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Arroz y tartana

Chapter 7 7

Word Count: 5708    |    Released on: 30/11/2017

to de su casa con el alegre desembarazo del colegia

bata, siempre de colores vivos, para darse por satisfecho de todas las molestias que le causaba su transformación. La mamá y las hermanitas le contemplaban con asombro. ?Qué creían ellas? El Juanito de aho

no, ?cómo era que todas las primaveras las había pasado sin percibir siquiera aquel perfume de azahar que exhalaban los paseos y ahora le enloquecía, enardeciendo su sangre y arrojando su pensamiento en la vaguedad de un oleaje de perfumes? No era menos cierto que hasta entonces h

se entregaba a expansiones infantiles; pero a pesar de esto, era más feliz que nunca. Su antigua vida parecíale la exis

a ruda cáscara del antiguo dependiente, con la inteligencia muerta y la voluntad atrofiada, sur

dido en el grupo de curiosos que atisbaban las caras hermosas, y lo mismo abrían paso a las se?oritas que volvían de misa con el devocionario en la mano,

ntre las cortinas rayadas que tapaban los lados del mercadillo, notábase una frescura de subterráneo, el vaho húmedo de las baldosas regadas con exceso. Y luego, ?qué orgía para el olfato en esta atmósf

ras: hermosas unas, con la esplendidez de las vírgenes morenas; viejas y arrugadas otras, con esa fealdad de bruja que es final rápido e inesperado de la belleza de las razas meridionales. Acostumbradas todas ellas a la vida común con las flores, tr

misterio del harén, en las sultanas de pechos descubiertos, voluptuosamente tendidas, mostrando lo más recóndito de la fina y rosada piel; los pensamientos, gnomos de los jardines, asomaban entre el follaje su barbuda carita burlona cubierta con la hueca boina de morado terciopelo; las

a su compa?era, cada vez más falta de vista. Formaban una original pareja el hortera endomingado y aquella muchacha, que por estar cerca su casa iba de t

guíala en su correteo por el Mercado, de puesto en puesto, y después la acompa?aba hasta su casa, lentamente, saludando a los vecinos de los pisos bajos, que consideraban a Juanito como un conoci

o; ?qué dirían los vecinos? pero si le estaba vedado entrar en aquella escalerilla, que se le anto

a servidumbre doméstica. Sentía una tierna simpatía por aquella mujer casi ciega, con sus ojazos claros siempre inmóviles, como si experimentara eterno asombro. Entre el dependiente y ella estab

ta superior; causábala respeto la posición social de su familia; y mientras Tónica le llamaba por su nombre, ella

grupos de criadas, con sus faldas almidonadas y al cuello el ondeante pa?uelito de seda, seguidas por los soldad

los dos jóvenes delante, hablando tranquilamente, mientras se acariciaban con la mirada, y detrás Micaela, con aire de inconsciente, abismada en el crepú

el turno de volar por entre la lluvia de plomo; y junto a ellos el héroe de la fiesta, el colombaire, un mocetón despechugado, al aire los bíceps de hércules, limpiándose el sudor, girando como una peonza, haciendo toda clase de muecas y voceando la frase sacramental ??a pacte!? antes de soltar las alas que oprimía entre sus manos ?Allá va...! Y aquello era una batalla. Primero el disparo aislado del preferido que paga mejor; después tiroteo graneado; y al fin descargas cerradas, mientras el colombaire se agitaba como un energúmeno, con la fiebre de la destrucción, y rugía ??a ell, a ell!? como si su voz fuese el ladr

iedra que circunda la ovalada plaza; henchíase el moquero de Tónica de cacahuetes y altramuces, y volvían a emprender la marcha, siempre por la

cielo; y las nubecillas que resbalaban veloces antojábansele, vistas en tal espejo, el alma de su amada, que pasaba y repasaba tras las pupilas envuelta en vaporosas vestiduras. ?Oh, qué bien se sentía caminando junto a la mujer amada, rozándola el codo a la menor disigualdad del terreno, aspirando el perfume indefinible de Tónica, distinto de todas las e

ta que si hablase de amor, marcaba punto por punto el programa de su vida futura. Se levantaría a la misma hora que él, y mientras Juan vigilase la limpieza de la tienda, ella ayudaría a la criada en ?lo de arriba?; trabajar mucho y ahorrar más, pues esto es lo que da salud; y después, a la hora de comer... ?qué felicidad hablar de los negocios devorando el clásico puchero con el buen apetito que da la actividad! Dependientes pocos y buenos, tratados como de la familia, comiendo todos en la misma mesa, a estilo patriarcal. Y la casa adelante, siempre

miraba a su no vio confusa y avergonzada, mientras éste buscaba la linda manec

tenido, y todo el exceso de Juanito consistía en morder las duricias de la epidermis producidas por el contacto de las tijeras o las rozaduras y pinchazos de la aguja. Estas marcas

esión de sorpresa y disgusto. La quería bien: estaba en el período de la adoración extática. Tónica era para él como esas vírgenes de cabeza hermosísima, que bajo la deslumbrante vestidura sólo tienen para sostenerse

no idilio daban fin al pu?ado de altramuces, Micaela permanecía inmóvil, con la mirada mate fija en el sol, que, como una bola candente, resbala

