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Secretos del CEO

Secretos del CEO

Samanta Leoni

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Capítulo

Katia fue abandonada por su ex pareja, tiene un hijo y es madre soltera. No confía en los hombres y desde el primer día odia a su jefe por una razón que casi nadie conoce, excepto sus amigos más cercanos. Se trata de un trauma de su pasado que la ha dejado incapacitada para quedarse encerrada en un ascensor, así que su mal humor hacia el hombre que se quedó atascado con ella, quien es nada más y nada menos que su jefe, Stefan. Esa animadversión trasciende hacia las oficinas cuando es llamada como su secretaria. Ella no puede ocultar su repele hacia él y este no hace más que buscar motivos para hacerla sonreír, además de sentir cierta ternura por esa mujer arisca que oculta un secreto vinculado a su hijo. Él también guarda los suyos propios, tiene vínculos familiares con delincuentes de su país y eso es lo que hará que ella se separe de él, con miedo a lo que pueda pasarle a su hijo. Además, su ex pareja vuelve y eso complica aún más las cosas entre Stefan y Katia, que poco a poco se van enamorando. Al final, ella sabe que también tiene sus secretos, así que entiende el porqué Stefan ocultó los suyos, viven un romance de ensueño a pesar de las intrigas y celos que despiertan a su alrededor.

Capítulo 1 1

El despertador sonó y maldije por lo bajo, sintiendo de alguna manera que hoy sería un pésimo día.

Todos los días me levantaba temprano para poder preparar a mi hijo y que este pudiese ir al colegio. Como cada mañana, miraba la foto del hombre que tenía en la mesita de noche. Lo echaba de menos y no entendía el porqué se había marchado.

Tomé el marco que tenía la foto y me quedé mirándola. Ya habían pasado tres años desde que él se marchó y no podía evitar preguntarme el motivo de su partida.

Dejé el marco de nuevo en su sitio y me levanté de la cama. Tomé la liga que había en la mesita de noche y me recogí el cabello, mientras me dirigía hacia el baño.

Salí y a dos puertas de la mía, estaba la de Adrien, con pegatinas de dinosaurios.

Entré en esa puerta y me quedé mirando al niño que dormía sobre sábanas de dinosaurios. Sonreí dulcemente y me acerqué a la ventana que estaba enfrente de la cama del niño para subirla y ver su reacción.

Él apretó los párpados, se echó el brazo por encima de los ojos y remoloneó.

"Todas las mañanas lo mismo" pensé con ternura, mientras me acercaba a la cama. Me senté en el filo y le dije:

-Vamos, Adrien, vas a llegar tarde al colegio.

-No quiero -dijo medio dormido.

-Mamá tiene que irse a trabajar y no puedes quedarte solo en casa.

-La tita Jackie se queda conmigo -se quitó el brazo de sus ojos.

-La tita Jackie también tiene que trabajar -le acaricié la barriga- Vamos, dormilón. El papá de Darío va a venir a por ti y debes estar listo para cuando venga. No podemos hacerle esperar.

Mi niño abrió los ojos de manera perezosa.

-Mami, ¿me prometes que luego vamos a ir al parque?

-Claro, pero primero tienes que hacer lo que mami diga -le di suavemente en la nariz.

-Oye, mami, ¿cuándo va a venir papi? -me preguntó, haciendo que le mirase sorprendida.

"Eso es lo que me gustaría saber a mí" pensé.

-¿Es que papi no nos quiere y por eso se ha marchado?

-¿De dónde sacas eso de que no nos quiere? Claro que nos quiere y mucho. Lo único que su trabajo... lo tiene muy ocupado.

-¡Pero aun así, mami! Todos los papás de mis amigos están siempre con ellos, a pesar de que ellos también trabajan -hizo pucheros

-Adri, cariño. Papá... no tiene su trabajo aquí, lo tiene... en otro sitio. Estoy segura que pronto volverá y que nunca se marchará de nuestro lado -mentí, aunque eso es lo que yo quería creer.

-Mami, ¿me darás una foto de papá? Es que pronto es el día del padre, pero...

-Claro, te daré una foto pero ahora, a vestirse que hay que ir al colegio -le dije con una sonrisa.

Lo ayudé a ponerse el uniforme del colegio y bajamos las escaleras, donde nos dirigimos a la barra que había en medio de la cocina y separaba el salón y la cocina.

Senté a mi hijo en uno de los taburetes y me acerqué a la nevera, donde tomé la leche y la mantequilla. Mientras preparaba el desayuno de mi hijo, se giraba de vez en cuando para ver que no se había movido. El pequeño estaba jugando con un coche pequeño de carreras en color rojo.

No podía negar que echaba de menos al padre de Adrien, pero intentaba hacer todo lo que podía para que a mi hijo no le faltara de nada y gracias a mis amigas, la carga de criar a un hijo sola no era tan pesada, ya que me ayudaban.

Tras dejar a mi hijo con Darío, el padre del mejor amigo de Adrien, conduje hacia las afueras de la ciudad, rezando que no hubiera demasiado tráfico.

De camino hacia el trabajo, pensaba en aquel hombre que me dejó tres años antes. Me gustaría que él volviera para que explicara por qué se había marchado y no había dado señales de vida en todos esos años.

Suspiré.

Debía quitarme eso de la cabeza si quería rehacer mi vida, pero no podía hacerlo. Todavía seguía enamorada del padre de mi hijo.

Estacioné el auto en mi lugar del estacionamiento que había delante de un edificio enorme. Antes de entrar, respiré hondo, abrí la puerta de cristal y pasé dentro del edificio.

-¡Oh, Katia! -me llamó la recepcionista y luego me hizo un gesto con la mano para que me acercara- Escucha, escucha. ¡Tengo un chisme nuevo!

-¿Qué es ese chisme nuevo que tienes, Deva? -dejé el bolso encima de la recepción y empecé a mirar las cartas.

-He escuchado del Director de Recursos Humanos, que pronto el nuevo CEO vendrá a Oklahoma por un tiempo y que encima, ¡es joven!

-¿Y qué? Seguro que tiene novia y se cree el mandamás por ser el dueño de algo. Odio a ese tipo de personas -tomé tres cartas y luego se las enseñé a Deva- me las llevo.

-¡Katia, por favor! -me llamó, mientras que me dirigía hacia el ascensor. - ¿Por qué lo juzgas sin conocerlo?

-Por lo mismo que tú lo admiras o esperas que sea guapo y joven -me giré hacia la mujer de la recepción. - Seguramente es mayor y feo -volví hacia el ascensor y apreté el botón.

-¡Lo que deberías hacer es buscarte un novio! Estás muy arisca con los hombres desde hace tres años -me dijo Deva, mientras que un hombre vestido de un traje se ponía a mi lado.

-Todos los hombres son iguales -hablé sin mirar a mi amiga- sólo quieren lo que quieren.

-Gracias por la parte que me toca, señorita -habló el hombre de pronto, asustandome.

Me puse la mano en el pecho debido a la impresión, pero no le contesté. Torcí la boca y giré la cabeza hacia el lado opuesto al cual se encontraba el hombre.

Suspiré, antes de que las puertas del ascensor se abrieran.

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