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La alegría del capitán Ribot

Chapter 9 No.9

Word Count: 2709    |    Released on: 06/12/2017

repentinamente seria como antes. Poco a poco su franqueza fué aumentando, haciéndose cordial y, en los límites de su temperamento reservado, afectuosa también. Su delicadísimo

que se le olvidaron en la tienda. Martí quería enviar por ell

lle de San Vicente? Pues hágame el favor de

che cuando se lo entregué lo re

o secamente,

que aquello era una recompensa

el puente y la mitad de la obra muerta en el Canal de la Mancha, sentí de tal suerte encogido el corazón. La encargada de proporcionarme tan cruel desazón fué do?a Amparo. Nos hallábamos en el gabinete de costura esta se?ora, Cristi

gunté contemplando el retrato de una ni?a de

ce usted?...

mirando hacia ésta observé

colegio. ?Verdad

-respondí t

i parezco un pajarito desplumad

remonísima. Desde entonces no has hecho más que perder. ?Ya darí

blemente era muy bonita en aquella ép

atreví a contradecirla ya abiertamente: sólo emitía monosílabos o frases de dudosa interpretación. Al cabo dejamos esa

je. Guardábamos silencio; pero tres o cuatro veces que levanté los ojos observé que me miraba con i

onunció e

erecho a hace

! Ri

?-respondí fingiendo sali

usted a

... No

ire usted

etición sería una redundancia absurda si no

rque un poc

lla con chirrido de mal agüero. Y adoptando un continente tranquilo y desembarazado, bien contrario al que me correspondía

tá enamorado de

amarillo, verde, azul... En fin, pienso que mi car

e usted suponer?... ?En mi vid

e sales, me agarró con una mano la cabeza y con la otra me lo puso en las narices. ?Para sales estaba yo en tal instante! Aparté como pude de mí aquel cál

fortalecer los espíritus. La tragué, no sin dificultad, porque la garganta se me había apretado hasta el punto de que apenas podía respirar. L

Nadie podía tener el atrevimiento de ofenderla con sentimientos que no fuesen de respeto y admiración... Menos yo que nadi

spiraba con ansia por la nariz las sales de su frasquito-. Pero

d, se?ora... Le a

o sobre el hombro y mirándome con semblante risue?o

ra, po

ted, tunante! ?

ncito suave y ca

o, recelando algo

Usted está enamorado de Cristina

je yo viendo el postig

argo, y entre los dos, fran

ería aquella se?ora? ?Por qué me habla

za-. ?Tiene un tipo tan interesante, tan delicado! No extra?o que

?ora

más, Emilio no tiene igual, ?tan cari?oso! ?tan leal! ?tan espléndido! Adora a su mujer. Yo le qui

endrá, descuide usted

so conmigo! Luego, ?qué culpa tiene el pobre de haberse enamorado?... Lo que está muy mal es decir cositas al oído a Cristina cuando Emilio no le ve... Supongo que serán tonterías... que es guapa, que tiene los ojos así y el pelo de otra manera... Per

n este instante tan aturdido, que v

n querer. Pero conmigo no debía de ser tan tímido. Ya sabe el cari?o que le profeso. ábrame su cor

usted que me vaya... Siento que ah

nable, demasiado tierno. ?Quiere usted otra perlita de éter?... Ni usted ni yo servimos para el mundo. No puedo ver a nadie sufrir. Aquí me tiene usted que,

paro no se calumni

e posible que Cristina le quisiera a usted sin ofen

muré apretándole la m

o como a un hijo y haría

yo aproveché tan preciosa oportunidad par

asta acusarla de inclinaciones a la alcahuetería, de haber nacido para Celestina. Sin embargo, poco a poco me fuí calmando y con la calma vino al cabo la justicia. Do?a Amparo era rematadamente tonta: de esto no cabía duda; pero no una mala mujer. Todas aquellas atrocidades que había soltado dependían, en prime

entos menos feroces, no pude menos de pensar, sin embargo, que si la fatalidad

scepticismo teórico, su apatía para los negocios. Si él poseyese los medios de que disponía Castell, pronto sería el hombre más rico de Espa?a, proporcionando al mismo tiempo pan a muchas familias y adelantos a la nación. Cuando entré desvió hacia mí el torrente de sus bromitas, amenazándome con casarme en el plazo improrrogable de dos meses. Luego se

s no perdía de vista los movimientos de Castell, que habían comenzado a hacérseme sospechosos. Le vi

ra mano trataba de introducirle entre los dedos una carta. Cristina rehusaba tomarla. Forcejearon un instante en silencio. Mi corazón saltaba dentro del pecho. Temía que Martí volviera la cabeza y advirtiese lo que pasaba. No por el villano Castell, como podrá comprenderse, sino por evitar un gran escándalo y un disgusto cruel a mis amigos, hice lo posible por distraerle. Varias veces volvió Cristina los ojos hacia nosotros con e

alle. Luego se puso a dar paseos por la estancia. De vez en cuando dirigía una rápida mirada escrutadora a Cristina. A pesar de la profunda aversión que me inspiraba no pude menos de admirar su increí

ó al fin las carpetas, sin dejar sus largas, prolijas explicaciones. Después,

trarás en este negocio-l

milio-repuso el otro con son

a (por más que sólo sabes lo que no te importa), te necesito para colocarte en el puesto más visible, en la presidencia del Consej

Castell una larga mirada. Luego, desplegando el sobre que arrugaba, lo rasgó tranq

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