La alegría del capitán Ribot
que me han servido en los diferentes puntos donde suelo hacer escala con los que guisa una se?ora Ramona en cierta tienda de vinos y comidas llamada El Cometa, situ
oy; me ponen la mesa en un rincón de la trastienda, y allí, a mis
mecha encendida sobre una pipa de petróleo, se prendió fuego, acudimos a atajarlo, y con no poco trabajo, arrojando al agua esa y otras pipas, lo conseguimos. Se quemó la caseta del piloto, mucha jarcia y una parte de la obra muerta. En fin, la avería nos
lo la silueta de los carabineros de ronda o la de algún paseante melancólico se destacaba borrosamente de las tinieblas. Pero aquella obscuridad, que los escasos faroles no bastaba a disipar, se alegraba de pronto por la ola de luz que salía de las dos puertas de El Cometa.
as sacudidas de risa, que originaban ineludiblemente algunos golpes de tos, inflamaban sus mejillas y las transportaban del rojo grana al violeta. De todos modos, yo agradecía profundamente aquella carcajada y también los accesos de tos, considerándolos como pre
me salieron a
?por
r era ayer
asmo de risa, seguido del correspondiente ataque de tos asmática. Una vez que logró salir de él, terminó
r, que voy a
se atrevió
, se?á Ramona. Saldre
el entrecejo y profir
un guisado de callos y y
gravedad de las circunstancias, no vacilaron en ponerse en pie, me contemplaron un
Ramona, cuyo rostro se dilató nuevamente-
e expresar la más pr
vantarán nada?-pregun
oy... Ust
rto modo propio para dejarme
adamente el estómago con ajenjo, meditando al mismo tiemp
picantes y aromáticos como mi
rayo de luz inundó mi cerebro disipando el negro fantasma de la duda. Palpitó mi corazón con inexplica
ión que embargaba mi alma y so
amé quedando inmóvil con el ten
?or; un
icho ?
el m
ro g
seguido de la tabernera. Cuando abrí so
ocorro!... ?Por D
y percibí la figura de una mujer que, agitando los braz
pasaba, y corrien
én ha
Sálvela usted!..
Dó
qu
espacio que quedaba entr
umergido, gracias a la ropa. Me acerqué a ella y le eché mano a lo primero que hallé, que fué la cabeza, y se la arranqué. Esto es, me quedé con una peluca en la mano. Volví a agarrarla, y esta vez lo hice por un brazo. Tiré de ella hasta acercarla al casco del barco. Sólo entonces se me ocurrió que era imposible salvarla sin auxilio de otra persona. ?Cómo
o y ondeado; el conjunto de su persona, si no de suprema belleza, atractivo e interesante. Vestía con elegancia, y su madre lo mismo, por lo que vine a entender que se trataba de dos persona
de consideración, sintiendo que el frío del ba?o me penetr
e y, apretándome las manos con fuerza y clavando
as, caballero! ?
otro tanto, porque en realidad así lo pensaba. El único sacrificio real que h
una pulmonía. Pero me di prontamente una fricción enérgica con aguardiente de ca?a y me arropé tan