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La alegría del capitán Ribot

Chapter 5 No.5

Word Count: 5560    |    Released on: 06/12/2017

estado en ella y siempre me impresionó gratamente la animación sin ruido enfadoso de sus calles, su cielo sereno, su pe

lvarrosas y jacintos; el mar, brisa fresca y saludable; el cielo, los efluvios de luz radiosa. Valencia despertaba y sonreía a su huerta de flores, a su mar y a su cielo incomparables. Aquella situación privilegiada me hizo pensar en la Grecia antigua; y al ver cruzar a mi lado los rostros alegres, serenos, inteligentes de sus hab

emos amigos de toda la vida comenzó a hablarme de su familia, amigos, trabajos y proyectos. Estos eran innumerables: tranvías, reforma del puerto, ferrocarriles, ensanche de calles, etc. No pude menos de pensar que para llevarlos a cabo se necesitaba, no sólo enorme capital, sino una actividad sobrehumana. Martí parecía poseerla. A la sazón, además del tráfico de los vapores, que casi marchaba por sí mismo y le robaba poco tiempo, tenía en explotació

. No había, al parecer, en el mundo hombre más instruído, ni ingenioso, ni recto. Todo lo sabía; las ciencias no tenían secretos para él; el planeta no guardaba rincón que él no

engo un temperamento esencialmente práctico... Y si usted no lo achacase a jactancia, me atrevería a decir que en Espa?a hacen más falta los hombres útiles que los filósofos. ?No le parece que hay plétora de teólogos, oradores y poetas? Si queremos colocarnos a la altura de los demás países de Europa e

de usted en esas em

úmeros. Es rico y quiere disfrutar tranquilamente de su fortuna. Pero aunque no se mete en ne

Clara también participa del mismo temperamento-le dije para sat

ma de la casa, quien los ha hecho ricos, es su marido... ?Oh, el tío Diego se pierde de vista! No hay comerciante más h

que es su se?ora quien le ilumina en los casos difíc

le dé algún buen consejo; pero no los necesita... En Valencia le tienen por so

verse obligado a murmurar. Sólo se hallaba en terreno firme cuando elogiaba, y lo hacía con tal fuego, que par

y más negro que por la noche. Me saludó con gravedad y cortesía y, después de dar algunas vueltas juntos, me instó a acompa?arle a su casa, pues necesitaba mudarse de ropa. Me sorprendió esta

de pipas, cosa muy notable. Al parecer, era una de las curiosidades más dignas de visitarse en la ciudad, y con amabilidad, que agrad

o a m

rdaba los bastones. Eran muchos, en efecto, y muy variados, y los exhibía con

o, porque era demasiado largo... Mire usted este otro... palo de violeta; huele frotándolo. Huela usted... Est

a del gabinete y apare

nos deja venir

-respondió con solemnidad el padre

abellos negros rizados. No había visto nunca criaturas más hermosas. A todos los acaricié con efusión, y muy especialmente a la ni?a, cuyos ojos aterciopelados eran una maravilla. Pero ellos se mostraban tímidos y, sin atender a mis preguntas, miraban a su

s dejado entrar

í a sacarte una camisa-re

habitación. Después se sentó esperando que s

el más consumado y también el más abatido ayuda de cámara. Le puso la camisa; le puso la corbata, se arrojó al suelo para abrocharle los botones de las botas. El feliz marido se dejaba vestir y acicalar con grave

s... Di a la muchacha que tenga cuidado de no embadurnar lo

le faltaba un botón en el ch

a mirada tan severa q

ar la ropa... Lo dejé apartado para pegarlo...; pero me llamaron

ué importa un botón más o menos?-

e una distracción l

o? Un botón... Un botón... ?Qué significa un botón compa

os; no seas así!-profi

go?-gritó él ent

y se puso a

, di?-siguió él

no levantó

as incoherentes y acompa?ados de un aspero crujir de dientes que la son

serenar su espíritu. Encerró los vientos

hoy. Ya se lo he dicho a Cristina. Tiene una

tal grandeza de alma, y, al fin, respondí que t

n. Al levantar la cabeza pude obs

los bigotes. Matilde giraba en torno suyo como una mariposa, arreglándole la ropa y la corbata y el sombrero con sus manos blancas y regordetas. Se le había pasado el disgusto. Parecía alegrísima y miraba y remiraba por to

ni?os, que quisieron lanzarse a su padre para b

ede ser... Me vai

do indemnizarles de aquel disgusto. ?Vano empe?o! Se dejaban acariciar por

dvirtiendo que el cuello de la camisa no se le veía bien a causa de la levita, bajó precipitadament

icas, llevando entre las manos grandes ramos y canastillas de ellas que sus amos enviaban de regalo a los amigos. En Valencia, las flores constituyen un obsequio tan general y sencillo que el envío de ellas equivale a un saludo. Al cont

de comer; pero Sabas se creyó en el deber de invitarme a tom

atural gravedad. Hablóme de su familia y amigos. Observé pronto que poseía un temperamento analítico

