Los espectros
ces le privaba durante un día entero de todo alimento; pero a Pomerantzev todo esto le tenía sin cuidado. Estaba siempre de buen humor, incluso cuando no le daban nada de comer, y
todo el día dando órdenes, con grave acento, a los demás enfermos, que se distraían en levantar una
idad de que el fuego había destruido a los malignos diablos que, escondidos en la chimenea, aullaban durante la noche. En efecto: los aullidos cesaron, y Pomerantzev escribió un extenso relato de lo que había ocurrido y se lo envió al Santo Sínodo, que, por mediación del doctor,
piernas hinchadas y un dolor horrible en todo el c
hoy?-le preguntaba el doctor,
zándose en contene
blemente. ?Nunca me
vamente el acceso de tos, a?adía con un
usted que solamente en el hospital Detegzev había cinco ni?os enfermos de fiebre tifoidea. Uno estaba casi muriéndose. Por fortuna, San Nicolás le
de lágrimas; pero se apresuró a se
an Nicolás! No se
do que el doctor se ofendie
le. Bien sé que es usted un hombre excelente y cumple concienzudamente
d le h
o he visto a to
los rostros de los santos, que, des
estancia, hizo algunos ejercicios gimnásticos y
irse!-dijo-. ?Me da un gusto!..
romper el hie
mper el hielo es ayudar a la primavera. ?Verdad
un homb
ron grand
trabajo hacía entra en calor a Pomerantzev, que estaba fatigado y sudando; pero se sentía feliz y miraba con ojos encantados alrededor. El día primaveral sonreía. De los tejados, de los
erantzev a la enfermera, una muchacha
para calentarse los pies, y vigilaba a los enfermos. L
ó con voz débil, sonriéndole afectuosamen
enta y aristocrática familia para cuidar a los enfermos, aunque, en realidad, era una pobre huérfana sin parientes. Estaba seguro de que la cortejaban oficiales de la guardia imperial, y ella los rechazaba para consagrarse por entero a su deber penoso. Se mantenía c
ue la juzgaba de una manera harto distinta. Petrov afirmaba que era, como por lo
la larga barba-, hace un momento coqueteaba con usted y conmigo, y estoy seguro de que ahora se está burlando de nosotros, y, escondida detrás de la
sted! ?Yo sí
la puerta. La oigo. ?Quier
cercaban lentamente, de puntillas, a
sación y ha huido. ?Oh, son el diablo! Es muy difícil sorprenderla
, a quien acababa de matar; le había ahogado con una almohada, y por la noche le había
es, retrocedió unos cuantos pasos, tendió sol
nunca a darle a usted la mano. Voy a pedir a nu
ando Pomerantzev hubo conseguido que todos los enfermos se sentasen en semicírculo, la se?ora de los
hablaban, precisamente, de la enfermera y de su belleza; uno y otro estaban de acuerdo en que tal belleza existía; pero Pomerantzev afirmaba que
y estuvo a punto de morirse de hambre. Sí, eran poderosísimos sus enemigos, podían filtrarse al través de las piedras, de las paredes y de los árboles. Un día pasaba por el bosque, y un árbol se inclinó sobre su cabeza y tendió las ramas para estrangularle. Al levantarse por la ma?ana no estaba seguro de pertenecer por la noche al mundo de los vivos; al acostarse, no tenía ninguna certeza de que no le asesinarían durante la noche. Sus enemigos poseían el don de penetrar en su cuerpo; ocurría a menudo qu
ombre muy desgr
r a los imbéciles. Era muy probable que el doctor fuese también cómplice de su madre y que sólo esperase el momento favorable para perderle. El domingo anterior Petrov había visto con sus propios ojos a su madre, que, escondida detrás de un árbol, miraba fijame
amenazar con los pu?os cerrados a sus enemigos invisibles y a llorar aún más amargamente, con mayor desconsuelo. Algunos instantes después, como si se hubiera acordado de algo, se animó, y con los ojos brillantes se asomó a la ventana: acechaba a su madre. Permaneció asomado a la ventana una hora entera. Muchas veces creyó divisar detrá
los pensamientos fragmentarios que turbaban
clavó las garras en el corazón. Así permanecieron ambos, estrechamente unidos, mientras fue
; era Pomerantzev, que echaba al agua barq
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