Mare nostrum
inmediatamente. Lo más difícil del camino ya estaba andado. Pero
durado unos segundos, largos como a?os. Los pasos del guardián, cada vez
humo quedó flotando en el fondo de sus pupilas,
!... Me
ida de Ferragut, todavía
as y ruegos con que la pers
as bocacalles de Chiaia-. Nos veremos... S
ora, sereno el rostro, como si no quedase en ell
promesa. Ferragut la
, cruzando sonrisas y miradas con el marino, que ocupaba por su desgracia una mesa lejana. Luego pa
ano éste, por una reciprocidad natural, habló de la isla de Java, de las danzas misteriosas ante Siva, de los viajes por los lagos de los Andes. Freya hacía un esfuerzo para recordar. ??Ah!...?sí!? Y después da emitir
ó ésta que era la doctora la única compa?era de las horas que pasaba fuera del hotel. El marino, para tranquilizarse, exigió que la viuda acept
recuerdos artísticos de la dominación borbónica y la dominación muratesca, entraron en un restorán próximo, una trattoria con las mesas puestas en una explanada desde cuyas baran
del mar, expeliendo de su enorme masa blanca, cual si f
ez habían echado media semana en ascender desde la ciudad á las alturas del Vomero. Freya rió de la belleza típica del ostricario y las miradas ardientes q
de un tenor, ó sonaba sola, estirando las melodías,
se el lejano panorama de la ciudad, el golfo y sus cabos. Le embriagó el aire de esta cumbre, después de dos semanas transcurridas sin salir de Nápoles. Las arpas y violines daban al ambient
ajo del mantel y apretarse pierna contra pierna con frenética presión. Los dos sonreían mirando el paisaje y mirándose mutuamente. Tal vez eran extranjer
erzo para pintar directamente en sus álbumes, con una torpeza escrupulosa y pueril, el
atrajo en la mesa las manos de Freya. Rió de la sobriedad de Fe
os argonautas-dijo alegremente-. Así
dosificación exageradamente escrupulosa de la par
r una libació
eses, interrumpiéndolos en su concienzudo trabajo. El marino se sintió invadido por un tibio bien
levantaban con ruborosa precipitación, como si les pinchase un repe
iuda le trajo
... Aún no me ha dicho e
y sus deseos. El vino daba á sus palabras un temblor de emoción; los gemidos de la orquesta excitab
lanzaba una romanza de la fiesta de Piedigrotta, una lamentación de amor mela
ndo-. Estos mediterráneos... ?
l cantante. Ella continuó hablando, complacida y desde?os
, algo preparado escrupulosamente para las gentes del Norte, crédulas y simples
dió con m
iene usted un rival. ?
gruesa se?ora de pelo gris y abundantes joyas, una viajera escoltada por su marido, q
so pirata disfrazado de gentleman. Al notar la atención de Freya cambió el curso de sus miradas, balanceó el fino talle y contestó á los ojos in
tre carcajadas-. ?Ya ten
cogía esta se?ora sus insinuaciones misteriosas. Ferragut habló de acosta
mbre! Tal vez tiene mujer y larga prole... Es un
. Ulises parecía ofendido por la lig
lpa. ?Está usted ofendido porque he querido compararle con ese tipo?... ?Pero si usted es el único hombre que yo aprecio un poco!... Ulises, le h
luz admirativa de sus ojos. Freya volvió la cabeza al hablar, no queriendo verle, c
por unas horas el suelo de Espa?a, cuando desembarcó en Barcelona del transatlántico mandado por él. Los es
veras, sin frases, sin embustes pasionales, su afecto sería más sano y profundo que el de los otros hombres.... Mi amiga la doctora dice que son ustedes un pueb
arino, haciendo
o son mediocres. No abandonan á una mujer por cálculo; no la explotan... Usted es un hombre nuevo para mí, que
ovimiento de cabeza. Conocía esta música dulzona, la Serenata de Toselli, lamento de pasión que removía el alma de las viajeras en los halls de los
ró-. ?Vagar sola por el mundo!
