Mare nostrum
las primeras luces del alba, experimenta
decía mirando por el v
desde que el Mare nostrum, terminadas sus repa
s más-a?adía menta
hacer, desesperándose á la vista de los otros vapores, que movían sus antenas de carga, tragándo
buque de hallarse navegando. El provecho era para el capitán,
ta inercia lamentable, le empujaba hacia los dominios de Caragòl. A pesar de la di
abismo!-decía
mples del viejo. Pero el cari?o por el capitán, el ser todos de la misma tierra y el empleo del valenciano como lengua de la i
bstruyendo con su cuerpo la entrada da la luz solar, el viejo echaba mano á la
la inmovilidad del Mare nostrum. Hacían cuentas, como si el buque fuese suyo
no paga nadie, el barco está sin ganar, y gast
nto del vapor, asustándose al llegar al total. Un día de su inmovi
de seguir-pr
hablarle, considerando una falta de disciplina el ingerirse en la dirección
que el capitán había salido. Este individuo con aire de alcahuete debí
te al verle esperar horas y horas en el vestíbulo, se aposta
l capitán celebraba mucho el verle, como si fuese un aparecido del
ocultaba sus vacilaciones bajo un tono de prudencia. Estaba á la espera de un cargamento valiosísimo. Cuanto más aguardasen, más dinero iban á ganar... Pero sus pala
bre, con la barba recortada, vistiendo lo mejor de su equipaje, delatando en el arreglo de su persona un esmero minucioso, una volunt
a la más inaudi
perfumado!... ?El capi
buscaban las botellas de ca?a y las alcuzas de
la era la culpable de todo, ella la que iba á tener el buque encantado en
un perro faldero detrás de sus enaguas
ndo contra las mujeres injurias y maldiciones ig
Lo veían aproximarse en un bote, y la voz se extendió por cámaras y corredores, dando nueva fuerza á los brazos, an
nía un aire animoso y alegre. Al mismo tiempo vió en la exagerada amabilidad de su sonr
Ferragut al darle la man
volviese á él después de un largo viaje. Lo encontraba con aspecto difere
había ocurrido en menos de dos semanas. Pudo darse cuenta por primera vez de
te á ella, que iba vestida como un
y alem
vida misteriosa, hasta en lo
por oficio el pelear. Todos los hombres vigorosos iban á los campos de batalla; los demás trabajaban en los centros industriales convertidos en talleres de guerra. Y esta
ión brutal, quedó silencioso, y al fin
?tú eres u
, se mezclaban voluntariamente ó por interés en las operaciones, sorprendiendo los preparativos del enemigo. Ahora con la movilización en masa de los pueblos, había desaparecido el antiguo espía de oficio, despre
esconcertado p
ió á preguntar, adivinando lo q
ilustre, una sabia que ponía todas sus facultades al servicio de su país. Ella la adora
siguió pregunt
hizo un gest
n patriota... Pero
edo. Se adivinaba su voluntad de n
los efectos de la meditación del capitán,
murmuraciones de la capital. Los italianos se peleaban entre ellos: unos eran partidarios
rotegido!-exclamó-. ?Ra
la imagen de la doctora increpando á la tierra italiana des
endo su inútil espera con viajes á las poblac
eya-. Adiviné desde el primer instante que nues
irada de él
aprichos... Es que te amaba y al mismo tiempo quería alejarte. Representabas una atracción y un estorbo. Tem
nacidad escrutadora. Quería sondear su pensamiento, darse cuenta de la madurez de
e... Sé que no puedes seguir amándome después de lo que te he revelado. Aléjate en tu buque, como los héroes de las leyendas; ya no nos verem
l diván, ocultando el rostro entre los brazos, mientras un hip
as. La voz del buen consejo, aquella voz cuerda que hablaba en la mitad de su cerebro siempre que el capitán
?Qué tienes tú que ver con el país de esta aventurera? ?Por qué arrostrar peligros por una
s destinados al naufragio, á desafiar los peligros por el placer de poner á prueba su vigor, también le dió consej
frente los bucles de la cabellera, que se había deshecho, acariciándola
