El idilio de un enfermo
ormar si hay en la villa al
e?or;
guiarme a casa
centemente con pantalón y chaqueta negros, bufanda al cuello, negra también,
ualidad, el sobrino de
rvi
gusta de ir conmigo a las Bra?as, lo haga con toda
el sombrero sobre la cabeza, sin quitárs
ase, por Dios, el sombrero... No esperaba yo esa atención... Pues cuan
ada, y de allí podrá marchar en un car
mente...
ndo en la industriosa villa
que mi tío me enviase caballo... No le decía
o dije... Entonces me dijo:-Hombre, Celesto, ma?ana puede ser que venga un sobrino mío en el tren de la tard
ue usted me haya c
ndrés, sino que, dominando este color notablemente, todavía dejaba que otros matices, tirando a amarillo, verde y morado, se ofreciesen con más o menos franqueza entre los muc
e:-Mira, mi sobrino viene muy delicadito, casi hético el pobreci
a. Fueron a la cuadra, enjaezó Celesto los caballos, sacáronlos fuera. ?En marcha, en marcha!... No; todavía no. Celesto no se siente bien del estómago, y se hace servir una
joven cortesano protestaron enseguida de aquel nefando traqueteo, y a cosa de un kil
ste jamelgo es un poco duro? Si usted
oí nunca quejarse al se?or cura de su
costumbrado a esta
os con calma, hemos de ll
n a caminar al paso, unas veces viv
es. El polvo y el humo de carbón de piedra que invadían la villa y sus contornos, ensuciándolos y entristeciéndolos, iban desapareciendo del paisaje. La vegetación se ostentaba
usted, se?or de
más bien d
usted gan
oc
le el diente. No he padecido nunca de ese mal... Bien es verdad que tampoco usted padecería si se hubiera pasado cinco a?os en el
usted
un decir: est
me pa
e seis meses, y no he aprobado más que un a?o de teología. La pobre de mi madre no puede sostenerme tanto tiempo en el seminario ni en posada tampoco: es necesario abreviar
ece tan ma
Ya sabe usted que hasta se están vend
usted ahora aq
odavía algún tiempo el arreglarlos. A pesar de todo cuento, Dios mediante, cantar misa de aquí a dos a?os... Ea, bajémon
uya puerta tremolaba una banderita blanca y encarnada
compa?arle a usted. Me está la
ndo cuanto pudo la voz.-Va usted a ver una de las mejores mozas del partido, más
no son para descritas. Sus ojos acuosos brillaron como diama
r lo que guste. ?Así pudieras echarte tú en la copa, salerosa, y bebert
tómago te ha
único que puedo decirte es que m
ué quiere usted tomar, caball
aso d
barre?o colocado al extremo del mostr
enos ojos, de brazos rollizos y amoratados; gorda y colorada en demasía. Cuando a
o se me seca el gaznate... Vamos, D. Andrés,
este se?or en su casa?-pregunt
s, princesa;-?no es
Va
ustan lo
con voz almibarada, entrando en el recinto cerrado por
comería con mucho gusto-re
mismo tiempo por la barba y clavándole sus ojos cl
evisó sus cascos a ver cómo estaban de herraduras, arregló los aparejos, mientras escuchaba dentro de la taberna un alegre y continuado retozar, salpicado de fra
n formadita por delante como si tuviera veinte a?os, y no tiene más de catorce... ?Arre caballo! ?No repara usted, D. Andrés, cómo agradecen los caballos que el jinete eche unas copitas? Es c
sabe usted busca
sfacción hasta salt
cuando voy y vengo... pero no pasa de ahí... Por supuesto, D. Andrés, que esto no dur
otro modo, más vale que s
día que me ordene sanseacabó... fuera vino, f
cansaba de hablar, entonaba alguna canción picaresca con ribetes de obscena, que hacía reír no poco al joven cortesano. La alegría es contagiosa, como
por la amena carretera, que ce?ía como u
asentaba un caserío de poca importancia. Desde allí siguieron por un camino tan pronto ancho como estrecho, que faldeaba la monta?a a semejanza de la carretera, y estaba sombrado a largos trechos por los avellanos de las fincas lindantes. El paisaje era cada vez más agreste. El valle se había trasformado en ca?a
s hondos, labrados al borde de alguna pe?a, exploraban los ojos todos los secretos del fondo... Las monta?as a veces se levantaban sobre él a pico, y eran blancas y coronadas de vistosa crestería, entre cuyos agujeros se mostraba el azul del cielo. El musgo formaba en e
cesar sus groseras anacreónticas, re
respeto y emoción ante aquella vigorosa naturaleza, que no
y lejos de R
n el centro mismo. En cuanto salgamos de esta apretura y subamos un repechito corto, lo vere
e encantan: esto
ase; pero viéndole muy serio, hizo una leve mueca de sorpresa, y arreando al caball
que es gor
buena
ra hace
condesa, mar
ura ca
e divisó a una muchacha que lleg
e te vas a estas horas, chiquirrit
o con el caballo y le aplicaba golp
a Lada
e comen
se per
una moza
odía! Déjame p
ro antes vas a de
, ?no l
Marín a llevar fruta a tu tía
a primos ni a tíos! Vamos,
pecha de que la conversación iba a ser la
n riachuelo cristalino que hacía eses, dejando a entrambos lados praderas de un verde deslumbrador. Cerraban este valle algunas colinas pobladas de árboles de tono más oscuro. Por detrás de las colinas, en segundo término, alzaban su frente altísimas monta?as de pi
e percibía uno mayor que los otros, descansando entre el follaje de una vegetación soberbia.-Aquél debe de ser Riofrío-se dijo Andrés poniéndose la mano por encima de los ojos, a guisa de pantalla, para examinarle con más comodidad. Mas la gentil aldea se resistía a la inspección, ocultándose a medias detrás de los árboles, que le servían en toda su extensión de poético baluarte. No podía darse nada más bello. El río, iluminado por los rayos oblicuos del sol, era un cinturón de plata bru?ida que lo a
do!-Y a toda prisa dio la vuelta y bajó hacia el sitio donde lo dejara. Celesto se encontraba en situación apuradísima. Encogido, doblado, hecho un ovillo, yacía al pie de una de las paredillas del camino, mientras T
uno! ?Malos diablos te lleven a ti y a todos los capellanes! ?Ven
seminarista, que estaba a punto de pasarlo muy mal si uno de ellos le acertaba; mas lo
. ?Sucio! ?sucio! ?suciote!... Ya se lo diré a tu madre, que cree que tiene un santo e
ba del suelo a la víctima y la sacudía con la mano el polvo. Celesto se tocó por todas
gran
a usted el caballo, porque p
uadra no ha querido espera
us
erfectame
esto estaba un p
concluirán el día que tome las órdenes mayore
Andrés sonriendo irónicame
nte... s
; gran corredor de madera ya carcomida, cubierto casi todo él por una vigorosa parra, que lo aprisionaba por debajo con sus mil brazos secos y le servía de hermosa guirnalda por arriba; el vasto alero del tejado pob
ambita, que traigo forasteros!-principió a gritar Celesto, aplicando al propio ti
l corredor y en la puerta respectiv
n el cura desde arriba
brino en persona, se?o
sé yo que sería tan puntual. Al
z mórbida y pálida y la figura de perro sentado, a re
orito Andrés! ?Qué escuálido viene
rendió agradablemente que su mal estado de salud partiese el corazón de una persona que nunca le había visto. Echó pie a tierra