rna pasión, sus ofrecimientos de unir su vida á la de ell
s hombres, y nada me importa hacerles da?o. Pero ahora me inspira usted cierto interés, porque le creo bueno y fran
ra á Ferragut corriendo hacia un peli
r este personaje... Yo soy una ?mujer fatal?, pero en la realidad. ?Si usted conociese mi vida!... Es mejor que no la conozca: yo mi
ir, amándola tanto?... Si tenía enemigos, podía contar con él par
da. No soy la conquista que se guarda unas semanas nada más. A mí nadie me toca impunemente. Tengo ventosas, como los anim
único porvenir hizo saltar lágrimas
conversación. Los dos ingleses interrumpieron su pintura para contemplar duramente á este gentleman q
vámonos-dijo ella,
los ojos y reparó los estragos de su fisonomía sacando del bolso de oro la
e los limones que adornaban su puesto. No pudo verle la cara, y sin embargo adivinó q
ar por calles solitarias, entre muros de jardín, c
ándose con un abandono pueril, como si la fati
e podía verles; los pasos resonaban en las aceras, bajo las guirnaldas de las tapias, con un eco de lu
murmuró atrayendo hacia él la cabeza de
riste, ligero, desmayado, que en nada recordaba la histérica caricia del Acuario. Su voz,
or su bien... Yo traigo desgracia. Lamentarí
sin voluntad, como si fuera á dormirse marchando. Una voz cantaba con diabólica satisfacción en el cerebro del capitán: ??Ya está mad
iejo y gafas. Les dió la tarjeta de un hotel que poseía en las inmediaciones, ensalzando las cuali
s?... ?q
tar, abandonando br
ses... Eso no ser
stación con paso altanero, sin volver la cabeza, sin
como si no guardase ya memoria de su reciente indignación. El marino, bajo el peso d
tió con más fuerza los efectos de la embriaguez que le dominaba, u
de sus piernas le empujó hacia el hotel, y se dejó caer de bruces en la cama, mientras rodaba por tierra su somb
e sus ojos, volvieron éstos á abrirse, ó á lo menos él creyó q
el cuarto y avanzaba de
un ojo que la que llegaba era una mujer, y que est
l óvalo de cara. Era Freya y no era, como dos gemelas repetidas exactamente en
hizo de pronto explosión. Siempre que veía á la viuda, este inconsciente se agitaba, presintiendo que la había conocido
a de oro; que unas joyas algo bárbaras adornaban su pecho y sus orejas; que una falda de flores cubría el res
Const
isma, que se perpetuaba á través de los siglos valiéndose de prodig
te era que existiesen. Y Freya estaba á su lado: Freya y la otra, fundid
Oh, do?a Constanza!...? Y se sumió en la noche definitivamente, sin una nueva visión, abrazándose á la almohada
eratriz resucitada bajo una nueva forma, como en los libros de caballerías, ó fuese simplemente la viuda errante de un sabio, para el marino era lo mismo. El la deseaba, y á su de
uerdo de la expedición á
rías y mis lágrimas. Usted, por su parte, fué como siempr
seaba llevarla á comer en una de las trattorias del camino de Possilipo,
paseos representaban para ella horas de alegría y libertad, como si sus
puesto de coches, cuatro vehículos avanzaron á la vez, como una fila de carros romanos ansiosos de obtener el premio del circo, con e
Subieron los dos al vehículo más próximo, é inmediatamente cesó el tumulto. Los coches vacíos volvi
cochero, para no ser descortés con sus dos clientes, á los que presenta
día de la fiesta: es en Septiembre. Pocos vuelven de ella á pie firme. Santa María
do la marcha del caballo con un alarido profesional... Y como si su grito figura
anciones del a?o. Allí se proclamaba la romanza de moda, y cuando ya la habíam
a breve
peque?a iglesia de San Vitale. Muchas se?oras extranjeras la buscan para colocar
se en ellos. El se?or le había tomado una mano á la se?ora y se la apretaba hablando en voz muy baja. La se?ora fi
stos parroquianos indiferentes, mostrando á punta d
ta, que describió amores de pastoras, y Federico II de Aragón le hizo el regalo de una ?villa? con jardines, par
ión, sin agradecer sus eruditas explicaciones. ?Extranjeros ignorantes!... Y ya no dijo más. Se replegó en un
monta?a, haciendo cada vez mayor el declive entre su calzada y el borde del mar. En esta pendiente asomaban
es se elevaba el golfo, como un telón azul. Su borde s
n terminar, de gruesos muros, labrados ventanales y sin techo. En el piso bajo entraban las olas m
e de esta ruina, y el cochero, piadoso,
la gente indocta! Este es el palacio de Donna Anna, y do?a Ana Carafa fué una gran se?ora napolitan
ez se ponían á hablar, sin escucharle... Y se sumió definitivamente
udente y linajudo. La pasión había hecho cometer al grave virrey la locura de construir un palacio en el mar.