erla de todos sus enemigos. El no sabía quiénes eran estos e
iba á ser la más terrible de su historia... Pero para acallar sus escrúpulos, la otra voz gritaba: ?Eres un caballero, y u
segundo le había hablado á veces de solidaridad de raza, de pueblos latinos, de la necesidad de acabar con el militarismo, de hacer la guerra para que no hubiese más guerras... ?Simp
lado, que no pensaba abandonarla por lo que había dicho, y hasta empe?ó su palabra de
mente de su destino el
. Ya no tenía por qué ocultar su nacionalidad. Freya le llamó simplemente Frau Doktor. Y ella, con un entusiasmo verbal de
amente una fuerza militar capaz de aplastar á la humanidad entera. Todos le habían provocado, todos habían sido los primeros en agredirle. L
as estaba en alta mar. El autoritarismo verboso de la doctora no le permitió duda alg
ico venía preparando la guerra desde larga fecha, no queriendo presentarse hasta el último m
laterra!-afirmaba la d
esperanzas, movía la cabeza galantem
mo oficial á bordo de buques británicos. Al mismo tiempo le producía cierta irritación su poder creciente, invisible para los hombres de tierra adentro, monstru
eones de América apresados con metódica regularidad por las flotas británicas; los desembarcos en las costas de Espa?a, que habían perturbado la vida de la Península en otros siglos. Ingla
da las maldades de Inglaterra contra Espa?a, que el
os la ca
plicado y contradictorio. Se acordó de pronto de las reparaci
pero que espere un poco!?,
e exasperaba al hablar d
dos!-gritó, como siempr
eguir á sus viejos amigos. Ahora la diplomacia alemana debía trabajar, no para mantenerlos á su lado, sino para impedir que se fuesen con los adversarios. Todos los días r
as contadas veces que Freya se separaba de él, iba á buscarla en el salón
verdadera nacionalidad, y él no ignoraba esto; pero los dos continuaron la ficción del conde Kaledine, diplomático ruso. Como todo lo de este hombre imponía res
ruosa voluptuosidad del que se halla sentado á la mesa en un comedor bien caldeado
él no leía nada, no quería saber nada. Continuaba su existencia como si el mundo viviese en una felicidad paradisíaca, unas veces en espera de Freya, evocando en su memoria las esplendide
moroso; algo que ensombrecía su gesto, partía su frente c
nte á su segundo, apoyó los codos en la mesa y comenz
visible preocupación-. Estarás conte
le decía siempre el puerto de destino y la especialidad de la carga. Por eso,
elona adond
erta como si temiese ser escuchado
peligro alguno, pero que
sabes todas mis cosas, porque
rmaneció impasible, mientras en su interior empezaban á despertar
militar. El había llevado una vez desde Europa armas y municiones para una revolución de la América del Sur. Tòni le había contado sus aventuras en el golf
afirmativamente, le miraba con ojos interrogan
de municiones... Es un trabajo corto y bien pagado, que
ntiendo una última vacilación,
eer de esencia de petróleo á los subm
l. Luego sonrió levemente, moviendo los hombros lo mismo que si hubiese escuchado algo absurdo... ?Acaso los alemanes tenían submarinos en el Med
, pero en una zona reducida, en el limitado radio de acción de que eran capaces. El Mediterráne
nal. Este hombre, extremado en sus pasiones, se ex
irse al menor choque... Pero ahora hay algo más: hay el sumergible, que es como un submarino resguardado por un casco de barco, el cual puede marchar oculto entre dos aguas
andeza alemana y su espíritu inventivo, como si le corre
lmente, poniendo una man
que me lo han comunicado... Los sumergibles alemanes van á entrar en el Mediterráneo.
subordinado, mientras le sonre
ía pensativo, con los ojos bajos. Después se enderezó
?
illón giratorio á impulsos de l
. Además, era el propietario: nadie mandaba sobre él, su poder no tenía límites. Por afecto amistoso, por costumbre, consultaba á s
licaciones, se limitó á responder,
!...
