Arroz y tartana
pronceda, en vez de tristes desenga?os experimentaba la alegría de saber que en el mundo hay algo
n extraordinaria fuerza, como frutos tardíos del árbol de su vida, que h
terística timidez. En la soledad, al recordar a Tónica, avergonzábase como el que ha cometido una acción punible; las palabras intencionadas
! ?Qué dirá d
l rubor desaparecía y sentía en su
ia de las más torpes, salíale al paso por la ma?ana al ir al trabajo y por la noche al regresar a su casa; hacíase el encontra
oquianas, los consejos de ?las se?oritas?, que eran las hijas de su difunta protectora, y hasta las dolencias de aquella mujer casi ciega que vivía con ella, sirviéndola de madre. Con
de ingenuidad, que turbaban al joven, si
Cristo, rezando rosarios tras rosarios. En aquella época, llevarla a la capilla de la Virgen de los Desamparados era para ella l
enía en mi cuarto bajaba de su cuadro para arrullarme hasta que me dormía. Usted, Juanito, se burlará seguramente de que yo fuese tan tonta.... En fin, cosas de ni?as. Pero mi madrina la condesa,
reguntó el joven co
diablo, pero me gusta bastante el mundo y voy siendo algo impía, pues algunas veces me digo que no es tan pésimo como lo pintan los predicadores.... Además, ?quién cuidaría de mi po
?Qué hacía? ?La soltaba...? Tembló; pero vacil
ensa uste
estó con un
ucho corazón para cargar con una mujer sin otra renta que la a
te era él; pero, por su desgracia, se detuvo. T
como yo, que quisiera admitir a mi desgraciada amiga, me tendría por
rpo lo que quería decir, y antes llegaron a la pobre escalerilla de la calle de Gracia
. ?Y pensar que todos tenían valor en tales casos, todos, hasta Andresito, aquel pazguato que se declaró a Amparo con la mayor facilidad...! ?Cristo! ?Cómo se reirían de él sus hermanas si conocieran sus timideces! Sólo esto faltaba para que todos los de c
aba la joven. A las ocho la vio salir, andando con su paso ligero y gracioso, rozando la pared y c
e el joven se mojase por complacerla a ella; y en cuanto a ir los dos juntos bajo aquella cúpula de seda
gustioso ruego de Juani
joven, que no se sentía menos conmovido. Nunca había estado tan próximo a Tónica. Rozaba al andar un lado de su busto, se sentía envuelto en el ambiente em
quieto le había tenido durante todo el día. Bastábale para ser feliz y considerarse d
aban casi en la mitad del camino, cerca del Mercado, y él
retardaba con ridículos
na vez en ella, ?zas! soltaba su demanda, aunque
por la acera, resguardándose de la lluvia; podía oír su declaración... ?y quién sa
do de ladear el paraguas para que la cubriera bien, y mirando al suelo, como encantado por el trozo de enag
furiosa para exprimir todas sus habilidades; la hacían cortar y probar como una maestra y coser o zurcir como una oficiala; obligábanla, con falsos mimos, a no levantar la cabeza del trabajo ni un solo instante; se mordían los labios con rabia y dudaban de su laboriosidad cuando no podía convertir en
-preguntaba Tónica muy animada, olvidando los escrúpul
que decía. Sí se?or, era una infamia; personas tan ingratas nada merecían. Y al mism
po le quedaba para espontanearse, pero cuando se lleva una cosa bien pensada, basta con pocas palabras. Y mientras atravesaban el Mercado con pasos tímidos, resbalando
ble! Y mientras matizaba con sus exclamaciones la relación de la joven, pensaba con alarma que ya estaban en la
ya estaban en la esquina, pero por un poco más nada se perdía; prolongaría el plazo hasta un farol que
cidirse. En la imaginación del joven, aquella calle había sido mutilada de un modo horroroso; le parecía ex
mbló, pensando que podía quedarse solo y desesperado dentro de
óni
tioso que la joven calló, mirando en der
é oc
ro a usted m
o un joven formal; sobre todo como formal. No siendo así, no consentiría que me acompa?ase con tan
sabe usted? la amo, y soy ese hombre valiente de que usted hablaba anoc
dez de aquel ni?o grande. Intentaba sonreír como sí tomase a broma las palabras de Juanito, pero estaba ruborizada; se había detenido mirand
asustado por la seriedad de Tónica. La
ella ignoraba quién era su familia? Estaba enterada por una parroquiana amiga de su mamá y de sus hermanitas. Eran unas se?oras de las que viven con verdadero lujo, sin apelar a costureras ni a ad