ijo, para explicar su entusiasmo-. ?Busca tu
nrió tri
nacional. Es crear hijos con doble patria, que acaban por no tener ninguna, y
eír con tristez
alegría de Partenope, El mazo de flores... Y mientras tanto, apretaba la mano de Freya, avanzando sus d
no volverse para no ser molesto. Conocía bien á los que hablaban á sus espaldas: ?Enamorados; gente que no
etencioso y moderno, con el título del restorán en letras de oro. En el lado opuesto estaba el anexo, un jardín cortado por terrazas que descendían hasta el mar, y en dichas terrazas había mesas al aire
erismo que pasaba por encima de todas las diferencias sociales, uniéndolos como simples hombres. El había tra
al fijar sus ojos en Ferragut. ?Tenía lo que necesitaba el se?or.? Y atravesando una terraza bajo emparrad
ombrío y húmedo, cuyo papel pendía á trechos. ??Qué hermoso!? El golfo, encuadrado por la ventana, par
rta entreabierta. Sus dedos acariciaban en la cara interior un cerrojo enorme, arcaico, que había pertenecido á una puerta mucho más grande, y parecía que
panorama al sentir los labios de Ferra
mos convenido. Recuerde que he aceptado su co
estaba ya aceptada: tenía la fuerza de la costumbre. Por esto no se resistió á ello
prometido mi flirt-dijo alegremente,
as sillas viejas, las paredes de suelto empapelado y los cromos de marcos verdosos, tropezaron con algo obscuro, rectangular y profundo que ocupaba todo un ángulo d
o podría comer al lado de este mueble inmundo, por el qu
á, tapando con su espalda aquel cerrojo que era el orgullo del camarero. Balbuceaba excus
. Usted no me conoce. Eso es para otras... ?Atr
ba franco el paso, repitiendo sus excusas, haciendo rec
nquilizada al verse en pleno aire. Buscó la mesa
ejor al aire libre, contemplando el golfo... ?Venga y no
tó los ojos de la se?ora, como un reo convicto, y miró al se?or con el mismo aire desolado que empleaba para anunciar el agotamiento de un plato puesto en la list
un lejano sabor de azufre. Freya tenía sed y le inspiraba recelo el agua de esta trattoria. Ulises necesitaba olvidar su reciente fracaso... Y los do
y un delantal de rayas multicolores, bailó bajo el emparrado, moviendo en alto un pandero que era casi del tama?o de una sombrilla. Dos c
zul del cielo también se tornó rosado, y las monta?as se incendiaron al reflejar el astro agonizante. El penacho del Vesubio era men
a visto muchas veces este mismo panorama, con sus bailarinas y su volcán, allá en su caserón de V
cre; las casas tenían unas fachadas chillonas; y sin embargo, todos estos elementos discordes se compenetraban y se fundían en un ambiente armonioso, discreto, de
as, no las islas de rocas quemadas y desnudas de vegetación qu
murmuró con los ojos húmedos-. ?Mo
y exuberante describió las delicias de una vida á dos, de amor y de misterio, en cualqu
así como iba cayendo el día. El camarero hizo pasar al comedor cerrado á unas mujeres pintarrajeadas y con grandes sombreros, seguidas de unos j
o si le ofendiese el recuerd
a comida. A la botella de vino vesubiano, completamente agotada,
hacia el vaso frecuentemente. El vino de Freya era melancólico. La dulzura del cre
ombre, habría entablado una discusión violenta bajo cualquier pretexto. Encontró sin sabor las ostras, la sopa marinere