rragut, impacientándose, con u
cilaba, confuso, desorientado, rascándose la
ideas sufría angustiosamente antes de surgir de su boca... Pero al fin, poco á poco, entre balbuceos, fué
agua, disimulando su ojo asesino y largo, semejante á las antenas visuales de los monstruos de la profundidad. Esta agresión sin peligro parecía resucitar en su alma las almas indignadas de cien
s ojos ante sus golpes traidores, aceptándolos como haza?as gloriosas... Pero hacen algo más: tú lo
ojos con un resplandor azulado. Sentía la misma cólera que al leer los relatos da
dos en la cubierta de acero húmedo, riendo y bromeando, satisfechos de la rapidez de su labor; y en una extensión de varias millas, el mar poblado de bultos negros arrastrados lentamente por las olas: hombres que flotaban de espaldas, inmóviles, con los ojos v
es pasajeros. Esta suposición le hacía sentir una cólera tan intensa, que hasta llegaba á dudar de su cordura el día en que volviera á tropezarse en cualquier puerto
por ella, sin conocerla, con religioso fervor. Era el azul luminoso de donde habían surgido los primeros dioses deshonrado por la mancha aceitosa que denuncia un asesinato en masa; las costas rosadas, cuyas espumas fabricaron á Venus, recibiendo racimos
ro no acertando á expresarlo, se
nuestro mar
adoptó un tono de bondad, como un padre que
en á los barcos indefensos, como en los mares del Norte. Sus tristes haza?as de allá habían sido impuestas por
Me lo han dicho personas que pueden saberlo... De n
con una absoluta seguridad en las g
Pero ?qué nos importa eso?... ?Es la guerra! Cuando en América llevábamos ca?ones y
stió en s
star otro ca?ón. El que pega también recibe golpes... Pero ayudar á los submarino
acabó por irritar á Ferragut, d
n, y mando lo que quiero... He dado mi palabra, y no v
ho. Sus ojos volvieron á brillar, humedeciéndose. Después
s, Uli
nostrum. Tal vez le faltase colocación; tal vez los otros capitanes no quisieran de él, por considerarle habituado á una excesi
dignó, hasta g
estarudez la tuya!... ?A qué vien
lignamente, y d
y no ignoro que en tu juven
ltivez. Ahora era él
én lo hicieron tus abuelos. No hay en nuestro mar un solo navegante hon
imos enga?ar la vigilancia de los empleados por evitarse un pago insignificante. Toda persona lleva dentro un contrabandista... Además, gracias á los navegantes del fraude, los pobres fumaban mejor y más barato. ?A q
r esta lógica simple, qu
igos como siempre. Yo me sacrificaré en ot
movido por sus ruegos,
do... ?
s, completar su pen
epubli
infranqueable, golpeándose al mismo tiempo el
ante las afirmaciones políticas de Tòni. Pero la situación no
guerra para reforzar su poderío, y si alcanzaba la victoria, su soberbia no tendría límites. La pobre Alemania no hacía ma
ingleses, Tòni? ?Tú, un ho
No ignoraba lo que debía responder. Lo había leído en escritos de se?ores que sabían tanto como
debo estar. Esto
Francia era el país de la gran Revolución, y él la consideraba por esto
cir más. En cuant
l que descansa y toma fuerz
ndo entero durante siglo y medio. Estábamos en todas partes: nos encontraban hasta en la sopa. Después le llegó el turno á Francia. Ahora es Inglaterra
atención para comprender
paga el lujo de un rey para las grandes ceremonias. Con ella serán de rigor la paz, el gobierno desempe?ado por los paisanos, la desaparición de los grandes ejércitos, la verdadera civilización. Si triunfa Alemania, viviremos como en un cuartel, gobe
que no había dejado ninguna idea olvidada en los rincones de su pensamiento. Después se
!-repitió con energía, como si luego d
estar á su entusiasmo simple y
ecesito. Me basto para llevar el buque allá donde me plazca y cumplir mi santa voluntad
piloto, ocultando su cabeza entre las manos, para dar á en
baron por soltar una lágrima... ?Separarse así después de
ayada, inexpresiva. Su frío contacto le hizo vacilar. Se sintió inclinado á cede
s, Uli
ejando que se alejase sin la
erta, cuando se detuvo para hablarle
entre los dos. Inventaré un pretexto para que
ese miedo á parecer i
ue sólo se ocupa de su cocina, te criticará... Tal vez te obedezcan porque eres el capitán, pero cuando bajen á tierra
planes sin el auxilio de Tòni. Le pareció que se había roto la cadena de autoridad que iba desde él á sus gentes. El piloto se llevaba una parte del prestigio que Fe
y de pronto abandonó su si
ajaban en la limpieza: ??Dónde está d
e voces de la popa á la proa, mientras el tío Car
l rostro, evitando su mirada, con un gesto complejo y contradictorio. Sentía la cólera de su vencimiento, la vergüenza de su debil
e lo dicho. Yo recobraré mi palabra como pueda..
