La alegría del capitán Ribot
erdadero moro por sus ojos, por su tez, por sus dientes y, sobre todo, por su silencio, era un prodigio para aderezar paell
Era un hombre triste, manso, de ademanes perezosos. No se alegraba nunca, pero gustaba de ver alegres a los demás. Los domingos, y también muchas tardes, cuando terminaba temprano su faena, solía sentarse delante de la barraca y hacía sonar suavemente la dulzaina un rato. No lo hacía para su regalo; aquello era un reclamo nada más. Poco a poco iban acudiendo a la
te por un método rigurosamente matemático. Para ello formuló en primer lugar algunas definiciones claras, precisas, luminosas: ?Qué es una finca de recreo.? ?Qué es una finca productiva.? ?Qué es una finca mixta de regalo y de utilidad.? Después de esto estableció algunos axiomas tan profundos como incontrastables: ?Todo lo que es productivo debe producir.? ?Para conseguir un fin deben aplicarse los medios.? ?El hombre no está aislado en el mundo y debe pensar en su familia.? ?La vanidad no debe influir en los acto
la tarde atacó su espíritu lú
?-me preguntó después de larga pausa, suspendiendo s
e mi alma iban pronto a ser sondadas y temblé viendo que aquel c
en eso... Nuestra vida es incompat
usted, tienen derecho a retirarse tranquilamente y disfrutar de una vida confortable-repli
o que a nadie había dado cuenta del estado de mis negocios. Admiré en el fondo del corazón aquella p
ral. La fuerza con que extraían el humo del tabaco era tal, que estoy persuadido de que se tocaban por dentro. Al m
bitamente, con ese acento brusco y perentorio que caracteriza
Yo empalidecí temiendo que hubiera oído aquellas gravísimas pal
una chica muy linda, muy modesta y adem
pefacto-. ?Y por qué me a
provocó en sus bronquios una crisis de tos
cuando estén ustede
nozco en mí mérito alguno para ser admirado de nadie. Y en cuanto a Isa
oria, y mi opinión es que debe usted dejar su vapor y embarcarse a toda prisa en esa linda goleta. Sencilla, modesta, bien educada, hacendosa, acostumbrada a la severa economía de una casa donde se dan cien vueltas a un duro antes de soltarlo, hija única y heredera universal de todo el dinero de su padre. Y mi tío Retamoso posee más de lo que la gente se figura. ?Quién supo jamás el
las relaciones humanas. Aunque se tratase de mi porvenir, y me sintiese, por lo tanto, embargado por la nueva perspectiva que se ofrecía a mis ojos, tuve, sin embargo, bastante libertad de espíritu para admirar la dialéctica de su discurso, su riqueza sorprend
para tomar el refrigerio que nos tenían preparado
decidido a irte
l barco debe de llegar
iéndome una mano cari?osamente sobre el hombro a?adi
ro alegre y simpático. Guardé silencio. él hizo lo mismo, echándose hacia atrás en la silla y per
mo una persona formal. ?Vas a estar solo siempre? ?No piensas en la vejez y en lo triste que es pasar los últimos a?os de la
o, pero triste en el fondo del
... Yo conozco-a?adió echando una mirada maliciosa hacia el sitio donde estaba Isabelita-una ni?a
ía si le propusieras un ho
abes quién es, te diré en con
o hom
nsta de un modo se
espejo porque no había allí ninguno; pero miraba mis manos velludas y atezadas, echaba una rápida ojeada a mis pies
cubrió de rubor, como si en vez de la aceituna hubiera pinchado mi corazón. No estoy seguro, pero se me figura que poco después de acaecido esto, le serví una rajita de salchichón. El mismo rubor inundó su frente con el embutido que con las aceitunas. La repetición consecutiva de este fenómeno fisiológico introdujo la alarma en mi espíritu. Todos mis sent
ue apareció en su semblante. Me dijo que sí, que podían muy bien describirse, y que sólo un pícaro marino acostumbrado a enga?ar mujeres por todo el litoral podía hallar imposible semejante empresa. Dicho esto, se puso más encarnada que una cereza. La conversación se prolongó largo rato en dulce y ameno discreteo, como si representásemos una comedia de capa y espada, y mie