??Farsante!...? Se estaba divirtiendo con él. Era una gata juguetona y feroz prolongando la agonía del ratón caído en sus zarpas. En su cerebro hablaba una voz brutal, como si le
ilidad de su rostro, seguía hablando con la mirada perdida en el horizonte,
a, casita de Possilipo, completamente sola, llevando una existencia
; este paisaje es para el amor. ?Envejecer lentamente dos que se amen, ante
gresividad que hervía en el fondo de su mal humor. ?Y él?... ?No la a
or dejaban fría á esta mujer, aco
aunque se maten de verdad, ?qué prueba esto?... Quitarse la vida es una resolución de un minuto, que no da lugar á arrepentimiento; una simple ráfaga nerviosa, un gesto q
acudió su inmovilidad. Una voz maliciosa
do que me amaba y que se había matado por mí... Una escena penosa, horrible... Y sin embargo, estoy segura de que se enga?aba á sí mismo, de que no me amaba. Se mató por vanidad heri
se contuvo, para oír mejor los crueles consejos de la voz maligna que hablaba en su pensamiento... El no pretendía matarse por ella... Muy al contrario: su agresi
iguió h
esde las primeras palabras el sacrificio de su existencia.
plomiza de sus aguas, exhalando una frescura misteriosa que se comunicaba á las monta?as y los árboles. Todo el paisaje parecía adquirir la fragilidad del cristal. El aire silencioso temblaba con exagerada sonori
en faroles de papel. Los mosquitos y falenas, revividos por el cre
ambiente crepuscular, con la misma
amada. ?Qué significa la vida para un hombre como usted?... Su profesión la pone en peligro tod
ueva pausa
el lugar que ocupan. Sólo me convencería un hombre que arriesgase por mí honra y posición
ta mujer?... Pero se calmó al seguirla escuchando. Todo era una hipótesis de su desor
el... ?Pobre ladrón mío!... Yo viviría únicamente para él, pasando día y noche junto á las murallas de su prisión, espiando las rejas, trabajando
te está loca.? Pero este pensamiento se reflejó e
hablo son fantasías, inventos imaginativos para llenar el vacío de mi alma. Culpa del vino
ca las dos botellas vacías que
elados fuegos fatuos. Los farolillos del restorán trazaban manchas purpúreas sobre los manteles, viéndose en torno de ellas los rostros de los que com
s!-orden
ase la majestad de la noche. Necesitaba moverse, caminar en
sus ofertas. Quería volver á pie á Nápoles, siguiendo el suave descenso del camino de Possilipo, des
los primeros pasos se lo avisó el marino con un beso en el cuello. Iba á aprovecharse de todos los recodos del camino; de los altos en ciertos lugares descubiertos para columbrar el
rio. Además, estaba segura de su serenidad, que mantendría al enamorado en el límite que ella quisiera f
empo por delante. Lo único molesto era la necesidad de marchar, de unir á los abrazos y los juramentos de amor una incesante activ
uanto antes á Nápoles. Allá abajo, en la curva de luces vecinas al g
ella, cortando las palabras con b
abía pasado por su talle, dejándose arrastrar como si estuvies
voz de su cerebro cantaba victoria. ??Ya está!... ?Es
hora y se imaginaban que sólo
gente que en el camino de Possilipo. Huyeron de los faros eléctricos de la vía Caracciolo, que reflejaban en el ma
excitación de los besos, incesantemente renovada, le había hecho ansiar una entrega inmediata, con el exas
veremos... Voy á pasar la
resa. ??Era una broma?...? Pero no: no podía dudar.
