El enemigo
ndo un momento en que no podían observarle. Preguntáronle sus padres si le habían pagado, y repuso:-?No estaba don Luis; ya le veré en el Senado.? Lo cierto era que, como en c
era precursor del más noble sentimiento; que así a veces, en el espíritu del ho
o: se acordó también de que no le había pagado, pero no se le ocurría modo discreto de enviarle el dinero. ?Por un criado? No acertaba a explicarse la causa, mas por nada del mu
pero no dejó de pensar en ello, y hubo día en que, al cruzar
n desearla como joya colocada al alcance de sus manos, y ahora ella ponía espontáneo y terco empe?o en recordar los dichos más sencillos, las más insignificantes gal
andeja de los bollos, en tanto que la aguadora, dando conversación a un guarda, fregaba en el lebrillo las cucharillas de latón. Por el centro del paseo circulaban rápidamente algunos carruajes de caballos briosos y, siguiendo la línea de las sillas de hierro, se veían parados unos cuantos simones con el jamelgo caído el cuello y el cochero tumbado en el pescante deletreando El Cencerro. Al otro lado, los tranvías corrían sobre los railes, obstruidos por carros y camiones, que sus conductores apartaban de la vía renegando al oír el pito de los mayorales, y por la larga acera de piedra, en silencio, paso a paso de arriba a abajo, se aburría autoritariamente la pareja de guardias de orden público, entonces llamados amarillos, sin otro consuelo que echar miradas subversivas a las criadas de buen ver. De las calles vecinas iban llegando recién peinadas y coquetas las se?oritas deseosas de que el novio se hiciera el encontradizo, las ni?as ávidas de jugar y las mamás cargadas de devocionarios sujetos con gomas encarnadas. Unas caminaban de prisa con la ligereza de la impaciencia, otras cansadas con la gordura de los a?os; luciendo, según su gusto, primores de elegancia, arreglos de taller casero, rarezas del capricho, exa
a arrojarlas luego a la calle pasados veinte o treinta minutos, al cabo de los cuales se las veía salir abriendo sombrill
alle de Alcalá se oía el cascabeleo de los ómnibus que iban al apartado de los toros, y andando despacito por el paseo, inundado de sol, venía el borriquillo con sus serones llenos de macetas, escuchándose gritar de rato en rato al mocetón que lo guiaba: el ti
idas van
y se marcha al e
stiene, vamos der
atismo religioso nos envi
los republicanos. Vamos derecho
pasiones se han
e una liga de los q
de manifestaciones pacífica
atible con el gobierno. ?En tiempo de don Ram
que el Rey g
ar, hombre? ?Si
ignifica nada. La historia demuestra que C
s atipladas y chillonas: trataban
a qué ponerse: est
La otra tarde fue de las que estuvieron en la Castellana c
! A mí la Reina
que los alfonsinos se mueven mucho:-Y la que esto decía miraba de reojo a un cabal
amás sostenían, haciendo dengue
ent
quiero dar tiempo a que llegue ese. Mamá le deja ya ent
el t
Junio
s hace un a?o. ?La ca
gusta. ?Está
trajes de rayas
va mamá con las
remon
boca y luciendo americanas del verano
a no es tal se?ora, y
! Yo la he seguido dos tardes
onsta que
Las
len...
or la acera de piedra el firme taconear de las muchachas que pasaban, medio ocultas por las anchas sombrillas de colores chillones, mientras las madres llamaban a los ni?os, que corrían como perrillos jugando a las mulas o se detenían a mirar las estampas que veían al paso en mano de los vendedores de periódicos. Lentamente se fue m
n también dos se?oras: una, modestamente vestida de negro, canoso el pelo, rugoso el rostro, con aspecto de due?a modernizada, miton
rnos un rato, que ya no tardará.-Y se puso a hace
, y por los jardinillos no pasaba sino algún transeúnte aguijoneado por la esperanza del almuerzo, o algún se?or viejo arrastrando penosamente los pies sobre la arena. La aguadora e
viendo tirarse al l
aron con tristeza en el muchacho, dejando luego caer los párpados lentamente, como si en aquella mirada pretendiera enviarle una expresión de simpatía y una queja. Pepe, que no se había movido aún, quedó suspenso, confuso, con la admiración que produce una impresión nunca sentida. No fue presuntuosidad de vanidoso la que se le entró al alma, ni vanagloria súbita de aventuras absurdas, sino una sorpresa grandísima. ?De qué nacían aquellas muestras de agrado, comedidas, pero clarísimas? El instante de vacilación al subir al coche, y luego la mirada dulce y triste, ?qué querían decir? Aquella expresión afectuosa impregnada de modestia, pero ostensible, ?a qué obedecía? Quizá
esia, quedándose en sombra, junto al mamparón de ingreso. Un momento después entraron Paz y el aya, confundidas en un grupo con otras m
a resolución de irse; pero sus pies no se movían... De cuando en cuando el remover de las sillas producía un estrépito entrecortado y seco, tras el cual sólo se oía un ruido bajo y sordo, semejante al que producen las culebras arrastrándose entre hojarasca seca. Todo el mundo rezaba... El humo de los cirios y ese olor humano y acre de gente aglomerada en espacio cerrado, viciaban la atmósfera. Delante, y a la derecha del altar mayo
rectos, pero duros, mal imitados de las esculturas paganas. Pepe miraba alternativamente a Paz y a la Virgen. ?Qué diferencia! La verdadera divinidad er
jaba sobre la falda, pero sin alardes de unción religiosa: su rostro no se entristecía con compunc
ja no le vio; iba pugnando porque no la estrujaran, sin preocuparse de otra cosa; pero Paz le sorprendió en el momento de levantar el seboso cortinón de la puerta. él, en cuanto puso el pie en la calle, se alejó algo, siguiendo la línea de la acera; ellas salieron en seguida, y la muchach
tuvo que detenerse un momento y hacer propósito de que sus padres no le conociera
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