reía, como si ante sus ojos morib

icaela?-preguntaba Tó

o el sol, que es lo

ara charlar como antiguas amigas. Pero ahora ya no hacía calceta, ni aparecía dentro de sus ojos patiabierta ante el brasero, echando firmas en la lumbre; la veía en el cielo, justamente ganado con sufrimientos y miserias, vestida de blanco, como van los bienaventurados, y desde allí, asomándose a

espierta, que las lágrimas titilaban en sus

.?-preguntaba Tónica

aba de alegría, de agradecimiento, satisfecha de

strar la más monótona y abrumadora de las existencias, siempre amarrada a la argolla de la domesticidad, sumisa y automática, y que todavía sentías

l período más feliz de

de su familia, y para mayor felicidad, el tío don Juan, enterado de su noviazgo,

estación, hendiendo a codazos la muchedumbre que obstruía la salida! Con los zapatos llenos de polvo, llevando en las manos dos ramas de naranjo cargadas de bolas de oro que esparcían fresco perfume, pasó como un hombre satisfecho de la vida ante los revisores y dependientes de Consumos que vigilaban la puerta, y corr

iría la mamá cuando conociese sus amores. Ten

ículo templete que parecía de confitería. Todos estaban en actitud reverente, sin ver otra cosa de la misa que las obscuras puertas, en cuyo fondo brillaban como chispas de oro las luces de los altares, sintiendo en sus descubiertas cabezas

los días de Amparito. Oirían la primera misa en la capilla de los Desamparados, porque a do?a Manuela, como buena valenciana, le parecía que ninguna misa del resto del a?o valía tanto como

nterrogante. La altiva se?ora aparentó después no haber visto a su hijo; pero al volver a casa, Juanit

lla madre a la que idolatraba. Era un paria, un advenedizo de procedencia inferior que el azar había introducido en la familia. Para Rafaelito y las hermanas, todas las alianzas eran medianas; pero tratándose del

ca, y no le parecía gran cosa; pero si Juanito se mostraba conforme, todos contentos. Esta indiferencia anonadaba a Juan; y a pesar de que nadie en l

ta las diez, y como la presencia de Micaela daba a la conversación un tinte de seriedad, Juanito hablaba del comercio, de los triunfos de la Bols

marchaba de jugada en jugada a la conquista de los millones; y decía esto con la fiebre de explotación adquirida

no era posible dudar. El que ahora no se hacía rico, era porque no quería serlo. Bast

tados, como si dentro de su cabecita se agitase una idea tenaz, mientras Micaela

la mísera habitación un ambiente de aplastante opulencia, algo semejante a la sonora vibración de montones de oro. Y esta con

de raza. Por esto sintió cierta inquietud al oír a Micaela que deseaba dedicar sus ahorros a un negocio tan afortunado. Eran ocho mil reales, amasados trabajosamente entre las dos mujeres, ara?ados al jornal de Tónica y a la po

ue guardarlo en el fondo del arca era emplearlo como cebo, para que la sue

Esto queda para mi principal y sus amigos, que tienen mucho corazón. Lo mejor es llevarle el dinero al se?or Morte y rogarle que lo invierta en papel del. Estado. Es un tío muy largo. Adivina el papel que puede subir y el que va a b

s dos mujeres le aposentaron en su memoria, imaginándolo como un ser poderoso, t

la pregunta que hacían las dos mujer

gado papel de estraza que contenía los billetes mugrientos, y más aún en que iba a verse ante aquel se?or de quien todos se nacían lenguas. Entraron en un patio suntuoso, embellecido por la industria m

món, persona piadosa y amiga de hacer limosnas por mano de la Iglesia, figuraba como el banquero del clero, y en las sacristías su nombre alcanzaba gran prestigio. Los hábitos negros, la discreta media luz que filtraba al

dos a la presencia del gran hombre. Atravesaron la oficina, donde media docena de pobres diablos plumeaban encorvados, levantando la cabeza para lanzar a Tónica una mirada rápida. Abriendo una mampara

bre raquítico, amarillento, cargado de espaldas, con la cabeza cana y un bigote recortado, que parecía despegarse de su rostro clerical. Hablaba golpeando cadenciosamente con una mano el dorso de la otra,

sada, que marcaba grandes pausas entre sílaba y síla

e expresaba con dificultad, impresio

za de su admirador, y pareció enternecerse con las pocas palab

s.... ?Dice usted, ni?a, que son ocho mil reales? Bueno; pues compraremos Cubas: es el mejor papel. Ahora están a noventa y ocho, pero no tardarán en subir, se lo aseguro a usted

on expresión satisfecha, como si le bastara un simple gui?o

es dominaba por las noches al hablar de negocios volvía a reaparecer. Ahora, Tónica ya no encon

mujeres quedó sobre la mesa. Allí estaban los ocho mil reales. Podía hace

ará por aquí cuando guste, para que

entes. El dinero quedaba a su espalda, sin recibo, sin garantía alguna, resguardado por el espí

de chaqueta y gorra, industrial, que había abandonado u

rle terminar su saludo-. Su capitalito ha aumentado en un

ontenía para no arrojarse al cuell

o estorbar al grande hombre, huyó, trémulo por la noti

odos hombres de fe, que llevaban sus ahorros al santuario de la honradez, y mientras aguardaban el turno cuchicheaban, haciéndose lenguas de sus virtudes. Dos días antes, don Ramón, al hacer el balance del mes, nota

rrancar lágrimas de enternecimiento. ?Qué hombre aquél! No ya el d

lanzaron un suspiro de satisfacción. ?Di

confianza pensando que quedaban arriba, en manos de un hombre a quien todos los dí

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