sejero mental le decía rencorosamente: ??Se está burlando de ti!... Hora es ya de que esto acabe..
oprimió en sus brazos, y los dos, hechos un solo cuerpo, cayeron sobre el banco, jadeando, luchando. La sombra
atrás llevándose las dos manos á un hombro. Experimentaba un dolor agudísimo, como si uno de sus huesos acabase de quebrarse
anzando el peor de l
mbre, uniendo á su ansia amorosa un deseo de ma
de uno de sus ojos, Ulises, sin saber por qué, se acord
mple contacto en la frente, un diminuto círculo metálic
quel. Había aparecido en la mano de Freya saliendo del secreto de sus r
. Se adivinaba su familiaridad con el arma que tenía en la
nte, torciéndola hasta romperla, sin que le inspirase miedo el revólver. Pero tenía enfrente á una
con tono ceremonioso y amenazant
a un paso atrás, quedando meditabundo y confuso. Le volvió la e
por última vez con ojos despectivos. Debían ser terribles insultos, y por lo mismo
Se acabó, ?se aca
a una noche de vigilia, cortada por pesadillas angustiosas. Bien avanzada
tima propina al portero, anunciándole que horas despu
bertad, como si esta libertad la hubiese conquistado voluntariamente y no le fuese impuesta por el desprecio de
l hotel. ??Adiós, maldito albergo!... Nunca volvería
sfacción fué en aumento. Sólo aquí podía vivir, lejos
a, como si viesen la salida del sol después de una tormenta. Distribuyó buenas palabras y palmadas afectuosas. El t
o que un buen arroz. ?Ah, grande hombre!... Seguramente iba á llegar á les cien a?os. Y el cocinero, halaga
el camino del deber. Cuando los oficiales jóvenes hablaban en su presencia de ruidosas cenas al saltar á tierra con mujeres
or una gran parte del planeta, sin permitirse distracción alguna, para despertar con una tensión arr
sentía héroe, sus haza?as iban más allá del cero de la decena. Y con el impudor tranquilo del virtuoso que todo lo deja en casa, calculaba las fechas d
mer momento el secreto de los entusiasmos y las cóleras del capitán. ?Debe vivir con una mujer?, se dijo al
filosófica cordura, volvió á decirse mentalmente, sin que el capitán pudiese adivina
Le habían hablado de cierto cargamento para Barcelona, un flete de ocasión; pero mejor era esto que ir de vacío... Si el cargamento se demoraba, partir
i, que en todo un mes sólo ha
ndear frente á los muelles de comercio, brillante y rejuveneci
os de la carga, se presentó el tercer oficial, un joven andaluz, que parecía emocionado por la noticia de que era portador. Una se?ora muy hermosa y muy elegante-el jove
Nápoles!? El no sabía quién era la de Nápoles, no la había visto nunca, pero tenía la certeza de qu
, despegándose de la mesa, y en
os, del fondo de las bodegas, de los metálicos corredores de las máquinas. Hasta el tío Caragòl sacaba su cara episcopal por la puerta de
e imitar el porte de las multimillonarias que viven en un yate. Los marineros fingían trabajos extraordinarios para aproximarse á ella, limp
ano simplemente, lo mismo que si
l hotel, he sentido la necesidad de visitarle en su buque... D
