La alegría del capitán Ribot
interesante, sus ojos tan negros, tan inocentes y picarescos a un tiempo mismo, iban penetrando a paso de carga en mi alma. Y como sucede siempre en casos tales, empezaron agradándome sus ojos,
gó a hacerme feliz cierta manera defec
ía siempre con alegría, pero no con igual franqueza. Pude observar, no sin dolor, que, a pesar de la jovialidad y animación de su charla, se descubría en el fondo un dejo de inquietud o rece
ue el público ni las autoridades se enterasen; y después de varios ensayos igualmente reservados surgió la buena se?ora, fresca y juvenil, como si jamás mis manos pec
es aviesas de mi lengua, las refrenaba con tacto y firmeza, atajándome con cualquier pregunta indiferente cuando me advertía cercano a soltarle un piropo, o dejándome con su mamá para echar a correr delante, o esforzándose en hacer hablar a ésta. No me desanimé por ello. Fuí tan tonto o tan indiscreto que, a pesar de estas claras se?ales, todavía persistí en buscar rodeos habilidosos para dirigirle algunos golpes de incensario. Declaro, no obstante, que no pensaba que la estab
a villa y mirando las muchas y hermosas casas de camp
nda, pero nada suntuosa. Mi marido no e
itadamen
Pues yo, si fuera su marido
o hacia la ventanilla del coche para mira
bien; tenga
sentí en el rostro la impresión de dos ladrillos calientes. No supe qué decir, y queriendo escapar a la vergüenza me volví hacia la otra portez
y bueno, muy trabajador
acercarse a él, ni estas hermosas casas de recreo ni otras mejores ni ninguna de las comodidades que hoy disfrutamos existirían tampoco. Los holgazanes, los gandules o los pobres de espíritu se burlan de sus pensamientos mientras no los ven realizados; pero cuando llega la hora de verlos y tocarlos, se cierran en su casa y no vienen a fe
modo extra?o. Quedé estupefacto viéndola tartamudear, hacer pucheros, po
edes creer?.
s brotó de ellos un raudal de lágrimas, que se derramaron por sus mejillas y cayeron como copiosa lluvia sobre su regazo, y algo también tocó a mi gabán. Do?a Cristina, en presencia de este síntoma, abrió de nuevo el saquito de piel que llevaba a prevención y do
ro imaginando esto demasiado triste, hallé un modo decoroso de evitarlo chupando el pu?o del bastón y poniendo los ojos en blanco. Do?a Cristina no quiso
. ?Ribot!.
lo inconsciente y me apresuré a tomar el
ase, hablando con formalidad de asuntos diversos, principalmente de aquellos que eran más del agrado de D.a Cristina. Al cabo logré ver su fr
familia o entre personas de confianza. La mejor prueba de la
-exclamó D.a Amparo en
o te inspirase confianza, ?te hubieras
despedimos a la puerta del hotel me invitaron para almorzar al día
aunque coincidiese con el tipo ideal de belleza que había adorado siempre. Si me enamorase de todas las mujeres blancas y delgadas, con grandes ojos negros, que tropecé en mi vida, no hubiera tenido tiempo a hacer otra cos
íamos solos, porque su mamá no había dormido bien aquella noche y estaba descansando. Esto me llenó de egoísta satisfacción, y má
smayadito, he mandado subir un amargo, a v
uía la
como es consiguiente, de languidez y de poética melancolía. A la mesa rechazaba la mayor parte de los manjares. Mi alimentación consistía en tapioca, crema a la vainilla, alguna fruta y mucho café. Entre hora me quejaba de grandes debilidades y me hacía servir copitas de jerez con bizcochos. Claro está que me quedaba con un hambre terrible; pero la mataba a solas
istina riendo-. Es más vergonzo
te que ya que aborrecía tanto la hipocr
ranco!...-y me sirvió una
se descuidaba en punto a servirme cantidades fabulosas de alimento, superio
án! Me ha prometido usted
e franqueza. Cualquiera
amo. ?Adelan
hacia atrás en la silla y adopt
lvado la vida a mi madre solamente, sino como si me la hubiera
an. Do?a Cristina se levantó de la silla, y dirigiéndose a la puerta la abrió
os!-ex
ra Ramona-profirió D.