iente posición! Compadeció la ignorancia de la joven y estuvo próximo a decirle que todo aquel lujo era imbécil fatuidad, pura bambolla; pero sintióse dominado por sus
a; ?y qué mejor que casarse con una mujer hacendosa, aleccionada en la escuela del trabajo y la economía, y que supiera ser ama de su casa? El pobre muchacho, roto el freno de su timidez, hablaba con vehe
nar el temor respetuoso que le inspiraba una familia rodeada de los prestigios de la riqueza y de l
lluvia, llamando la atención de los escasos transeúntes, que ante
ra contestarle. Y tras esta promesa, que para Juanito fue una felicidad. Tónica dio s
lumbrándole el camino. Sentíase impregnado del indefinible perfume de la joven, y andaba con timidez, com
tiva confianza, creía en su felicidad, y aquella noche fue la primera de satisfacción y calma, después de las rabietas e inquietudes que le había pro
no era nadie: una pobre costurera que, acostumbrada a sufrir las impertinencias de las se?oras, no podía permitirse el lujo de mostrar susceptibilidad ni amor
e remendaba los vestidos de sus amigas; su mamá, toda una se?ora, me consideraría un poquito más que a sus criadas. Y yo, aunque sea pobre, no tengo f
ría casarse con quien quisiera, sin miedo a disgustos ni protestas. él formaba aparte, se sentía aislado en medio de los suyos. Y el pobre muchacho, como si
los había visto en las novelas; pero le permitía seguir hablando con ella, como amigos más que co
uerto de Alcira... compraría una tienda. Las Tres Rosas por ejemplo... se casarían... tendrían ni?os, muchos ni?os, porque él, con sus gustos de joven tímido, adoraba los mu?ecos... él sería un modelo de maridos.... Pero paró en seco al ver que Tónic
riunfador, temiendo que le viera la mamá y deseando al mismo tiempo encontrarse con sus hermanas, para que éstas aprendiesen ?a distinguir? y no le tuvieran por un pazguato incapaz de tener novia. Por ella, por Tónica, re?ía con la planchadora, él,
bía conseguido que Tónica le llamase Juanito, y no se?or Pe?a, con aquel acento ceremonioso que hacía reír; pero aún no se había decidido a corresponder a su tuteo, y le plantaba siempr
una caricia. ?Malo, malo! Juanito temblaba viendo aproximarse la afligida demanda, el ?sablazo? maternal, acompa?ado con lágrimas y conmovedoras lamentaciones sobre lo mucho que cuesta la educación d
ponían a su mamá con agua al cuello; ahora se trataba de miles de pesetas, de miles de duros, y era preciso pagar o resignarse a que la situación de la familia se hic
e apuros.... ?Tres mil duros...! ?Sabes lo que es eso? Pues los tres mil duros he de tener a punto para el día siguiente de las Pascuas. Me han amenazado; me han llamado tramposa porque no p
e sublevaba, subiendo hasta su rostro como una ola caliente.... ?Tramposa su madre! No estaba mal aplicado el calificativo; pero el cari?o ciego, que le h
podía quedar a voluntad de cuatro usureros, que, merced a ciertos papelotes firmados por do?a Manuela con tanta irreflexión como f
ión, le miraba fijamente, dándole a
blar coa do?a Clara, esa amiga que, según dice
rsonas. Esa do?a Clara es una tal, que sólo va donde puede sacar, y vuelve las espaldas a u
io hijo. Las fincas todas hipotecadas, y si las vendía, no llegaría su importe a la mitad de las deudas. Su firma en un sinnúmero de pagarés, y tan desacreditada, que a su mismo portero le prestarían un duro los usure
enorgullecían y admiraban al pobre Juanito. Estaban en una casa de préstamos. Y la vajilla de plata, que daba al comedor un aire tan se?orial, los grandes candelabros del salón, no habían salido de casa par
Pero ?por Dios! ni una palabra a las ni?as; que no sepan las pobrecitas la situación. S
igo de la regularidad, sublevábanse al pensar en un medio tan vergonzoso de adquirir dinero. Para él, las casas de
untó con expresión dolorosa
los prestamistas, y hacía las ?operaciones? diciendo que los objetos eran de una se?ora distinguida cuyo nombre no podía revelar. Lo que do?a Manuela callaba eran las sospechas vehementes de que su amiga explo
querido Juanito; pues Rafael, el pobre muchacho, metido en el mundo elegante, nada sabía de las ?materialidades ? de la vida, ni tenía bienes propios como su hermano mayor. Pero el bondadoso hortera se mostró más duro q