salida de éste, que pasó silencioso y ce?udo ante la puerta de la cocina. Ahora, el mismo presentimiento le avisaba una reconciliación de los dos hombres, cuyos bultos distinguía confusamente.
nte en el hotel. Volvió á tierra nervioso é inquieto. Su zozob
tir tales miedos?, se dijo al entrar e
No podía encargarse del servicio que le había pedido la doctora.
queza de la intimidad. Odiaba á Tòni. ??Fauno viejo y feo!..
uó-. Tú puedes hacer lo que quieras,
era contra él. Parecía haber envejecido de golpe diez a?os. El marino la vió con otra cara, de una palidez ce
embustero..
ayudarles en la busca. Iba á enviar Mare nostrum á que le esperase en
me he entregado considerándote un héroe, tom
sa, dando un te
ra...-pensó Ferragut
a. Al mismo tiempo le escocían las palabras injuriosas, los insultos cortantes con que había ac
pero temió la resurrección de sus recuerdos evocados por la soledad. Era mejor quedarse en Nápoles, ir al teatro, confiarse á la suerte de un buen encuentro, lo mismo q
insípido y variado servía de pretexto para disimular la feria de la carne. El recuerdo de Freya, fres
arto. Entró.... Ella le aguardaba leyendo, tranquila y sonriente. Su rostro, refrescado y retocado con juveniles colores, no
ses, se levantó con
i que me perdonas!... He sido muy ma
ello con un arrullo felino. Antes de que el capitán p
estas horas!... ?Júrame que no me has sido infiel!... Deja
el rostro, su boca se a
Encuentro aún mi perfume...
iento, anulando su voluntad, haciéndole temblar del occipucio á los talones. Todo quedó olvidado: of
Una hora después, cuando el silencio era absoluto, sonó quedamente la voz de Fr
uno feo que sólo sirve de estorbo. Que te espere allá en tu tierra... Tú pu
vapor con un aire de mando que no admitía réplica. Mare nostrum debía partir cuanto antes con rumbo á Barcelona. Conf
edó con la boca abierta, sin atreverse á dar salida á sus palabras... E
elvas cuanto antes á encargarte del mando... No o
da del vapor, cambió radicalme
des y sonrisas de pasajeros y criados. Además, quería gozar de una libertad completa en sus relaciones amo
estartaladas y sin muebles; un dédalo de tabiques y pasillos en el que se perdía el capitán, teniendo que apelar al auxilio de Freya. Todas las
ran salón, rico en molduras y dorados y pobre en mueblaje. Tres sillas, un diván viejo, una mesa cargada de papeles, de artículos
es. Ulises intentó hacer fuego en una chimenea de mármol de colores, grande como un monumento, y tuvo que desistir, med
y los mil inconvenientes de la existencia material. Freya preparaba el desayuno en un hornillo de alcohol, defendi
irvienta para los más vulgares
Tal vez serí
ba en sus labios una expr
el que recibía á los visitantes. Algunas veces atravesaba la fila de piezas desiertas
ento de su personalidad. Resurgía el hombre anterior al enc
reguntaba con remordimiento-.
roducida por el desplazamiento de su adorable cuerpo, se replegaba en su interior esta segund
ptaba la caricia turbadora de sus labios, el enroscami
os minutos que me separo d
ue pedir ayuda para contar su paso. Llevaba una semana en casa de la doctora, y unas veces creía qu
rativos del almuerzo, confeccionado por ellos mismos. Si había que ir en busca de un comestible olvidado el dí
eriosos. De pronto saltaba impetuosamente, como un muelle que se despliega, como una serpiente que se yergue, y empezaba á bailar casi sin mover l
. El marino estaba ebrio, con una borrachera sabiamente dosificada que
ocido á él como suplicante sin esperanza, y le veían ahora llevándola del brazo con orgulloso aire de posesión. Si les sorprendía la noche en su encie
ar el alma de Ferragut, como si dudasen de su fidelidad. Luego se enternecía en el curso de estos banquetes, compuestos de fiambres á uso alemán, con gran abundancia de b
d mucho!... No la contraríe, obe
os días se mostraba alegre, con una alegría irónica y pesada. ?Los mandolinistas parecían entrar en razón.