revidos, incitantes, de un impudor tranquilo. Toda ella parecía ofrecerse. Sus sonrisas, sus palabras, su modo de marchar por la cubiert
smo tiempo que paladeaba la dulce satisfacción del amor y el orgullo triunfantes, un vago instinto le sugirió la sospecha de que esta mu
á todos los del buque. ?Qué mujer!... En el primer instante excusó y comprendió la conducta de su capitán. Luego, sus o
esta se?ora que examinaba el salón como
verdadero mediterráneo, tal como ella se los imaginaba: un fauno per
s pezu?itas lindas como las de las cabras. Debe sab
dando torpemente al salir. Ferragut sintió un gran alivio
es, corrió de un lado á
lo registre todo. Me interesa lo suyo: no dirá ahora que no le quiero. ?Qué
marino. Este, olvidando lo pasado y queriendo aprovechar la felicidad q
lla-. Ahora déjeme ver. Sie
enues y lloriqueantes, producto de una desafinación de varios a?os,
ran olvidadas en el fondo de un armario, entre las ropas de una
rmitorio del capitán se detuvo, sin querer pasar del umbral, sin soltar el picaporte de bronce que mantenía en su di
tuya, te lo prometo: te doy mi palabra. Pero donde yo
has con una voz acariciadora y sumisa; todo el orgullo de
llenos de un cocktail rojizo y espumoso; embriagadora y dulce mixtura, resumen de todos los conoci
un modo solemne. Ofrecía su libación á Eros, el más bueno de los dioses. Y Ferragut, que siempre había sentido ciert
erragut volvería á tierra, aposentándose en el mismo albergo.
nes de la Villa Nazionale... Sí, allí
eya se adelantaba á sus recuerdos con una astucia femenil... Era Ulises
sea verte, y me ha rogado que te lleve. Se interesa m
. Pero antes de volver á su lancha sintió la curiosidad de regi
e hierro de las máquinas y al abismo cuadrado de las escotillas de carga, recibiendo el olor mohoso de las bodegas. En el puente tocó
entable desorden sus formaciones de cacerolas, asomando su hocico sonrosado
erturbaron al apóstol. Su olfato de guisandero se sintió molestado por el perfume de esta se?ora. ?Guapa, pero con olor de...?, repitió mentalmente. Para él, todo perfume femenil mere
moscas. Quería limpiar el ambiente de malos olores. Sentíase escandalizado
aron en las bordas para seguir l
e, lo contempló tambié
ue la mar te trague an
itán!? Y el capitán movía la cabeza, sonriente y emocionado por el
ía. El portero, como si presintiese las inclinaciones de este cliente de propina fácil, se encargó de e
ses dónde ocultaba la doctora su majestuosa personalidad. Presentía algo extraordinario en este alojamiento, pero estaba dispuesto á
marino ante su puerta, pero seguía adelante, desorientado por las chapas de m
o una calle en pendiente, con revueltas anchurosas que permitían en otros tiempos el paso de las literas y sus portadores. Como recuerdo de los personajes de blanca peluca y las damas de anchu
so, ante una fila de puertas
es-dij
cuero verde, ostentando un rótulo comercial, enorme, dorado, pretencioso. L
ja de caudales y varias mesas. Un solo empleado trabajaba: un hombre de edad incierta, con cara pueril y bigote r
rl, y pasó adelante, como si fuese un simple portero. Ulises, al segu
es polaco?