eseaba convertirla pronto en dinero; pero los ocho mil duros limpios que pensaba sacar de ella eran la base de su porve
uesto en su hijo. Se negaba resueltamente a firmar otro pagaré garantizando el crédito de
ue eso no es posible. Necesito mi dinero; y además, a mí me repugna eso de hipotecas, p
a tan hermosa, tan ?se?ora?, con los ojos llorosos y la frente surcada por do
adre le dio a entender que no consentía auxilios que lastimasen su amor propio. Tal vez más adelante ella no
a nombrar a su tío, dejó
a a decirme; el decoro de la familia, la necesidad de sostener el buen nombre, la conveniencia de colocar bien a las ni?as.... La verdad es que se necesitan tres mil duros, y que no se adquieren en unos cuantos días eco
de miel ideal, el afán de acompa?arla a todas partes, hablando de su porvenir, le tenían tan dist
para saber cómo iba ?aquello?; y cuando él se excusaba con sus ocupaci
el asunto. La tienda estaba cerrada. Tónica saldría de casa con su vie
nte vestido de seda, el velo de blonda, y al pu?o el rosario de oro y nácar. Iban a una de las principales iglesias a sen
s y ahuyentando el ruido de las calles. El profundo silencio turbábanlo de vez en cuando los tercetos de ciegos que, agarrados del brazo y golpeando el suelo con sus garrotes para orientarse, iban por el arroyo sin miedo a ser atropellados, prorrumpiendo en lamentaciones poéticas que, en
os, los sanjuanistas su cruz roja, y hasta los oficiales de reemplazo y los del batallón de Veteranos se adosaban los arreos militares para acompa?ar a la se?ora en la visita a los templos y lucir de paso sobre el pecho las recién frotadas cruces. Era un desfile brillante de autoridades y uniformes, que admiraba a los papanatas; gr
aserón de sus abuelos, una interminable fachada pintada de azul claro, en la cual, corrió por
ros. Los recuerdos de la ni?ez seguían despertándose en él a la vista de la vieja escalera con su pasamano de caoba, rematado por un leoncito borroso y gastado, y de sus pelda?os de azulejos del siglo anterior, en los
irvienta. Le saludó con una sonrisa de su boca obscura y desdentada, y como de costumbre, no preguntó por su mamá ni sus hermanas. Aborrecía a aquellos
su memoria con todos sus detalles estrambóticos. Desde allí percibía el tufillo de las habitaciones cerradas a?os enteros; aquel ambiente rancio, húmedo,
cerraduras; los cuadros, buenos o malos, llegaban hasta el techo; las sillerías incompletas y de distintos colores, no encontrando espacio junto a las paredes, esparcíanse por el centro; todo estaba ocupado, como si la casa fuese un almacén, un depósito de rapi?as verificadas al azar; y aunque todas las piezas estaban abarrotadas, la casa sonaba a hueco, y la soledad despertaba esos ecos mister
l lomo apelillado y calvo, y los pájaros vistosos, a quienes no se podía quitar el polvo sin que cayesen las plumas; adquisiciones de almoneda, que convertían en un arca de Noé el gran salón, con su techo al fresco, donde jugueteaban amorcil
el tío es
anito.... Sube, que yo voy a la co
stria. Centenares de obreros los pisaban todas las ma?anas, y por allí descendían, recién salidos del telar, los floreados damascos, los brillantes rasos, la seda listada, todas las mag
caserón; un bosque de maderos y cuerdas, invadidos por las telara?as; una confusión de telar
una ratonera. A pocos pasos de él, una docena de gallinas picoteaban en un barre?o, y por encim
eza-. No te esperaba. ?Vienes para que hagamos juntos
ino con la sonrisa paternal, bondadosa, que reservaba
nterrogante del sobri
... Me he gastado una barbaridad de dinero: lo menos doce duros; pero tengo un palomar en el que se criarían perfectamente todos los animales de pluma que entran en la plaza Redonda durante medio a?o. El único inconveniente son las malditas ratas. No hay ratonera
ra y lo arrojó con fuerza al lugar donde se agitaba el terrible roedor. El proyectil,
alomas y gallinas que yo, rompen los huevos, y resulta que hago gastos para mantenerlas
on voz de falsete un ?pul! ?pul...! interminable, y arrojaba pu?ados al suelo, arremolinándose en torn
s telares, que en sus superficies planas tenían capas de polvo cuya formación suponía docenas de a?os; las ventanas, con sus cerra
