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Los espectros

Chapter 4 No.4

Word Count: 2894    |    Released on: 06/12/2017

ente al doctor Chevirev y no se atrevía a decírselo. Le amaba por su inteligencia, por su hermosura varonil, por la nobleza de su corazón, por l

ía estado sentado en ellos. Una noche, hallándose el doctor, según su costumbre, en el restorán Babilonia, llegó a tenderse con cuidado en la cama. En la almohada quedó la huella de su cabeza; asustada, iba a hacerla desaparecer, cuando, pensándolo mejor, renunció a su propósito, y toda la noche, entre las burdas sábanas de la cl

cidísimo, y, sin embargo, extraordinario, que se veía desde allí. El cielo, el muro, el camino, la pradera y el bosque, mirados al través de los vidrios rojos, amarillos, azules y verdes, cambiaban de un modo fantástico; el efecto, mirando al través del conjunto de los cristales, era el de una gama; pero si se miraba al través de un solo cristal, se experimentaba una emoción que variaba según el color. La correspondiente al amarillo era muy inquietante; el paisaje parecía anunciar alguna desgracia, evocar vagamente algún terrible

uidaba su ropa y sus libros, y sentía mucho que su autoridad no se extendie

ía sus más íntimos pensamientos y donde le rogaba al doctor que renunciase a sus visitas cotidianas al restorán Babilonia, al champa?a y a la vida de libertino que ella sospechaba. Cuando escribió la palabra ?libertino? experime

doctor; una vez casada con él, dejaría de cobrar sueldo. Además, prometía ampliar, con la autorización del doctor, la clínica, y mejorar las condiciones de vida de los enfermos, puesto que sabía bastante psiquiatría y

lo al doctor. A menudo, en su timidez y su desesperación, llamaba a la muer

al restorán Babilonia y no volvía hasta el amanecer. Y siempre se e

aún?-preguntaba con tono i

, con voz apen

nas n

así como a todos los miembros de la orquesta y a todos los cantores y cantatrices rusos y bohemios. Tomaba parte en las alegrías y en las tristezas del establecimiento, arreglaba a menudo las desavenencias entre la administración y los clientes borra

an de vez en cuando cantores, cantatrices, juglares, acróbatas. Resonaban en toda la sala el ruido de las copas y de los platos, las voces sonoras, que se unían en un conjunto monótono y regular; la atmó

medio del ruido incesante y del olor de los perfumes y del vino. No de otra manera, durante una nevada, caen ante los cristales de una ventana iluminad

ban con los gritos de la multitud abigarrada; gritos aislados flotaban a veces sobre el ruido general, semejantes a copos de espuma sobre las olas: risas nerviosas, histéricas, fragmentos de canciones, juramentos furiosos. A medida que avanzaba el tiempo, iban siendo más numerosas y frecuentes las voces iracundas que votaban y renegaban. No se sabía la garganta de donde salían; atravesaban el espacio a modo de murciélagos cegados por la luz deslumbrante. El olor de los perfumes y el vino se iba haciendo más fuerte e impedía la respiración, como si el aire que impregnaba huyese de las bocas, ávidamente abiertas. Hacia la una o las dos de la madrugada solían llegar algunos hombres y muj

ra mucho más reducida que el salón general, cuanto pasaba en ella parecía más extra?o y más desordenado. Se bebía, se reía, ha

icos, oficiales llegados de provincias. Había en la tertulia cocottes, se?oras honorables y, en ocasiones, muchachas puras e inocentes,

empezaban todos a gritar, y el gabinete se llenaba de una alegría loca, de una tempestad de sonidos, de un huracán de pasiones, como si todo se trastornase y desencadenase. Luego comenzaban los bailes. Cualquier esqueleto vestido de mujer daba vueltas como un peón junto a l

Bajaba los ojos. Todos deseaban vérselos; pero ella no

rte ni olvi

or mi coraz

crimen, y sin

todo en mi vi

digo mi pa

en sus cuit

arte ni olvi

azo!; pero ?q

desconocido y bello, la memoria evocaba algo que quizá no había existido nunca. Y todos, los que habían conocido el amor y los que no lo habían conocido jamás suspiraban y bebían vino ávidamente. Y mientras bebían percatábanse de que la vida sobria que habían llevado has

amorosas en el jardín, al amor juvenil y a los celos. Estaba embarazada de su sexto hijo. Junto a ella se hallaba su marido, un alto bohemio, vestido de levita, con una mejilla hinchada a causa del dolor de muelas, que la acompa?aba con la guitarra.

sta el a

os por otros. Callaba, sonreía cuando se dirigían a él, bebía su champa?a mientras los demás gritaban, bailaban con los bohemios, se regocijaban o se entristecía

entos después de abrazarle y marcharse del Babilonia, fue desvalijado y asesinado en un garito. Algunos a?os antes, el doctor había conocido allí a su enfermo Petrov; en aquella época, Petrov llevaba una linda perilla, reía, derramaba vino en

ha hora, tomaba un coche; pero en primavera y en verano, si hacía buen tiempo, se iba a pie. No tenía que andar sino cinco o seis kilómetros hasta su

en sus cochecillos al mercado de la ciudad. En su cara y en su actitud se reflejaba aún la impresión del frío de la noche. Tras los cochecillos se alzaban leves nubes de polvo. Junto a una taberna jugaban unos perritos. De vez en cuando pasaban por el camino hombres con s

tada, y silbaba, acompa?ando a los pájaros, cuyas canciones resonaban en la atmósfera. Dejaba t

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