lidad. Traía de su viaje un retrato, que apoyó a
ombre hace derramar lágrimas de entusiasmo á todo
adas en sus rodillas. Cinco chiquillos cabezudos y peliblancos aparecían á sus pies con las piernas cruzadas, alineados por orden de edad. Junto á sus hombros se extendían en doble ala varias se?oritas huesudas, co
buena persona, con sus ojos claros y su barba canosa y puntiaguda. Ca
e la doctora cantaba las
la Cruz de Hierro. Varias capitales lo han hecho c
eado á uno de los más grandes trasatlánticos ingleses. De mil doscientos pasajeros que venían de Nueva
ado de su bíblica prole como un burgués bondadoso. ?Y un hombre que parecía bueno había hecho tal carnicería sin arrostrar peligro algun
uerra!-di
cusa de su amiga-. Y es también nuestro derecho. Nos bloquean, quieren matar de
ones ocultos. La doctora le había dicho muchas veces que Alemania no conocería nunca el hambre, gra
placable, para que dure menos. Es un deber humano aterrar á los ene
encia de algo que encapaba al influjo de sus caricias. Al día siguiente persistió este
cían en las costas de Inglaterra. Había que cortar,
so. Puedo asegurártelo... Los submarino
a, para que su amante no conociese el hastío. El, por su parte, llegó á creer que vivía á la vez con varias mujeres, lo mismo que un pe
asión del marino, alejando el cansancio de la hartura, dando á las caricias de ella el sabor acre
cedido aún bajo el paso de los a?os. Unos chales de colores le servían de vestiduras transparentes. Agitándolos como fragmentos de a
arnes, despertándola de este ensue?o tropical. De u
auta amado!...
iciándole las barbas, empujándolo para incrustarse
del fuego sombrío que pasaba por sus ojos... La danza exótica le hacía recordar el pasado de ella. Y pa
ra que sonría un poco?... ?Qué le har
as. En aquel salón de muebles escasos, semejante al interior de una tienda de campa?a, los frascos tallados, con cerraduras doradas y n
a!...
abeza de Ferragut, sobre sus barbas rizosas, teniendo el marino q
ses se revolvía algunas veces contra este afeminamiento.
asaban por este cuadro luminoso la melancólica Cinta, su
s, borrando la visión-. ?Goza del presente!..
refinado, con el egoísmo del sátrapa que, luego de
daban la tibieza y el perfume de su carne. Los equipajes de los dos estaban confundidos, como si sufriesen la misma atracción que juntaba sus cuerpos con un enlazamiento continuo. Si Ferrag
En ella guardaba todas sus joyas, volviendo á extraerlas con nerviosa inquietud, como si temiera que se evaporase
la sarta de perlas unida
criaturas que necesitaban el contacto de su piel para alimentarse con s
aba contemplándolas amorosamente-. Ese liger
ganismo. Podían palidecer y morir si pasaban
n su orgullo: pendientes y sortijas de gran precio revueltos con otras al
mientras frotaba contra su brazo desnudo
imán. Un pedazo de papel colocado á unos cuantos
s con gruesos vidrios tallados, y el pedacito de papel quedab
os en la cajita y la repelía con pasajero tedio, para arroj
ut. Además, bebía para dar nuevo vigor á su organismo, que empezaba á quebrantarse con los monstruosos excesos de la voluptuosa reclusión. Al más leve
iz, reaparecía Freya, que no era Freya, sino do?a Constanza, la emperatriz de Bizancio. La veía vestida de labradora, tal como fig
vés de los siglos, tomando nuevas formas. Había nacido de la unión de un alemán y una italiana, igual que la otra... Pero la púdica emperatriz sonreía ahora de su desnudez
dica-. Sólo existe el amor; lo demás es enga?o. ?Bésame, Ferragut!... He vuelto á la vida p
aba de toda su persona, haciéndole despertar... Al abrir los o
marino!... Ya es de