ía de flexibilidad, de cierta dulzura absolutamente necesaria a la mujer; en fin, aunque bondadosa en el fondo, no se hacía amar. Bien hubiera querido protestar contra tal absurda afirmación. Preci

ba cansado de él y pensando en otro. Esta circunstancia le había hecho perder mucho dinero. Las empresas en que se había metido no podían contarse: algunas de ellas serían muy beneficiosas si hubiera persistido; mas apenas tropezaba con las primeras dificultades, se abatía y las abandonaba. S

adoración apasionada, fervorosa que por él sentía. "Pero no hay que tocarle este punto porque re?iría usted con él, como yo he re?ido varias veces. En cuanto salga en la conversación el nombre de Castell, es necesario abrir la boca,

acilitaba dinero para sus negoci

udo que le facilitará dinero; pero todos sabem

interioridades de familia que no

o. Se le han conocido ya tres, una de ellas griega, ?hermosa mujer! Las tiene una temporada y luego las despide como a un lacayo que no le sirve. Esto, como usted comprende, en una capital de provincia cons

ue son ricos sus tíos l

duros, no por millones... Pero todo ha sido ganado a pulso, ?sabe usted?

es una se?ora de mucho ente

ltó una

es el gallego más fino que ha nacido en este siglo. Se ríe de su mujer y es capaz de reirse de su sombra. No le considero capaz para las grandes empresas, no tiene, como ahora se dice, el

ente finas y atinadas sus observaciones acerca del carácter de los valencianos, de sus costumbres, de la política y la administración que regían en la provincia. Confieso que me había equivocado. L

cuentran comercios de gran lujo, el número crecido de vetustas casas de piedra de artística fachada pertenecientes a las nobles familias que la hicieron famosa y respetada en todo el mundo; sus Torres de Serranos, entre cuyas almenas se cree aún percibir la silueta del caballero; sus puentes de si

uel peque?o recinto. Las damas con su rosario y libro de misa en las manos, plantadas delante de las vendedoras, examinaban con ojo inteligente el género, regateando infinitamente antes de decidirse a comprar. Los caballeros encargaban ramos y canastillas, dando instrucciones prolijas para su construcción. Hasta las humildes criadas y m

as vendedoras saludaban a mi amigo por su nombre, le dirigían sonri

r en el mercado-

iano nada más-me res

mpujó hacia una de las puertas, donde, algo retira

; verá usted cuántos talles salados

equiebro, una palabrilla amable mi compa?ero. Bastantes de ellas le conocían y le saludaban; algunas se quedaban un instante paradas, respondiendo con gracioso tiroteo a sus frases gala

elicados, de una trasparencia de ópalo, de una pureza tan exquisita como ahora. Luego, ?qué ojos! El alma volaba tras de su negrura y mist

ntilla: en una mano traía el libro de misa y el rosario anudado a la mu?eca en forma de brazalete; en la otra, un pu?ado de claveles. Venía con su prima Isabelita y acompa?adas ambas de Castell. No puedo explicar la impresión que me causó este hombre en aquel momento. El corazón se me apretó c

otros. Castell e Isabelita nos felicitaro

alanteo!-manifestó la hija de Retamoso dán

ado la frase se rubor

e galanteado nunca. Pero estamos a tiempo. Te estás poniendo tan lind

Castell vino en su ayuda. Mientras tanto, Cristina se hacía la distraída mirando a un lado

s capaz de ponerme uno de

é no?-re

a, escogió el más hermoso y gra

na osadía que había perdido ya

os demás n

preguntó alargánd

e usted me lo coloque en e

último, tomó al azar otro clavel y precipitadamente me lo puso también. Creí advertir (ignoro

dijo entonces Castell incl

os!-replicó ella con mal h

-murmuró el banqu

mío?-le preguntó tí

n placer

r, mientras la ni?a le prendía el clavel en la le

amos andado muchos pasos cuando aquél detuvo a una linda menestrala y se quedó diciéndole chicoleos. Castell y

mi compa?ero-me parece un much

respondió Caste

ico?-pregunté

en siempre de dentro afuera; jamás se le ocurrió aplicarlas a su propio ser. Así que derrochando análisis, censuras, consejos muy justos y atinados resulta un hombre perfectamente insensato. Ha empren

gírico!-exc

o obsta para que sea un hombre simpático, popular y generalmente querido: y es p

ersona y aún más el misterioso flúido que me comunicaba su proximidad me tuvieron embriagado, inquieto. Hasta el punto que, queriendo mostrarme atento y galante con ella, apenas hacía ni decía cosa ordenada: mojaba el mantel al echarle agua, le preguntaba tres veces seguidas si le gustaban las aceitunas y dejaba caer el tenedor al o

d mil pesetas por ese

mó Martí levantando

hubieran sorprendido cometiendo un crimen. No

bromas que

rguido con altivez su

y no vende las flores q

?quieres que Ribot te venda ese clavel cuando si me lo hubiese rega

cencia y nobleza de aquel hombre me conmovieron. A Cristina debió de lleg

so tú e

palabras eran un

eben comprarse con dinero. Desgraciadamente los hombres no tenemos para ellas término de comparación

bien para casi todos los casos que se presenten. Aquí tiene usted otro clavel mejor que

eron. Cristina ap

, hazme el favor de arrancarle el clave

o tapó con

i Castell no da las dos pesetas, entonce

sacándolas del bolsillo y

s quitándose el cla

é que a Cristina le hizo mal efecto. Insultó a su hermano c

las palabras de Castell me habían causado. Concluímos de comer alegreme

ncia se hacía indispensable. Fueron a despedirme a la estació

a permiso para quedarme en casa el tiempo invertido en otro; mes y medio próxi

eplicó apretándome la mano cari?osamente

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