esta tarjeta de orla que ma costao dos riales
citos, que le presentaba el chico, y vio el letrero q
muy complicado), y luego, debajo: ?Por José Maldon
Isabel,
ateta continuaba llama
las vi
ha quedao se?al. Tié
be tu
o que crean... ?entiende Vd.? Pero ya se lo malician; porque yo, ni a los novillos vo
alo aquí, y a última hora que te diga el se?o
a buscarle el paraguas: si había que ir al estanco por tabaco, volvía en un decir Jesús; para traerle café de uno que había cerca de la imprenta, nad
respondencia con Paz, ocultándola, por supuesto, que él
n favor, ?podré contar con
e quiera-repuso
yo; no quiero que nadie lo sepa
as pi
a verja un horno peque?o hecho de ladrillos y recubierto de baldosas, que servía para entibiar la atmósfera en que crecían las flores: Pateta se acercaba allí, espiando el momento en que ningún criado pudiera verle, y metiendo el brazo por entre los barrotes de la verja, depositaba la carta bajo