meras estrellas que empezaban á brillar sobre los tejados. Sentía la fresca
a ribera, huyendo de la gente. Una noche se detuvieron en los jardines de la Villa
rón!... ?Aquí me amenazaste c
las cosas!? Pero ella dió fin á sus rectific
go y basta. Es preciso que te acos
as á máquina, paredes de yeso imitando el roble y vidrieras neogóticas, el due?o mostraba como gran curi
inmediatamente: era un
también he estado allá... Nos ded
a ante lo inaudito de esta fabricación de recuerdos incásicos. ?Alemani
ecién hechas. Luego habían fabricado en tierra alemana antigüedades del Perú para venderlas á los viajeros que visitaban el antiguo Imperio de los incas. Unos indígenas á sueldo se encargaban de de
por ella al hablar de tales industrias. ?Quién fabricaba
n inteligencia para los negocios. Volvimos del Perú con la momia de un inca, que paseamos por casi todos los museo
arrancado al reposo de su tumba... ?Uno más! Cada confidencia d
de sus recuerdos, viendo á través de los a?os, con un optimismo halagador, esta lejana aventura
que se pegó un tiro, y ahora el falsificador de antigüedades... Pero ?cuántos hombres había en
Le daba miedo la cólera del marino. Luego rió, apoyánd
e me gusta oírte. ?Quéjate!... ?pégame!... Es la primera vez que veo á un
a por el despecho amoroso. Ulises se le aparecía como un hombre distinto á todos
rráneo! ?Cómo te amo! Ven...
le empujó, y á los primeros pasos en la estrecha y obscura vía se abrazó á él, volviendo la espalda al m
an precedido?... Necesitaba conocerlos. Quería saber, por lo mismo que esto le causab
Debo conocerte, ya que me pe
os de experiencia parecieron asomar en el fruncimiento melancólico de su boca. Brilló en ella la sa
esaliento-. ?Qué adelantas con eso?...
unos pasos, y lue
io: un poco de misterio mantiene la ilusión y aleja
ara el amor. Era demasiado fuerte, demasiado cruda. El amor se asemejaba á ciertas mujeres, bellas como
s del pasado. ?No te basta e
io del dormitorio con una serie interminable de voluptuosidades feroces, exasp
testaba á esta mujer que dormía á su lado con
n el rancho de la marinería. Para desear los mayores males á un enemigo, este varón cuerdo formu
por entero, circunscribiéndose á nombrar la parte más
hasta donde ella quisiera llevarle; cada vez con menos energía para protestar, aceptando las situaciones más deshonrosas á cambio del amor... ?Y siem
e dirigía preguntas sobre su vida actual. Le preocupaban los trabajos misteriosos de la doctora; quería conocer la parte que tomaba Freya en ellos, con el
saberlo todo. Por encima de ella estaban el conde y otros personajes que venían de tarde en tarde á visitarla, como viajeros de paso. Y la cadena de agent
á sus colaboradores ni decir cuál era su finalidad. Las más de las veces se había movido sin saber adónde convergían sus esfuerzos, como vol
es y grotescos procedimientos emple
Son medios gastados y ridículos que todo
reer en ellos. Bismarck había enga?ado á toda la diplomacia europea diciendo simplemente la verdad, por lo mismo que nadie esperaba que la verdad saliese de su boca. El espionaje alemán se
os manejos, la opinión mundial, que sólo cree en cosas ingeniosas y difíc
o célebre, para obtener la confianza que inspira una viuda noble. Eran numerosas, pero no se conocían unas á otras. Algunas veces se tropez
es tardó en reconocerla al contemplar la fotografía de una
saba conocer la verdadera fuerza de ese
ow-boy. Era del Transvaal. También había andado por el Sur de áfrica, en compa?ía de otros al
odas partes-afirmó
n París?-di
n Hotel. Afortunadamente, recibió aviso dos días antes de la ruptura de hostilidades, pudiendo librarse de quedar prisionera en un campo de concentración.
