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Mare nostrum

Chapter 8 EL JOVEN TELéMACO

Word Count: 7124    |    Released on: 06/12/2017

entaba una sensación de deslumbramiento, lo mismo que si se abriese un g

uque importante era de su absoluta propiedad por algunas semanas. El capitán y los oficiales pasaban el tiempo en tierra con sus familias. Tòni, el segundo, era el único que dormía á b

s instrumentos náuticos con una gravedad de experto conocedor; corría todos los departamentos habitables del buque, bajaba á las bodegas, que se aireaban, abiertas, en espera

liaridad paternal. El joven remero estaba sudando. ??Un refresquet?...? Y preparaba su dulce

ovelas de viajes, le había hecho concebir un tipo de marino heroico, atrevido, galanteador, y capaz de trag

sidad de líquidos alcohólicos, para hacer ver que era todo un hombre. ?No había en el mundo una bebida que pudiese con él...? Y al segundo ?refresco? del tío Caragòl quedaba

ás de docenas de a?os y hallarse todavía en Valencia hablando con el otro Ferragut que se esca

re, y tenía que vivir entre mujeres: su madre y dos sobrinas que le acompa?aban haciendo encajes, lo mismo que ella había acompa?ado en otro tiempo á su

r las prácticas en el puente, al lado de su padre. Tal vez llegase

as aulas, yendo á ver á Caragòl á la misma hora en que sus pr

rta alteraban su conversación. ??Escóndete!? Y Esteban se metía debajo de una mesa ó se ocultaba en el cua

lir, contando con su silencio. También éste le

por unos momentos, Caragòl le hablaba obstruyendo la puert

odos los héroes novelescos que desde las páginas de los libros habían pasado á

er con su precocidad de muchacho poco vigilado las relaciones que existen entre hombres y mujeres, pre

la tierra. Así lo veía él. Y un día que, examinando los cajones de su camarote, encontró varias fotografías de mujeres llevando al pie los nombres de lejanos países, su admiración aún fué más grand

ropietario de vuelta de Nápoles, el hijo d

ragut se había quedado allá por un negocio importante, pero no tardaría en volver. Su segun

o insignificante. La buena se?ora se mostró preocupada y con los ojos lacrimos

el catedrático, los dos hablaron lentamente, con palabras medidas, per

hora y media en su salón con exactitud cronométrica. Ni el más leve pensamiento de impureza agitó jamás al profesor. Lo pasado había caído en el olvido... Pe

stinos de Esteban; oía él con arrobamiento su voz dulce, concediendo gran importancia á los detalles de econ

or igual, el respeto silencioso, en aquella casa tranquila y limpia, que únicamente

el catedrático. Al marcar el reloj las tres

gaba, la dulce Penépol

edro?-preguntaba á sus

tensiva al hijo; pero Esteban, sin odia

uventud. Recordaba aún los dos a?os que había pasado en su cátedra, como en una cámara de tormento, sufriendo el suplicio del latín. Además, era un mie

Tal vez estará metido en cama,

olaboración. El catedrático suplía dulcemente la autoridad del marido viajero: él se había encargado de representar al jefe de la familia en todos los asuntos exteriore

asuntos de la casa, pretendiendo dirigirle á él como un padre. Pero aún le irritaba más verlo de buen humor y con pr

en el recibidor, junto al perchero vecino á la puerta. Y el pobre catedrático encontraba abollado su

tencia, pasando ante él sin reconocerle, saludá

izo la visita más larga que de costumbre. Cinta derramó dos lágrimas sobre los en

amento?... Lo que usted debe hacer, hija mía, es llamar á ese Tòni que e

ntó Tòni al saber que do?a Cinta quería hablarle. Salió del buque con lúgubre mutismo, como si le llevase

ra la que hablaba con más frecuencia. Tòni repetía con voz sorda las mismas excusas: ?No sé. El capitán va á llegar de un momento á otro...? Pero al verse fuera del salón y de la casa, estalló su cólera c

os platos y los tenedores. Miraba á su hijo con trágica conmiseración, como si presintiese enormes desgracias q

a!... ?Tu padre se ha

cultar las lágrimas que ha

de su sexo le hicieron tener en poco estos llantos. ?Cosas de mujeres! Su madre no sabía ser la esposa de un varón extraordinario como

ez para interrogarle!...? Pero se tranquilizó al decirle el muchacho que venía por su voluntad á pasar unas horas en el Mare nostrum. Aun así, quiso evitar su pres

zos miraban al muchacho con una ternura extraordinaria. Detenía repentinamente su lengua, con una expresión de inqu

Esteban en esta vuelta de viaje. Los días anteriores, por inverosímil que parezca el hecho, no había pensado en confeccionar uno siq