a saltar con ella, como un colegial aturdido, y no tardé en advertir que, al poco rato, todos se sentaron y que éramos objeto de su contemplación atenta. No por eso se calmó mi turbulencia. Todavía seguí brincando largo rato entre las palmad
le habían causado más de un sobresalto, no había vuelto a alborotarse de aquel modo. Nos jaleaba, nos aplaudía, nos tiraba chufas y almendras y hasta nos manifestó deseos de bailar también. Emilio y su madre se lo impidieron, a causa del estado en que se hallaba. Pero su boca no cesaba de soltar bromitas y donaires que hacían estalla
entado-. Ahora es necesario no enfriar el horno. Insinúes
a su nariz borbónica mientras tomaba a sorbos un refresco de chufas. Ignoro si sería aprensión, pero se me figura que le oí murmurar dos o tres veces la palabra shocking. Nada tendría de extra?o, porque esta ilustre matrona en los casos difíciles pref
la mano a la cabeza y al corazón. Las sales volátiles de do?a Amparo no sirvieron de nada; tampoco el azahar ni el agua de Melisa ni las otras drogas que como amigos fieles acompa?aban a todas partes a esta nerviosa se?ora. Sup
en compa?ía de ésta y de Matilde haciendo esfuerzos por ocultarlo; pero viendo que me era imposible y temiendo que se notase mi humor, me quedé con disimulo atrás para caminar solo. Estaba descontento de mí mismo. El galanteo de aquella tarde me parecía una traición hecha a mis sentimientos, al amor dulce y delicado que
uviese más remedio que hacerlo. Porque habiéndosele olvidado su reloj en la barraca y queriendo volverse a recu
grave que rayaba en la dureza,
s de amor me creerá si le digo que aquel s
Cristina; tengo que hablarle-
beza al firmamento y en un tono glacial que, po
abrá usted observado que esta tarde estuve un poco más expre
ada-respondió con
, a pesar de la gran diferencia de a?os que entre nosotr
como si recelase que
n dicho categóricamente tanto
es de poner en ridículo a cualquiera. Afortunadamente, usted es hombre de juic
s pasos para conquistar su voluntad, y antes de ir
ara qué necesita usted mi aprobación, ni qué tengo yo
ien usted quiere mucho al parecer, y se trata de mí, a quien inmerecidamente ha distinguido con su aprecio. Nadie mejor que usted puede dar en e
lo. Yo la observaba con el rabillo del ojo y me parecía advertir en su rostro leves, imperceptibles cambios. Su frente tan pronto se
y saben apreciar el corazón delicado de una mujer. Isabel es muy ni?a; poco puedo decirle de su carácter. Usted se encargará de formarlo. Pero sí puede asegurarse que sa
ue me la hace más p
Cu
er prima
ó, fruncióse su frente y resp
usiones o, lo que sería aún peor, para seguir alimentándolas en secreto en perjuicio suyo, cometería us
avivó el paso y se reunió
serias meditaciones para seguir haciendo el cadete con Isabelita. Pretextando dolor de cabeza me situé en
de Emilio, que entró en mi cuarto como un huracán,
clamó riendo y tirándome de la b
ndí mirándole
rino de una ni?a más hermosa
.? ?Cris
consintió entrar en el cuarto. Con la mujer se arregló la pobre... ?Qué valor! ?Qué sufrimiento, capitán!... Ni un grito, ni una queja siquiera. Yo andaba muerto, desencajado, pidiéndole por Dios que chillase... No comprendo el sufrir sin quejarse... Me aterran los temperamentos como el
jecutó una porción de maniobras que demostraban la agitación placentera de su espíritu. Yo me sentía ta
concedes el honor
igiosos, ?sabes?... Como Enrique profesa esas ideas tan atrevidas y las emite con demasiada franqueza, las se?oras no pueden perdonárselo... Todo depende de que no es un hombre práctico... Podría muy bien tener todas las ideas que quisiera, si las guardase un poco más c
sacudía su negra cabellera ondeada de un modo q
qué dice de l
uncié tu nombre
s a la iglesia y cumplí mis deberes con emoción, rebosando de orgullo. Al otro tomé el tren de Barcelona, prometiendo a mis