sación, habló de los peligros que
ves, es una heroína... Ríete; pero si conocieses su ar
cible por las armas vulgares. Freya le conocía todo
de su invención: tabaco, pimienta... ?demonios! El que los
ltar como esconden el aguijón ciertos insectos, sin saberse nunca con certeza de dónde volv
usto lo clavaría en e
e sutil y triangular de verdadero acero, rematado por u
l interior de Ferragut la voz de la cor
o vivir como los demás, le hizo encontrar un
aban sus visitantes. Algunas veces, cuando Ulises inten
.. Tiene u
de la oficina cerrándose detrás de muchos hombres, todos ellos de aspecto germánico: viajeros que venían
mbre. Sus ojos pasaban con distracción sob
Ferragut su amante-. Estos mando
les. Sus sentidos se embotaban con tantos placeres repetidos maquinalmente. Además, un m
clusión. ?Cuánto tiempo vivía en ella?... S
as-contest
afirmaba que sólo iban transcurridas tres s
ación-. Me esperan en Barcelona: no ten
no queriendo entender sus tímidas insinua
por mí. Luego podrás marcharte á Barcelona, y yo... yo iré á juntarme
sacrificio exigido á Ferragut. Luego, ?qu
al marino. La voz de la dama, siempre bondadosa y
ella le tenía preparado otro buque. Debía limitarse á seguir las inst
e Ulises salía á la calle sin Freya, y á pesar de su entus
ue?a de casco verdoso. Ferragut, que la había apreciado exteriormente de una sola ojeada, corrió su cubierta... ?Ochenta toneladas.? Luego ex
goleta siciliana de Trápani, construida para la pesca. Un calafate artista había esculpido una langosta de madera subiendo por el timón
a de cajas. Ferragut reconoció este cargamento. Cada una
silencioso á sus espaldas, siguiéndole en todas
ido de andrajos. Eran veteranos del Mediterráneo, silenciosos y ensimismados, que obede
ás?-pregun
el momento de la salida. Esta iba á ser tan pronto como la carga quedase
ra embarcarse, capitán. Tal vez le av
n buque, de la discreción con que hacían su carga, de todos los detalles de este negocio, que se desar
dos los negociantes germánicos de Nápoles y Sicilia le habían dado ayuda... Y convencida de que el capitán iba á ser avisado d
onde vino á buscarle. Todo estaba l
ra volver inmediatamente con una botella estrecha y larga. Era vino a?ejo del Rhin, regalo de un comerciante de Nápoles, que gu
cae el
olemne lentitud, como si ofreciese una libación religiosa al misterioso poder ocu
queriendo ocultar un principio de risa provo
ellos-murmuró Frey
damente, con los ojos
sted pronto y con toda felicidad, ya que trabaja por
testa, pero se contuvo viendo el gesto bondadoso de la sensible
ación, se fijó en el aspecto del conde. Iba vestido de azul y con gorra negra, lo mismo que un yachtman que se prepa
ante. Podía llamar la atención en el peque?o puerto de la isla del Huevo, frecuentado sólo por pescadores. El tono
s!...
reció á él que nunca había sido tan sincera como en este momento, y tuvo que esforzarse para salir del anillo de sus brazos. ??Ad
ven que acababa de descender de un carruaje llevando su maleta. Ferragut se acordó de pronto de su hijo Esteban. El viajero a
n el camarote. ?Podía retirarse...? Luego pasó revista á la tripulación. Además de los tres sicilianos viejos, vió ahora siete mocet
conde como si le invitase á salir. El buque se despegaba poco á
ijo Kaledine-. Me
se á sacar el barco del peque?o puerto, dirigiendo su rumbo hacia la salida del golfo. Los vidrios de la ribera de Santa Lucía temblaron con el ronquido del motor de la goleta, máqui
escanso á solas. Ya no tenía una mujer á su lado como prolongación inevitable; vivía entre hombr
patrón, se sintió desvelado por los recuerdos, que volvía
ndo el mar. Eran más amigos que en tierra, aunque se cruzaban entre ellos escasas palabras. La vida común a
bras técnicas empleadas contra su voluntad no permiti
marino-dij
uzgando inútil el dis
?...? Así pensó Ferragut, sin atinar por qué buscaba su conc
ue trabajaban como autómatas. La disciplina les hacía acatar las órdenes de Ferragut, pero se adivinaba que
acia el Oeste, siguió las costas de Sicilia desde el cabo Gallo al cabo de San Vi