Es un protegido
mericano, tapices chillones, de un falso orientalismo, y en las paredes láminas de periódicos entre varillas doradas. Sobre una mesa lucía sus marfiles y platas un gran neceser con la tapa de cuero abierta. Unas cu
nmediata. Estaba encorvada sobre un pupitre americano, pero los vió inmediatamente
formas. La falda, recogida y angosta en el remate de sus piernas, parecía el mango de una maza enorme. Sobre el verde marino del traje llevaba un tul blanco con l
. Su encontrón casi fué un abrazo... ??Querido capitán! ?tanto tiempo sin verle!...? Sabía de él con frecuencia,
e en Salerno, el cuidado que había tenid
sona y el afecto de sus ojos. Era una madre para su amiga. Acariciaba, al hablar, los mechones de la cabellera de Freya, que acababan de librarse del encierro del sombrero. Y Freya,
ona-, Freya sólo habla de usted... ?Ha sido tan desgra
omo á un yerno. Su mirada de bondad tenía una expresión melancólica. Era la dulce tristeza de las personas maduras que ven monótono el presente, medido el
cho!... únicamente por el amor v
tos consejos, avanzó un brazo sobre los globos encorsetados
sarse...? La imponente se?ora, para facilitar sus expansiones, iba á salir, alegando un pretexto
y pueriles en todo lo referente al adorno de su persona. El traje, de lanilla gris, aparecía realzado por la unidad de la corbata, los calcetines y el pa?uelo asomado al bolsillo del pecho. Las tres prendas eran azules, sin la más le
á flor de piel en las mejillas y formando sobre el mentón una punta corta y aguda. El capitán presintió que era un marino. En la flota
esar las manos de las dos se?oras. Luego se llevó un monóculo de impertine
dine... El cap
idada y forzuda, que se mantuvo largo rato sobre la de
que era el idioma empleado por la
o?-preguntó éste pa
mblor ligero de sorpresa parecía rizar su lumino
está ahora con licencia, cuidando su sal
de la gran Catalina. La doctora, por ser polaca, estaba relacionada con ellos ha
us palabras, como si no pudiera despojarse de su altivez d
uchas de las aventuras náuticas de Ferragut. A él le i
deseo de agradar semejante al de la doctora. ?Hermosa casa aquella, en
ó de pronto en espa?ol, como si hubiese reservado este golpe final par
ocimiento de esta lengua-. He hecho un largo v
ero que mostraba en sus gustos cierto refinamiento de artista. Durante media hora desfilaron por el vulgar ambiente del salón imágenes de enormes pagodas de techos superpuestos, vibrantes á la brisa, como u
entre sus manos cruzadas, se mantuvo aparte, entendiendo la conversación, pero sin intervenir en ella, como si le ofendiese el olvido en que la dejaban
ticos para pasar al Mediterráneo, y se anclaba en él con una insistencia admirativa. Un motivo más de
o el que hablaba, pues con breves y certeras preguntas le
r el peque?o mare nostrum, y especialmente por las particularid
la por milla todo el litoral espa?ol, el francés y e
a entre la Cerde?a, la Italia del Sur y la Sicilia, ó sea lo que los antiguos habían llamado el mar T
todo-afirmó é
riosidad del conde ó si quería someterl
terráneo. En ellas habían colocado los antiguos á Eolo, se?or de los vientos; en ellas está el Stromboli vomitando enormes bolas de lava, que estallan con
a que colonizaron los fenicios y sirvió de refugio á los piratas sarracenos. Su población es escasa y po
cráter muerto y solitario en medio de un m
laria, situada á medio camino entre Sicilia y áfrica. Era un cono volcánico altísimo que emergía en mitad del estrecho, y á cuyo pie existían lagos alcalinos, humaredas sulfurosas, aguas termales y const
dorso una capa acuática que en algunos puntos sólo tenía doce metros de espesor. Era el extenso b
la Aventura pareci
su mar-dijo con t
teles. El capitán no extra?ó esta falta de servidumbre. La doctora y su amiga eran para él unas mujeres de costumbres extraordinari
ni á las preocupaciones de Italia en aquel momento por mantener su neutralidad ó salir d
e buen tono, como personas de su mismo mundo; pero el ma
fin á su visita. El conde se ofreció á acompa?arle. Mientras se despedía de la doctora, agradeciendo con extremos
nte, sin mover apenas los labi
sonrisa, la presión de la ma
nsignificantes para evitar el silencio, pero á él le parecieron observaciones de profunda sabiduría. Su voz era, según él, armoniosa y acariciador
conde, á pesar de sus ofrecimientos de amist
-. Volveremos á encontrarn
mpaciencia. No quería comer; la emoción había paralizado su apetito... Y una v
nquieta espera. Ella no volvería al hotel hasta muy tarde... Y precisamente se retiró á su habitación más
abitaba el piso superior. ?Pobre hombre! ?Cómo se habían reído de él!... Ulises se admiró á sí mismo como una personalidad comple
a, queriendo borrar este perfume de tabaco fuerte. Ella sólo gustaba de los cigarrillos orientales... Y como persistiese el acre olor del cigarr
habitación. El no estaba seguro de haberle dado las se?as con suficiente claridad. Era po
rto de Freya. Cada vez que sonaban pasos en la escalera ó chirriaba la verja del ascensor, el barbudo marino se estr
el que espera á los domésticos, fatigado por inútiles llamamientos. Otras veces le sorprendían con la cabeza asomada á la puerta entreabierta, retirándola precipitadamente.