á Caragòl en la medida, prodigando la ca?a

uardaban la mitad del ?refresco?, y el cocinero agitó ambas manos en el aire, dan

Volverá, pero no sé cuándo. Segurame

aso, dedicándose á la confección de un segundo ?refres

u verbosidad, y habló con el mismo abandono de siempre; p

ragut; una moral á su modo, interrum

ítale como marino. Sé bueno y justiciero con los

staba gobernado por la infernal atracción que ejerce la hembra. Los hombres trabajaban, peleaban, querían hacerse ri

es no hay cocinero que sepa aprovecharlo. Siempre lo arrojan

ante. Así se enteró Esteban de que el capitán andaba en amoríos con una se?ora de Nápoles, y se

eguntó el much

-. ?Y unos olores!... ?y

ia. Admiró á su padre una vez más, pero esta admiración sólo duró breves inst

lavijan sus u?as cuando agarran y hay que cortarles las manos para que suelten... ?Y el buque sin trabajar, como

un trago todo lo que q

pensamiento á una idea sugerida por la dulce embria

que lo contemplaba vaso en mano junto al tío Caragòl. Los obstáculos resultaban bla

acordándose de su padre. ?Cómo le recibiría al verle llegar?... ?Qué excusa darle de su p

e la cubierta del buque sus haza?as de remero en el puerto de Barcelona ó al comentar con los amigos la inteligencia y la fuerza de su hijo. La image

evárselo, como un buen camarada que socorre á otro en un peligro. Tal

sivo. Si el viaje resultaba absurdo y peligroso... ?mejor! ?mucho mejor! Bast

mpa?ado á su padre en una rápida excursión de negocios á Marsella. Hora era ya de que saliese á co

ontrar su manojo de llaves. Un vapor viejo y lento, mandado por un amigo de su

amigos de Génova. Entre capitanes se debían estos servicios; y Ulises Ferragut, que esperaba á su hijo

ía á su madre de caja de caudales, se embarcó al día siguiente. Una peque?a

eforzar un italiano de corto léxico adquirido en las representaciones de opereta. El único informe positivo que le guiaba en su

ó á los consignatarios de Nápoles, que se imaginaba

heroico iba á convertirse en una fuga de adolescente travieso. Se acordó de su madre, que tal vez l

a, suceso que todos esperaban, pero que muchos veían aún lejano. ?Qué

ada la primera impresión de sorpresa, pensó en la conveniencia de v

Ferragut, due?o de buque y antiguo cliente, fué guiado por el di

es noticias de éste. Su última visita había sido dos días antes. Dudaba entre volver á su país por fer

en ferrocarril-dijo

se la mirada del jefe. Estaba seguro de su partida por tierra. El mism

ntes. Este viaje inexplicable de su hijo era para él un re

erniente á su pasaje y de recomendarlo al capitán. Sólo quedaban cuatro horas para la salida del buque; y Ulises, después de recoger sus maletas y enviarlas á

por la fuga de la alemana. Pensó tristemente en el amor perdido, pero pensó al

ajero. Vagó desorientado por las cubiertas entre la muchedumbre viajera. La fuerza de la costumbre le arrastró a

eros. Eran franceses en su mayor parte que venían de la Indo China. En la proa y la popa estaban alojadas cuatro compa?ías de tiradores asiáticos, peque?os, amarillentos, con ojos oblicuos y una voz semejante al ma

eados y enjutos, con aspecto enfermizo, que parecían galvanizados por la guerra que los arrancaba á la siesta asiática, y ni?as, mucha

de la cubierta hacían memoria, con una satisfacción egoísta, de los grandes peligros que arrostraban las gentes al embarcarse en los mares del Norte, plagados de submarinos alema

ven inglés, se despojó de su corona de níquel con dos auriculares que cubrían sus orejas. Aburrido en su aislamiento, pretendía distraerse dialogando con los telegrafistas de los otros buques que se ha

.. Tenemos muchos

ntes, también con rumbo á Marsella, y sólo le separaban unas cien millas. Los demás buques que seguían el mismo rumbo estaban situados á mayores distancias. Les era necesario mucho ti

chisporroteo de sus bobinas, se calaba la diadema

s noches-dijo después de uno de estos llama

rdaba las noches de inquietud, los días de ansiosa vigilancia espiando el mar y la atmósfera, temiendo de un momento á otro la aparición de un perisc

quilidad. Su compa?ero de servicio roncaba en un camarote vecino, y él sentía deseo