Mediterráneo entre Túnez y Sicilia, irguiéndose el pico vo
ido por Ferragut fuese con arreglo á sus deseos. Acabó por no o
bien su mar-
erdaderamente suyo. Podía llamarle mare nostrum,
os límites del extenso banco de la Aventura. Navegaba lentamente
s oyó Ferragut cómo murmuraba el nombre de Gibraltar. El paso del At
ia, y el conde trepó repetidas veces por las escalas de cuerda d
dole un punto del horizonte. Debía hacer rumbo en
de borda, que navegaban con gran velocidad. Eran como destroyers, pero sin mástiles, sin chimeneas, deslizá
ncontrón de sus cascos. Varios cables metálicos surgieron de sus cubiertas para enroscarse en los palos de la gol
grupos de cabezas. Los oficiales y tripulantes iban vestidos como pescadores de las costas del Norte, con traje impermeable de una sola pieza y casco encerado. Muchos de ellos agitaron en lo alto e
cubiertas, y Ferragut vió invadido su buque por dos filas de marineros. En un momento quedaron abiertas las escotillas, sonó un ruido de maderas rotas, y l
hombre vestido de tela impe
pletamente sumergidos, viendo por el periscopio l
oficial-; ni el menor incident
glaterra!-dijo el conde,
e!-repuso el oficial,
oleta. Algunos marineros le empujaron en la precipitación de su trabajo. Era el
o buque. El conde se quedaba. Le vió acercarse como si de repente se
ue no se olvidan. Tal vez no nos veremos nunca... P
von Kramer, teniente de navío de la flota imperial... Su personalidad de diplomát
estaba previsto... Debía entregar el mando al verdadero due?o de la goleta: un miedoso que se había hecho pagar muy caro el alquiler
ales que pronto oirán hablar de nosotros.
s submarinos. Luego creyó reconocer en el otro sumergible á dos marineros de los que habían tripulado la goleta, los
desaparecieron los últimos marineros germánicos, y con ellos los cables que aprisionaban al velero. Un oficial le gritó que podía marchars
a de la goleta, sintió
ué has hecho??, clamó
mientos. Debía moverse mucho para suplir esta falta de brazos. En dos noches y un día apenas descansó, manejando
ormir por primera vez, dejando encargado á uno de los marineros la vigilancia del buque, que se mantenía con el
cerlo entrar en el puerto con toda legalidad. El mismo bote se encargó de llevar á tierra á Ulises con su
mientras dos remeros hacían deslizar el bote sobre l
tivo. Este burgués indignado era un alemán: uno
i la protección de su obeso compa?ero adormeciese todas las vigilancias. A pesar de esto, el buen
Nápoles. ?Hace usted bien...? El tren partía dos horas más tarde. Y
, casi creyó que había so?ad
de La Jerusalén libertada. Recordó los nombres de las vías principales, que eran los de antiguos virreyes espa?oles. Vió en una plaza las estatuas de cuatro reyes de Espa?a... Pero todos estos recuerdos sólo le inspiraron un interés
a aludido el comerciante mientras iban en el bote. ?Era la guerra!... It
ivas detrás de las banderas iban á adivinar su haza?a, cayendo sobre él. Necesitaba alejarse de este entusiasmo patriótico; y respiró satisfecho a
los medios de comunicación. El tren quedaba inmóvil horas enteras para dejar paso á otros trenes cargados de hombres y
ta y ocho horas, le pareció que el cochero se dirigía c
portera, gruesa comadre de pelo encrespado y polvoriento, que sólo
asa... Las se?oras han partido d
e esta huída con una s
a al marino como un presunto espía, bueno para una denuncia patriótica. Sin embargo, por honradez profesional, le a
e recogiese sus maletas. Y tomando otro carruaje, se dir
de que Ferragut alcanzase á preguntarle por Freya, con la vaga esperanza
ha estado su hi
libro de viajeros, mostrándole una línea: ?Esteban Ferragut. Barcelona.? Y Ulises reconoció
el portero se aprovechó de su
d. Se había puesto en relación con los consignatarios del Mare nostrum, buscando por todas partes noticias de su p
horas antes, todaví
a podido saludar al joven cuando salió del hotel. Dudaba entre hacer el viaje en un vapor inglé
ndo los ojos, se entregó á un largo cálculo mental... Al fin m
e una palmada, rud
albergo cuando él marchaba á encargarse de la gole