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La alegría del capitán Ribot

Chapter 4 No.4

Word Count: 5842    |    Released on: 06/12/2017

í. ?Cuántas horas había pasado de aquel modo en la soledad del océano entregado a mis pensamientos! Pocas veces habían sido tristes. Mi vida, des

mi temperamento un poco so?ador y fantástico preferí justamente esta carrera. Cedió mi padre con disgusto en la apariencia, tal vez halagado en el fondo por el aprecio que hacía de su profesión: me hice piloto en corto tiempo: navegué en dos viajes a Cuba como agregado. Pero habiendo fall

acepté con indiferencia. De nuevo navegué como segundo en un vapor de la misma compa?ía en que estaba empleado mi padre. Al cabo de pocos meses éste quedó paralítico del reuma y mientras se curaba los armadores me confiaron interinamente el mando del Urano. Desgraciadamente mi padre no pudo ejercerlo de nuevo: arrastró algún tiempo una existencia penosa y al cabo falleció. Mi madre hubiera deseado

a ello mi propio temperamento y la soledad en que el marino pasa lo más del tiempo. Después de la muerte de Matilde, no había vuelto a ocuparse mi corazón con un amor verdadero. Devaneos, aventuras de algunos días, bureos en los diferentes puntos de escala. Así había llegado a ver las primeras canas en mi barba y cabello. Pero mi natural romántico, aunque dormido en el fondo del corazón, no había muerto. Las aventuras truhanescas, las zambras corridas en los puerto

ngún disgusto. Muchas veces, al cruzar a mi lado en cualquier puerto una joven hermosa, procuraba guardar su imagen en la retina tenazmente. Luego, en la soledad del mar, la evocaba mi fantasía, la hacía vivir colocándola en s

ho más honda; había agitado casi todas las fibras de mi ser. En vez de representármela a mi gusto, la veía como se me ofreciera en la realidad. Y volvía a sentir la vergüenza y la tristeza que m

s ocupaciones, no tardé en lograrlo. Mas al cruzar la costa de Levante, de vuelta de Hamburgo, cuando doblé el cabo de San Antonio y se extendió ante mi vista aquella campi?a de suavidad incomparable que Valencia

fié el barco al segundo y me metí en el tren de Valencia. Llegué al oscurecer, me alojé en un buen hotel, comí, me ves

uardia? La idea de que pudiera sospechar que quería hacerle pagar con un galanteo molesto el servicio de Gijón me abochornaba. Estuve tentado a dar la vuelta al hotel, meterme en la cama y partir al día siguiente sin dar cuenta a nadie

calle del Mar, que cerca de allí desemboca. Seguíla entre turbado y alegre, y me detuve delante del número que Martí me había indicado. Era una de las casas más suntuosas de la calle, elegante, de moderna construcción, con elevado piso principal y un ático de buen gusto encima. El portal grande, adornado de estatuas y plantas y esclarecido por dos mecheros de gas. Uno de los balcones estaba entreabierto y por él se escapaban en aquel momento las notas alegres de un piano.-?Será ella

í tienes una

neamente y se volvió de nuevo hacia el piano, con la misma rapidez que si hubiera visto algo muy triste o espantable. Per

, Ribot. Agradecemos

do y no pude menos de resp

sual. Tenía un asunto que evacuar

brazó de n

as convencionales que a nadie enga?an y sólo sirven para declararnos por farsantes.

s circunstantes, a?adió

al capitán del Urano. ?

si acabase de ejecutar largos y penosos trabajos al sol, prematuramente calvo, y de cuya boc

no políti

gote exiguo y sedoso, ojos azules de mirar firme y escrutador, pelo lacio y atusado con esmero.

go y socio D.

, que sentada en un diván tenía sobre el regazo un bastidor en que bordaba. A su lado estaba una jovencita de diez y seis o diez y siete a?os, cuyo rostro de corrección admirable, suave y nacarado ofrecía la misma expresión de tímida inocencia que las vírgen

se discutieron las causas que habían originado el suceso. El cu?ado de Martí, con voz cavernosa y velada, tal vez por el abuso del tabaco, censuró agriamente la conducta de las autoridades de Gijón, que no tenían alumbrado de un modo conveniente el muelle. Respondí yo que los muelles estaban casi todos alumbrados de la misma manera por no hallarse originariamente destinados a paseo público, sino a la carga y descarga de las mercancías. Insistió é

ata suelta de color rojo, al través de cuyos pliegues quise adivinar que estaba encinta. Siempre que podía la miraba con in

ás que yo de tales asuntos; había viajado mucho, conocía dos o tres lenguas a la perfección y de sus viajes no sólo había sacado útiles conocimientos para los negocios comerciales, sino una muchedumbre de noticias etnográficas, históricas y artísticas que yo estaba lejos de poseer. Era un hombre realmente instruído, pero no pude menos de notar que le placía demasiado exhibir su ilustración, que redondeaba con esme

tía Clara, sin abandonar

ado los aceites? ?No es cierto que h

dido que han subido y

hecho caso. Es tozudo como buen gallego y de una vista tan corta para los negocios, que apenas ve má

z aguile?a se hinchaba y sus ojos parpadeaban de un modo tan imponente que en su presencia se creía uno transportado

no atreverse a llevar la contraria a

el acento heroico que si hubiese preguntado a un cóns

entó con alza

re de criterio estrecho, completamente inepto para las especulaciones al por mayor, se le pudo ocultar.