, sin sobresaltos ni visiones. Cuando creía que sólo iban transcurridos unos minutos, despertó violentamente, lo mismo que si alguien le empujase. E

rtunamente. La misteriosa percepción del peligro había cortado su reposo. Sintió sobre su cabeza el pataleo de veloces carreras á lo largo de la

nsamente sus costados, mientras seguía avanzando con una marcha uniforme. Las cubiertas estaban limpias de pasajeros. Todos dormían en sus camarotes. Sólo e

anterior estaba junto á la puerta, al lado de su compa?ero, que ce?ía ahora la diadema au

s la llamada de peligro, el S. O. S., fórmula que sólo se emplea cuando un buque necesita socorro. Luego, en el espacio de unos segundos, la voz misteriosa había esparcido su relato trágico á través de centenares de mill

los ecos de la lejana tragedia al cortarse la comunicación. Un chi

chaba los diálogos entre los buques que habían recibido igualmente el aviso. Todos se alarmaban con el repentino silenci

asombro el telegrafista al terminar su rela

o á que las miradas de aquellos hombres de mar se f

l. Tal vez era Von Kramer el autor del crimen. Por algo le había encargado que anunciase á sus compatriotas qu

cho??, preguntó iracunda la voz

einaba en el buque, arreglándose las ropas con precipitación, pugnando los más por ajustar á sus cuerpos los salvavidas, que ensayaban por primera vez. Los ni?os gemían, aterrados por la alarma de sus padres. Algunas mujeres nerviosas derramaban l

de su superficie, creyendo ver el remate de un periscopio en todos los

Pero los asiáticos no abandonaban su apatía serena, despreciadora de la muerte. Sólo algunos miraban al mar co

jeros de primera clase, la extra?eza r

Mediterráneo!...

y únicamente se convencían de lo ocurrido luego

n da?o estas gentes con sus quejas y sus comentarios. Luego no pudo seguir en su aislamiento. Nec

e varias nubecillas. De todas partes acudían l

zona del naufragio. En las cofas de sus palos había marineros que exploraban el mar, dando indicaciones á gritos, que hac

e flotaban vacíos, un bote con la quilla en el aire, grupos de maderos pertenecie

e espaldas sobre unos tablones. Una de sus piernas estaba metida en una media de seda gris. La cabeza c

prendida por el naufragio en el momento que intentaba vestirse: tal vez el terror la había hecho arrojarse al mar. La muerte había c

baranda de la cubierta. A su vez, el vigoroso marino tembló como una mujer, sintiendo qu

or del crimen. Los vapores se detenían en sus anchos círculos de exploración para echar al agua las embarc

ritos anunciadores de un suceso extraordinario. Otra ve

uxilio tropezaban igualmente poco á poco con las demás embarcaciones ocupadas por l

empo que les ofrecían líquidos calientes. Otros daban unos cuantos pasos, como si estuviesen ebrios, é iban á caer en

e ropa, se limitaban á envolverse en una manta, iniciando el relato de la catástrofe minuciosa y serenamente, como si estuviesen en un sal

lloraba balbuceando explicaciones. Se había visto en una lancha, separada de sus padres, sin saber cómo. Tal vez estaban muertos á aquellas horas

laridos el rumor de las conversaciones. Acababa de subir á

aullaba, con la cabellera suelta

ió instintivamente hacia la proa, en busca del mismo lugar que ocupaba en el otro buque, como si esperas

horrible esta voz, como si ara?ase con s

n pantalones elegantes y la camisa abierta de pecho, hablaba y hablaba, arr

de italiano y francés l

una línea negra había cortado el mar: algo así como una espina con raspas de espuma, que avanzaba vertiginosamente, formando relieve sobre las aguas... Luego, un golpe en el casco del buque, que lo había hecho estremecer de la proa á la popa, sin que ni una plancha ni

laron con una luz de demen

sumergible, y se colocó precisamente en el lugar de la explosión... Desapareció de pronto, como si lo hubies

; los esfuerzos de los oficiales para imponer orden; la muerte de muchos que, locos de desesperación, se arrojaban al mar; la trágica espera aglom

las chimeneas, colocándose en una posición casi vertical, como la torre inclinada de Pisa,

s náufragos que iniciaban á su vez el

Su tipo físico y su acento le h

sted e

contestó afi

guió Ulises, en

mbién es catalán?...? Y sonriendo á Ferragut como si fuese una apa

ápoles la ruta del mar, por parecerle más rápida, huyendo de

es en el buque?-sigu

de que he hablado antes. La explosión

dimiento. ?Un compatriota, un pobre j

able de la muerte de su compa?ero. Lo había conocido en Nápoles pocos días antes, pero estaban u

tierra, y él le había arrastrado á última hora, demostrándole las ventajas de un viaje po

olvidar á este adolescente que, por hacer el viaje en

ocupado en buscar por t

Ah

lentamente, como si quisiera despegar su cráneo del r

en-manda un buque... Es e

hombre acababa de caer redondo, re

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