ró, sin embargo, aquel estado de embriagadora aleg
no nos vamos ma?ana. Mi marido
de un hombre a quien hacen habl
se en seguida, dice que como mamá todavía no se habrá rep
carta del bolsillo y
millón de gracias y celebra ten
y todo pude leer al final un ?adiós
, no hallé medio mejor de combatirla que beber más cognac de lo justo detrás del café. Esto me produjo una excitación que semejaba alegría sin serlo. Hablé por los codos y debí de expresar muchas cosas rid
do franco, capitán. Le rel
suelto a obedecer a usted en esto como en todo lo que me ordene... Hay, sin embargo-proseguí mirándo
a frente se arrugó. Pero volviendo al
sted de ningún modo. Ab
interesante se?ora. Continué charlando como un sacamuelas, y en medio de la charla intenté desl
imiento del muelle. Yo, con su permiso, fumaba un tabaco habano. Como su hermosa cabeza me ocupaba mucho
me hallaría muy bien en mi si
o que hacía, llevé mi mano a su cab
vo algunos instantes suspensa; y al fin, encaránd
se tome conmigo ciertas libertades... El servicio que nos ha pres
jamás lo estuve en mi vida ni pienso estarlo ya, y apenas pude balbucir algunas palabras de e
saber, que estaba sobrando en aquel sitio. Y sin pararme a examinarla con suficiente atención a la luz de una c
ojo y me molestaba lo indecible. Los amigos sonreían y mascullaban las palabras Martel tres estrellas, Jamaica, Anís del Mono y otras, que sonaban a marcas de licores; pero yo sabía a
ante aquel día. Pero de noche su imagen no quiso apartarse el canto de un é de mi litera, me tiró de los piés, me agarró de los pelos,
ase por mí y esto originase alguna turbación a su esposa; tercero, porque a D.a Amparo le sorprendería que no lo hiciese; cuarto, porque era necesario no dejar traslucir el desabrimiento que entr
entirme. Pero después de considerarlo en todos sus aspectos y volverlo a considerar y hacer infinitos esfuerzos por que
las prodigiosas aptitudes diplomáticas con que al cielo le plugo favorecerme, crucé por delante
t...!
és al Noroeste, y así sucesivamente a todos los puntos de la rosa náutica, hasta que,
, se
mismo con Cristina y... ?no había dicho antes que esta dama tenía la tez blanca? P
rme a extender la mano, y me respond
todo el día de ayer no ha pa
e. Mientras hablábamos, D.a Cristina no despegó los labios. Yo estaba molesto y confuso. No me atrevía a mirarla de frente; pero la observaba con el rabillo del ojo y
ozmente el haber venido, y sentía impulsos de marcharme con cualquier pretexto y no aguardar la llegada de Martí. Mas antes de que pudier
cabezas que venían asomadas a las ventanillas de los coc
-gritó co
-respondió
abrazó y la besó con efusión. Pero ella, ruborizada como una colegiala
l riendo a carcajadas, mientr
za como un ni?o y le besó repetidas veces, preguntándole c
elve los ojos hacia mí y me dirige una sonrisa afectuosa, haciéndome al mismo tiempo se?a con la mano para que me acercars
o con un poco de énfasis,
o a treinta a?os, alto, delgado, de rostro pálido y ojos negros, con barba negra también, sedosa y a
osiguió la dama-no llor
ne valor alguno! Lo mismo haría cual
lance con todos sus pormenores, re
güenza que alegría. Sentí remordimientos, y lo que en un principio me pareció
meros momentos la presencia de un extra?o tenía que ser molesta. Pero convine con él en que tomaríamos café juntos por la no
fatigada y con jaqueca. Pensé que era un pretexto y me causó tristeza. Quizá disipado el p
spejo y energía. Yo le dejaba hablar observándole con una curiosidad intensa. Lo que más impreso me quedó de él en aquella primera conversación fué cierto modo de ahuecar su cabellera ondeada metiendo los dedos por detrás a modo de peine y tosiendo levemente cuando iba a expresar alguna idea que juzgaba importante. Este ademán, qu
rtí y su suegra expresaron con calor su disgusto por mi marcha. Cristina no se presentó. Estaba encerrada en su alcoba arreglándose, a lo q
le en este momento. Que lleve usted un viaje muy feliz y le repito un m
os para que cuando volviese a Barcelona, ya que el vapor se detenía allí siempre ocho o diez días, hiciese una escapatoria a Valencia. Lo mismo él que su esposa tendrían gran placer en hospedarme en su casa. Vime
alurosamente para que no dejase de hacerle una visita. Volví a prometérselo con la reserva mental ya i