saber dónde le aprieta el zapat

no tendría precio. Pero como negociante es un desdichado, y sólo porque yo me h

ajo, regordete, de tez pálida, ojos peque?os y cal

oches nos

ego!... ?Adiós

so un átomo de su dignidad. Su marido, que por lo visto no había oído nada, fué dando la

jer; ya sabes que te

so, volviéndose a los circunstante

ntas; cuando no echa cuentas, baja al almacén a tomar notas; cuando no toma notas, escribe cartas; cuando no escribe cartas, habla en inglé

anegírico porque, en vez de agradecerlo y a

país. Si allí siguen hilando todavía al lado del fuego, en el resto del mundo desempe?an un papel

murando algunas f

lo sabe todo el mundo en Valencia? ?Voy a ser yo solo el que lo ignore o finja ignorarlo?... ?Cuántas mujer

rases lisonjeras, abriendo los ojos mucho y arqueando las cejas para expresar la admiración de que estaba poseído,-en

omas y llevando los libros con perfecta exactitud. Pero... le confieso ingenuamente que una mujer metida con placer en especulaciones ind

l de la mujer se reduce a ser un animal doméstico que el hombre acaricia o castiga a su antojo? ?L

-pero, en mi sentir, la mujer no necesi

re mi opinión... Isabelita-a?adió dirigiéndose a su hija,-?no te he

nrisa. Cristina se levantó del taburete dond

quiere decir-manifestó D.a

n a realizar lenta y penosamente lo que la mujer ejecuta de una vez y sin esfuerzo, hacer más soportable la vida aliviando sus dolores. Siendo, como es, la depositaria de la caridad y de los sentimient

las artes y las industrias, y no hallará un solo descubrimiento útil que se deba al ingenio o al trabajo de una mujer. Esto demuestra claramente que su cerebro es incapaz de elevarse a la esfera en que

s descubrimientos útiles. Pero hay otra a mi entender más importante; la f

y sin mirarme d

as uno se ha escapado de asignar al mundo su fin especial. Para los clérigos es el triunfo de la Iglesia; para los demócratas, la libertad política; para los músicos, la

iscurso exponiendo su pensar tranquilamente en una serie de razonamientos encadenados con lógica y expresados en forma elegante y precisa. No pude menos de admirar lo variado de su erudición, su ingenio penetrante

las condiciones de vida de las abejas, sería un deber para las mujeres solteras el dar muerte a sus hermanos, como hacen las abejas obreras. Todas las manifestaciones de la vida, hasta las más altas, se hallan regidas por el instinto. El ho

ndante, pero deshilvanada, como hecha más para entretenerme que para instruirme. Por otra parte, no habiendo cultivado

a cortando de un modo

cuál es el destino de la

mos, incluso

r bot

murmuró aquél de mal humo

le caigan más botones que a ti. Todavía no se ha dado el caso

algunas palabra

ga ella-a?

stantes-dijo la re

igió una mirada sever

e raso encarnado-. Los botones no son eternos, y creo que mi hijo no ha de ir

ción, como si acabasen de a

sa tiene poca importancia y no merece que usted se

r sobre mi hijo cualquier defecto. El pobre es bien desgraciad

oción aún. Quise advertir con asom

á!-exclamó

á!-exclamó

aban pesarosos

no puede ver los de sus hijos. Sufro horriblemente cuando cualquiera me los se?ala y mucho más cuando es una persona de la familia... ?Me vienen a la imaginación

as sales y se lo dió a oler. Martí también acudió con solicitud filial. Ambos la prodigaron mil atenciones afectuosas, deshaciéndose en excusas. Gracias a sus palabras cari?osas, a mi entender, más que al

amoso y su mujer, Isabelita y Castell apenas concedieron atención al incidente y continuaron hablan

sado en las estrecheces del camarote o en nuestra modesta vivienda de Alicante. Cuando llegamos, una doncella estaba haciendo mi cama bajo la inspección de la se?ora. Al entrar, sin ser oídos, ésta aplanchaba con s

ted ya ver si c

u marido la detuvo

para que traigan

todo-respondió con alguna impacienc

o regocijo. Salimos de nuevo al corredor y dij

Amparo se ha dis

cia, el menor descuido la hiere profundamente y hasta la hace enfermar. Por eso, aunque andamos todos vigilantes y atentos con ella, no basta. Figúrese usted que yo he tomado la costumbre de besarla antes de ir a acostarme. Pues si un día se me olvida por

de mundo, celebrando haberme conocido, etc. Sabas y su esposa se mostraron muy afectuosos. D.a Clara, majestuosa y severa, me dió las buenas noches sin mentar

ra los negocios. Pero la mía es una excepción, ?sabe?... ?Oh! ?Una maravilla

n blanco, como si tuviera delante de sí

Yo no tenía ojos más que para ella. D.a Amparo besaba a todo el mundo, besaba a su hijo, a su nuera, a do?a Clara,

no le conocía esta habilidad, mi sorpresa fué grande, pero mayor aún mi gozo. Era la suya una voz, dulce y grave a la par, de contralto. La música de los grandes maestros tiene el privilegio de conmovernos siempre; pero cuando la transporta a nuestra alma la voz de la mujer que se adora, entonces parece e

acó de él

cansar. El capitán

abitación, no sin que Martí le besase antes la ma

me dijo Cristina-no tien

noche. Martí me acompa?ó hasta el cuart

n el olor de la brea, capitán, mand

La acogida cari?osa de esta noble familia me conmovía; la franqueza cordial de Martí me llenaba de confusión y vergüenza; pero la figura gentil de Cristina se alzaba delante de mí adorable, deslumbradora, borrando todo lo demás.

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