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La alegría del capitán Ribot

Chapter 6 No.6

Word Count: 3986    |    Released on: 06/12/2017

élla alguna virtud misteriosa y estimulante. En tierra puedo alguna vez sobreponerme a mis sentimientos más vehementes y vencerlos.

n mi vida delante de do?a Cristina, y continuando en esta plausible determinación todo el tiempo que permanec

tí. Ni aun en sue?os la dejaba mi mente: cada una de sus palabras sonaba incesantemente en mis oídos, como si tuviese en mi cerebro un fonógrafo encargado de repetirlas, y estaban clavados en mi corazón todos sus gestos y ademanes. Al pasar por

ristina y las otras dos do?a Amparo y do?a Clara. Me acerqué a ellas por detrás saludándolas (nunca lo hubiera hecho). Cristina vuelve la cabeza y, como si viese algo espantoso, deja escapar un grito y corre precipitadamente algunos pasos. Mi estupor fué grande y la sorpresa de aquellas se?oras tampoco fué peque?a. Comprendiendo inmediatamente lo extra?o de su conducta, y avergonzada, se rehizo y vino a saludarme con extremada amabilidad. Explicó el grito y la huída manifesta

constantes trabajos al sol. El resultado de ellos, a lo que pude entender, fué la adquisición de una boquilla toda de ámbar con sus iniciales grabadas, de la cual estaba tan orgulloso que parecía dar por bien empleados los afanes y desvelos que le había costado. La impresión que mi llegada produjo en Castell nunca pude averiguarl

la profundidad del afecto que había logrado inspirarme. Su recelo y su inquietud respecto a mí iban en aumento, y este recelo era causa de que en ocasiones faltase a la cortesía. Desde luego se notaba que poní

s apartaba la vista de Cristina. En cuanto se me presentaba ocasión le hacía ver lo que pasaba en mi alma. Si le caía cualquier objeto al suelo, yo era el que se apresuraba a recogerlo; si echaba una mirada a la puerta, ya estaba yo corriendo a cerrarla; cuando se quejaba de cualquier molestia, le

esaires mudos me causaban dolorosa impresión. Pero estaban compensados por otros goces, fantásticos quizá, pero que no dejaban de ser por eso delicados. Cuando estábamos sentados a la mesa, aunque ponía como

zmente guardado. El pudor de sus sentimientos era tan vivo que cualquier manifestación de ternura le causaba vergüenza. Prefería pasar por dura y fría antes de consentir que leyeran en su alma. Al revés de su mamá, que sólo estaba contenta dando o recibiendo mimos y besuqueando a todo el mundo, jamás hacía una caricia a las personas de su fam

ambién un poco desarrollado el espíritu de contradicción, esto es, solía llevar la contraria a los demás, pero no por orgullo ni por mal humor, como pude convencerme pronto, sino porque, siendo tan profundamente reservada en sus afectos, le repugnaba que cualquiera los exhibiese con vehemencia. Y con esto ?caso extra?o! jamás hallé

ara que diese mi opinión. Por último, a los cinco o seis días de mi permanencia en Valencia me propuso alegremente que nos tuteásemos, y sin aguardar mi respuesta se puso a hacerlo con amable cordialidad que me conmovió. Sentí mezcla de orgullo y humillación, de placer y pena: pensaba que la confianza de aquel hombre me acercaba materialmente a su esposa y me alejaba cada vez más de ella moralmente.

(mes que a la sazón corría); pero este a?o, a causa del própero suceso que se aguardaba, tendría que dilatarse el traslado. Le rogué que hiciéramos el camino a pie y a cam

gudo, metidas casi siempre en un bosquete de naranjos, granados y algarrobos, se extiende un cultivo simétrico de flores y legumbres, grandes cuadros de claveles, azucenas, rosas, alelíes, mezclados con otros de fresa, alfalfa y alcachofas. Y corriendo entre ellos por sus caminitos bi

veía siquiera el cam

diestro y hábil en esta clase de trabajos, con el cual pienso emprender inmediatamente la canalización de un río en la provincia de Almería, donde existen grandes terrenos aprovechables y falta agua para los riegos y vías de comunicación. Es un proyecto que me da vueltas hace a?os en la cabeza. Bien sabes tú

n la contemplación de la hermosa, matizada a

sándome el brazo por encima de los hombros,-sólo vienen después de algunos a?os de experiencia... y a

eden perfeccionarse,

sentido, y no conseguí más que estrellarme. Cuantos asuntos le confié, a pesar de llevar instrucciones precisas y termin

y aun me vino a la imaginación que acaso él lo hubiera provocado como ciertos ni?

momento de la aplicación, y es hombre que se detiene ante un grano de arena. Todo es obstáculos, vacilaciones, escrúpulos. Se desanima antes de comenzar y abandona cualquier negocio. Para llevar a ca

fumado. La alegría de aquel paisaje, sereno y luminoso como un cuadro de Tiziano, las escenas idílicas que aquí y allá tropezábamos, penetraban en el alma y la inundaban de suave felicidad. Al través

er su alquería. En el camino vi un cercado singular cuyos muros estaban fabricados de piedras perfectamente simétricas e iguales. Parecía en ruinas, y al

o?-pregunté

poco los pu?os de la camisa y profirió

ábrica de pied

parecer, n

N

ién pe

s

?

a. Seguimos algunos pasos más sin que se dignase echar siquiera una

a! Mira... todo ese cercado está construído con product

me explicó la quiebra de la fábrica por la carestía de la mano de obra. Valencia era una provincia que desde siglos atrás había dejado de ser industrial para co

el mirar hacia su desventurada fábrica. Así que, para no desazonarle más mostré el mayor desprecio pos

jardín. Los caminos anchos y enarenados, orillados por naranjos, limoneros, granados y otras muchas clases de árboles frutales. Aquí un bosquecillo de laureles y en el centro de él una mesa de piedra rodeada de sillas; allá una gruta tapizada de jazmín y madreselva; más lejos un macizo de ca?as o de cipreses, y en el centro una estatua de mármol blanco. Y como fondo para esta decoración, la línea azul del mar, sobre cuyas olas parece que van a caer las naranjas desprendidas de sus tallos. El sol, que ya declinaba, envolvía la huerta y el mar con llamarada viva; sus rayos de oro se enfi

ellos. Sólo al llegar a un rincón cerca de la playa pareció distraerse algunos instantes para ense?arme un pabelloncito de estilo griego que

el mar, y encima de la puerta grabado un

fué cosa de mi mujer. Por eso hi

ue?o estanque imitando el foso. Lo atravesamos por medio de puente levadizo y ascendimos por un sendero estrechísimo entre setos de boj y naranjo, y llegamos a la cumbre en el mismo tiempo que lo digo. La

de mi amigo Castell, y, como es natural, le puse su no

buena parte de la huerta, todo el Grao y Puerto Nuevo y gran extensión de mar. Sobre sus olas menudas, innumerables, sobre el azul fuerte y oscuro de la masa de agua ensanchaba su bóveda de cristal el cielo matizado de suaves tintas de grana. El sol dejaba correr sobre las olas un río de oro. En la

ablemente por la vista de un edificio grosero de

conato de fábrica de cerve

surcada su frente po

as llegado a

ad del agua. El maestro que hice venir de Inglaterra no me

astillo seguido por mí. Había en los ademanes de aquel hombre, lo mismo en los que expresaban alegría que disgusto, tanta cordi

maíz, sus jardines y frutales. Era la hora de dejar el trabajo, y los huertanos, con el típico pa?uelo liado a la cabeza, descansaban a la puerta de las barraca

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