danzar las lanzaderas allí mismo, del amanecer hasta la noche; y sentía cierta pena, un malestar extra?o, como si se encontrara ante las ruinas de una ciudad muerta y todavía vibrasen en el espacio los
comunicarse a don Juan, que ya
er reinaba aquí un estrépito de dos mil demonios, y abajo, tu abuelo y yo sentíamos temblar el techo al empuje de los telares, mientra
iasmo, y sus ojos brillaban como si viese en movimiento aquel cen
aquéllos! Tenían sus defectos, Juanito; pero así y todo, no los cambiaría yo por los hombres de hoy. Su carácter era sutil como la seda; acostumbrados a las labores difíciles, menudas y complicadas, eran meticulosos, y tan amantes de la equidad, que hasta se cuenta como chiste que uno de los del gremio hizo parar una vez la procesión para recoger del palio una pasita que se
usiasmos, entornaba los ojos, como para
moreras en la huerta; en las barracas se ha perdido la memoria de las cosechas de capullo, y ha muerto una industria... industria no; un arte que nosotros, aunque cristianos viejos, heredamos
la imaginación, hacía ademanes tan enérgicos como incorrectos pa
con su afán de revolucionarlo todo. Callaría si el arte de la seda hubiese ganado algo con nuestra ruina; pero me sublevo al ver que lo de allá, que es lo que priva, ni es arte ni nada. Industrialismo vil: estafa y nada más. ?Dónde están los tejidos de pura seda que un pu?al no podía atravesar? ?Dónde los terci
upado en su interior por el modo como expondría la pretensión que l
a los labradores se encajan la blusa y el hongo, como asistentes, y se ríen cuando sacan del fondo del arca el chupetín de raso de sus abuelos, la faja de seda y el pa?uelo de flores, que tanto lucían en los bailes de la huerta.... ?Y las mujeres? No me hables de ellas.... ?Valientes imbéciles! Ni en las aleluyas del mundo al revés.... Se visten como los hombres, con lanilla inglesa; van feas como demonios con esos colores de enterrador, apagados, sombríos; y en el verano gastan, cuanto más, percal de tres reales, con lo q
e. Su voz despertaba ecos en el inmenso porche, más silencioso que de costumbre por la calma en que estaban las calles; y a pesar de que las gallinas y las palomas picotea
e entregarse por mucho tiempo a est
qué has venido...? Algo te trae aq
irle a su tío; pero le turbaban tanto los ojos interrogantes de éste, la calma con que
?Si usted supiera, tío...! E
sfixiante, disparó las pretensiones de do?a Manuela, aquella demanda de
ué es lo que quieres
ermano... como tío m
tándose de tu madre. El viejo dijo esto con un acento que no daba
encias. He jurado no tenderle la mano aunque la vea con agua al cuello. Si fuese como Dios manda, una persona arregladita y económica, la sangre de mis venas le
entre los dientes, tiraba con f
ella es la qu
d creerme. Vengo por
o viejo-es que ella te ha pedido a ti
uanito al ver que su tío a
n el cari?o de tu tío. Lo que te dejó tu padre para ti es, y no para que se lo coman tus hermanitos los cachorros de Pajares. Vamos a
uisitorial, escudri?adora; pero J
r; nada h
uedarás en medio de la calle, como tu mamá, tus hermanas y el perdis de Rafaelito.... Pero vuelvo a repetirlo: no quiero que te roben. Además, no tomes tan a pecho eso de la ruina de tu madre. Ella vive en la trampa como
cari?o como respeto, y fluctuando su carácter entre los dos afectos, limitábase a callar. Más de media hora estuvo oyendo los agravios
a ha pensado en ti, y preparar tu porvenir. Ve pensando en establecerte, y si encuentras una muchacha buena, hacendosa y modesta, lo que no es f
prodigalidades de la familia tenía que pagarlos él, ?él, que en su casa había ocupado un lugar intermedio entre los criados y sus hermanos! No daría un
azos lagrimeantes y tiernos, parecía la Virgen que tiene el corazón erizado de espadas. él no la abandonaba; sería un mal hijo
estoy dispuesto a firmar lo que usted quiera, dando en garantía el
pronto-dijo la arrogante se?ora abrazando a J
amposos cuando se ven salvados, que confían ciegamente
io de su enternecimiento no se cegaba-. F
a pa
uela, pe
rillo para pagar ciertas cuentas, y además, las Pascuas vamos a pasarlas en nuestra casa de Burjasot; vendrán amigos, y hay que quedar bien. Ante todo, el decoro