Tristán o el pesimismo
reconciliación de los novios oyéronse en el
irilo?-exclamó Elena con el s
riendo. El marido, que arrastraba mucho el pie izquierdo y parecía también imposibilitado del brazo correspondiente, se apoyaba en el de su e
ando con efusión a la ciega y estre
a sin duda no ha llegado a sus manos, nos dijimos. ?Ni un coche siquiera por allí! Era necesario pasaros un recado y esperar más de una hora. En esto ve Ciri
de bueyes!-e
ismo tren. Saltó del coche precipitadamente, salió con la misma ve
sobre ella. Este iba en pie mirando el paisaje y contándome todo lo que miraba. Los bueyes resoplando, el buen hombre cantando todo el cami
eriendo; Cirilo es
os reír de tan buena gana soltó también la carcajada como un tonto... Allá le levantamos como pudimos. El buen hombre dijo que si
licioso-corroboró Ci
a; pero aquélla, gozando con la risa de Visita, no le hacía caso. Era en efecto la risa de
co tiempo quedó ciega por atrofia del nervio óptico, enfermedad incurable. ?Cuánto lloró aquella buena y hermosa joven! Desesperada por tan terrible desgracia, y todavía más pensando en que Cirilo suspendería definitivamente el matrimonio, estuvo a punto de suicidarse. Pero aquél se condujo en tal ocasión como un hombre de alma grande y generosa; no sólo no suspendió la boda, sino que la precipitó cuanto pudo. Tal proceder impresionó fuertemente el corazón de la pobre ciega; si antes amaba entra?ablemente a su novio, desde entonces su amor se convirtió en adoración. Efectuose el matrimonio, casi por la misma época que el de don Germán con Elena. No se pasaron muchos días sin que una nue
rse. Cuando se hubo sosegado un poco
omodidad, pero ellos se
endo, aunque fuese sobre tan grato lecho, y amarrado
divertirse, ni acaso lo sepas
esta echó a andar en
ue ya me parece que
él había una serre donde crecían plantas tropicales y en medio de ellas una fuente rústica formando cascada. Colgadas con disimulo entre el f
aba de charlar y reír contando como si lo hubiese visto todo lo que pasaba en Madrid, las obras dramáticas que habí
olsillo. ?Y el decir que había a mi lado una se?ora que sostenía que López habla mejor! No sé cómo me contuve. Pero éste me tocó con el codo y me dijo al oído que era
notas en el Congreso?-p
ndo ahí, criatura
e te referías a Pérez, d
chistes que es para morirse de risa. Hay uno sobre todo, el que hizo más efect
uso a disertar sobre la decadencia del arte dramático: los autores unos ganapanes que miraban sólo a las ganancias repitiendo hasta la saciedad los mismos chistes
ario otro más asequible a los peque?os. Pero Tristán, que no sufría la contradicción, se lanzó aún con más violencia contra e
o ninguna en que se convenciese nadie... ?Qué me c
en, para darle un tiro. Pero su marido cree que tiene en casa a la Venus de Milo, a la de Médicis y a la bella O
a con traje distinto. Don Ger
de que se está haciendo burla de una
legre a costa de aquel infeliz matrimonio. Clara se movió en la silla con visible inquietud y al cabo de un momento se levantó para salir. Los circunst
as; las dejaba a su esposa y a los convidados; él se mantenía de verduras, judías, huevos y tal cual trozo de carne asada. Aquella alimentación primitiva ser
do al lado a mi marido que huele a todas las yerbas del campo y vién
eynoso con su clara risa de hombre fel
s lo que est
ocos de remate. Pasáis la vida envenen
a del maíz to
mo tú los auxilios de la magnesia. Los granos de maíz se van solitos
ó por impacientarse y dar puntapiés
a. Fue a beber el burdeos y estaba frío
mplado usted el
cargado a la Dolores y había quedado
lamar a l
entó la
usted el vino como se l
oniendo las flores en la mesa y se lo encargué a Ma
en a
-manifestó Reynoso-.
-exclamó su esposa en el
o reír-. Pero es mejor resignarse, porque no consegu
e nuevos delincuentes, pero hizo repetidas veces la grave decla
ido la ayudaba lindamente en todo ello. Tristán, después de la reconciliación con su novia, había llegado hasta ponerse de buen humor; charlaba y narrab
cía Reynoso-, no estás acostumbr
es perjudicial. Sin embargo, afirma Nú?ez que el que no fuma y dice
sa. Así y todo, esto molestaba a Clara que, no pudiendo levantars
pobres. ?Dejadle que habl
ces enrojecí
, porque no puede serlo-manifest
erra pueden hacer el mal. Hasta una pulga te
hacen da?o es porque les falta tiempo. Y eso le pasa a Pe?a. Está tan ocupado en
d!-exclamaron
resó por lo bajo Clara pelli
rtencia-y dice con razón Gustavo Nú?ez que los hombres gordos no son capa
micamente a palparse
s delgados o g
de usted!-exclamó Elena con una ent
eje de reconocerlo-
alento no lo emplee en la pintura, de la cual
mera medalla y su cuadro
producido nada que valga la pena, que se limita a pintar cuad
d a quienes duelen sus triunfos: los hay también a
que ya no vive de los pinceles
una calumnia!-repuso el jo
ltó Clara con una viveza bastante rara en su naturaleza-. Pienso
ltó una
ra te eche la bendición para def
mismo lo que contra ellos se dice tiene escaso valor, en este caso había que tener presente que se trataba de un amigo íntimo de
su natural ligereza, pasó inm
coquetón, qué elegante!-le decía Visita aludie
e g
?qué rico mosaico el del pavimento!
sión. Elena, entusiasmada con el elogio, no parecía fijarse y le hacía preguntas y consultaba detalles.-??Qué te parece, pondré sobre la chimen
su budoir algún cuadrito a Nú?ez-d
pertinente!-replicó Elena dándole con
rosa, que había cruzado sobre la mesa no mucho antes, el viento de la fatalidad la empujó de nuevo hacia ella. El helado que sirvieron al terminar la comida era de avellana. A Elena no le gustaba
conmovida (aunque haciéndoles gui?os disimuladamente) que no era posible achacar al cocinero tama?a perfidia indigna de la naturaleza humana, y que solamente por haber bebido
io por satisfecha y para demostrarlo se desquitó de aquella inesperada privación atacando de un modo alarmante a las y