Oriente
sos d
apital de la Confederación Helvética
os osos-dicen al coche
enlosada, encuentran á los hijos favoritos de Berna, á los famosos osos, que figuran en el escudo nacional, sirven
anahorias. En torno del foso hay una peque?a feria, con puestos en los que se venden vituallas para la bestia amada y tarjetas con los retratos de estos personajes populares. De vez en c
Viven en opulenta abundancia, soberbiamente alimentados, como el pueblo suizo, del cual son á modo de un símbolo; y como si no les bastase la man
l pan untado con miel, que les viene directamente á la boca; pero si el donativo resbala ante sus colmillos y cae á sus pies, no hacen el menor esfuerzo por recogerlo. Nuevos regalos llueven en torno de ellos, y dejan lo que cae para sus compa?eros de foso, para los parásitos que
roz, escogió á la loba; Francia tiene al gallo fanfarrón, arrogante y belicoso; los Estados del Norte ostentan águilas de pico rapaz y estómago insaciable; Espa?a es el león sol
por uno de estos animales, escogió, tal vez sin saberlo, la
de coronel, y el que más sabe entre todos ellos toma el mando supremo; la gran mayoría de los suizos no conoce el nombre del presidente de la República, que sólo ejerce el cargo un a?o, y este presidente, que cobra poco más que uno de nuestros subsecretarios, sale en las ma?anas de verano del magnífico palacio del Gobierno en Berna y va á tomar un vaso de cerveza en el café Federal, alegre tabernilla que está enfrente. En los cabarets berneses se sienta uno al lado de un se?or vestido descuidadamente, co
repúblicas!... Realmente, la nacionalidad más apetecible del
dual los seres más felices y satisfechos son los que piensan menos y sólo se inquietan de lo que toca directa é inmediatamente á sus ap
al favorito), no va más allá de lo que le rodea. La vida pública se concentra para él en el municipio, ó cuando más en el cantón. Ni siqui
los rasgos de un Bonaparte; se enardecería con el redoble de los tambores, creyendo que el ejército helvético estaba llamado á grandes glorias, y en odio á la v
a ciudad nuestra, declararían deshonroso para su cuerpo y peligroso para su alma el hacer vida común con los cantones que son protestantes, y las plácidas monta?as v
perjuicio de atraer y desvalijar en sus hoteles á los extranjeros, los
uentran?, reconocen como muy aceptable su vida presente, y no pie
tener á los hombres en el goce de sus completas libertades, sin miedo á que abusen de ellas saliéndose del nivel común. La carencia de imaginación evita el peligro de que los más inquieto
ban los regimientos suizos, favoritos de las cortes, que se encargaban de acuchillar á los pueblos para que se mantuviesen por el miedo sometidos á los déspotas. Verdaderos mercenarios, pasaban del serv
ifornia que en Australia ó el Cabo, pero siempre con el pensamiento fijo en las verdes monta?as y los a
cerrar los ojos es dormir: un ensue?o sería un desorden inúti
rant, donde entré casualmente al llegar á la ciudad. Una
París, la hora de la Europa Central y toda
Sorbona de la rueda catalina!... ?Un suizo á quien no import
?o del restaurant, pero estoy convencid