ierta... Un rectángulo de viva luz que se marcaba en el suelo
aban por el pasillo discretamente sobre la suavidad silenciosa de sus pantuflas, todos en la misma dirección
un libro, y le fué imposible leer dos pár
no vendrá!-dijo c
treviese á avanzar hasta su cuarto viendo luz por debajo de la puerta. El amor necesita ob
lecho, tendiéndose con un ruido exagerado, para que nadie pudie
Llegará de un
las dificultades de la entrada. Dejó la puerta entreabierta levemente, para evitar el ruido
dose en cada uno de estos saltos de una p
ebía dormir; no quería dormir; lo ordenaba su voluntad... Y media hora después dormía profu
e se duerme sin deseo de dormir y se siente sacudido por la inquietud resucitadora. Tardó unos instantes en darse cuenta de su s
acercaba. Un peque?o ratón parecía moverse en el corredor. Los zapatos colocados ante una de las puertas resbalar
emente empujada. En la obscuridad fué marcándose una somb
tenue, de fantasma, una vo
en la sombra. Tropezó con unos brazos desnudos y mórbidos,
ó su diestra á la pa
empre, con los cabellos opulentos cayendo en sierpes sobre sus hombros, completam
tánica bordada de fantásticas flores y plegada caprichosamente. A través de su tejido suti
imitó el gesto de Ulises tendiendo una man
a de la suya lo mismo que en el Acuario... Y rodó bajo esta caricia de fiera, con el pensamiento perdido, olvidándose del resto del mundo
cuyas cortinas se había olvidado de correr, estaba azul: azu
aba todavía la huella de su cuerpo... Recordó entonces, como una de esas visiones pálidas de la ma?ana que animan las últimas horas del sue?o, el paso de
ras de la noche en el misterio de la sombra. Estaba fatigado; sus piernas vacilaron
ce tierra! ?dulce golfo!... Aquel era el lugar más hermoso del mundo. Satisfecho y orgu
Ferragut tenía hambre: el hambre de la desnutrición, el hambre
que le trajo el camarero. ?Poca cosa para él!... Y cuando atacaba todo esto con avidez, se
udos. En el lugar del corazón llevaba bordada una cifra, cuyas letras no pudo desenmara?ar Ulises. Encima de esta cifra avanzaba su punta un pa?uelo asomado á la abertura del bolsil
ad. ?Era una segunda Freya: un paje, un andrógino adorable
segunda entrevista de amor. Deseaba adivinar las impresiones de él, convencerse de su gratitud, t
e que ha llegado á la posesión y no necesita ocultar y poetizar sus necesidades
azos. Apoyó luego la cabeza en las rodillas, y así estuvo largo rato, fumando con los ojos fijos en el mar.
vez en cuando se arrancaba de esta contemplación, para fi
e la bandeja del desayuno, presintiendo
todo lo que yo te pida... Tú n
Perderla?... No po
e la has contado... Tu nada sabes de
ó la cabeza: n
, Ulises... Yo
sde el día en que se hablaron por primera vez, yendo á Pestu
a. Te lo juro... Pero
ino la escuchó con interés,
y alem