La omisión deliberada a las sabias palabras de un anciano, llevó a Irene, una joven pueblerina muy hermosa, decidida y poseedora de un espíritu aventurero y rebelde, tras un disgusto trivial con su hermana Luisa y su amiga Alejandra; a perderse en una selva semi – inhóspita ubicada en las afueras del pueblo "Pozo Azul", sitio paradisíaco hasta donde había viajado a pasar unos días de sano esparcimiento. En medio de la jungla vivió algunas leves vicisitudes y se sumergió en sueños reveladores que la mantuvieron en vilo durante tres días, cuando fue rescatada. Tras un castigo aleccionador impuesto por su madre, Irene sintió truncada su determinación obstinada de conquistar a Diego, su amor idílico, a quien ama en secreto desde hacía cierto tiempo. No se detiene ante nada ni nadie y logra su cometido que creía una quimera, hacerse novia de su gran amor. Luego de cierto tiempo, comprueba que el chico de sus sueños es un ser de carácter débil, inseguro y manipulable por su madre y su hermana, quienes hacen hasta lo inimaginable por romper una relación que, desde sus mezquinos puntos de vistas, no le conviene a su hijo; lo cual ocurre, tras la cobardía de un hombre que no supo valorar el amor verdadero. Tras aquel estrepitoso fracaso Irene no dejó de creer, como la romántica congénita y soñadora que era, en el amor y decidió fluir en una nueva etapa, conocer gente nueva; comenzó a aceptar citas y a salir con chicos. Fueron varios los intentos de encontrar el amor ideal, hasta que finalmente, en un momento fortuito conoció a Cristóbal, sintiéndose flechada desde ese instante por Cupido y, tal como era su personalidad perseverante, decidió conquistar a quien desde ese momento que pasaría a la historia, consideró finalmente su verdadero amor. Logró su cometido Irene, en complicidad con su mejor amiga, Lenny. Fue un amor como pocos, el cual se vislumbraba inmortal, perpetuo. Tras la trágica muerte de Lenny, Irene cae en una profunda depresión, siente que nada ni nadie le importa y que ella no le importa a nadie. Quedó sumergida en el vacío que propician los trastornos depresivos, perdió la noción del tiempo y de los sentimientos. Dejó de sentir y de soñar Irene, se alejó de todo, hasta de su gran amor a quien apartó de su lado de manera inconsciente, atrapada en el fango de la monumental incertidumbre sufrida. Cristóbal decide alejarse y dar por finalizado aquel idílico enlace que se presagiaba rumbo al altar. Ni la ciencia logró sacarla a flote del lodazal donde quedó sumergida por el duelo. No fue sino hasta que apareció su alter ego, quien le hizo ver la realidad de la vida; pero en ese entonces sintió que ya lo había perdido todo, es especial, a su gran amor. Irene finalmente se reencontró consigo misma y el perdón y el deseo de luchar por un sueño, pudo sacar a flote un amor que nunca dejó de existir. El amor pudo superarlo completamente todo. Cuando pensó que todo era feliz, ocurrió un extraño fenómeno. Aquel alter ego se apoderó de su alma por completo y la trasladó hacia otro cuerpo, en otra época y en otro amor.
Siento una gran curiosidad porque casi todas las noches, quizá por el cansancio de mi ajetreada rutina diaria y mis tantos problemas existenciales, sueños cosas extrañas, mejor dicho, escucho en mi subconsciente mientras duermo, voces misteriosas que me hablan. Precisamente anoche escuché lo siguiente; me da la impresión de que alguien que no sé de quién se trata, me quiere decir algo en una especie de acertijo romántico: "Hace poco vi la luna, nuestra más bella fortuna.
Que venturosos somos de poseer un gran y estimado tesoro invalorable, al cual todos podemos acceder, y sin excepción todos la podemos ver. Los invidentes acuden a ella y la observan aún más esplendida, inclusive observan también a las estrellas, y de ellas claman palabras en extremo bellas. ¿Cuántos poetas medievales dirigieron sus cántigas a ella, a nuestra adorable doncella, a la dama de las noches, a la eterna enamorada? Y ella no dice nada, solo se posa golosa a la eterna inspiración gloriosa que nos hace declamarle, que nos hace bendecirle y mil cosas decirle ante las damas que el romanticismo reclama.
¿Quién no ha declarado amor ante la luz hermosa de la luna? ¿Díganme cuantos poetas no han escrito mil versiones a esta dama que nuestros halagos reclama? Odas y declamaciones, palabras colmadas de pasiones nacen de ella, surgen de su luz colmada de hermosura, en su conticinio. Imagino, mi amor, tú y yo solos en la luna, como si fuese verdad, obviando la gravedad, tomados de nuestras manos y observando todo lo hermoso que ha de ser su contenido, que alborotaría nuestros sentidos. Nos sentaríamos frente a frente y, rozando nuestras frentes, surgirían las caricias, los besos espontáneos aparecieran. La sensualidad naciente llegara y definitivamente tu vestido despojara. Ya mi vestidura lejos permaneciera y las pieles bien candentes nos reclamaran más cercanía, y por ello tu carne se uniría a la mía en una entrega amorosa, la determinación más grandiosa. Esa sería mi fortuna, esa sería mi fantasía, el colmo de mi deseo. Mi amor, amarte allá en la luna"
Y estas otras especies de declaraciones que se repite insistentemente cada noche: "Admiro tu caminar, tu dulzura y tu encanto. Admiro el cabello que danza deseoso, y retoza sobre tus hombros blancos. Admiro el brillo triunfante de tus ojos preciosos. Admiro también tu boca que es embrujo soñador, y admiro, asimismo, tus labios de donde quiero que emerjan deseosas y soñadas, las bellas y también deseadas palabras, cubiertas todas de amor. Admiro tu piel tan tersa y delicada. Suave, limpia. Tan fina, tierna y perfumada. Admiro tus manos blancas, tal vez de seda, que invitan a un roce y a una caricia; a una admirable y tierna delicia que significa palpar tus dedos juguetones; tus dedos bellos de frenesí. Admiro hasta tu silencio poderoso y desafiante. Que grita y expresa un deseo añorado y por siempre esperado. Admiro tu manera de ser tan dócil, frágil y tierna. La forma de hacerme sentir, en extremo afortunado. Admiro que seas tan bella y elegante. Admiro tu cuerpo entero que es belleza insuperable. Tu adorable perfección y la deidad suprema. Admiro tu cuerpo tan bello colmado de la grandeza. Admiro por sobre todas las cosas, tu alma íntegra, tu alma entera; a la que admiraré por toda la eternidad. Admiro como nunca he admirado a tu amor y a mi amor como la única verdad perdurable."
"Que terrible desengaño ese que hoy recibí. Fue una insondable realidad la que a mí vida llegó, como llegan despiadados los aciagos momentos. Como se adosan tortuosos, como se aproximan agrestes, atroces e infames, todos estos tormentos. Sin dejar de soñar me acerqué a un camino. Me acerqué a lo que quise fuera mi destino. Sin dejar de querer me dibujé una esperanza con la nostalgia guiando ese camino, con la certeza puesta en ese destino. Y en ese camino recibí una ráfaga de desdén. Se vertió en mí, un desprecio, un desengaño. Lo sentí de tal tamaño, lo sentí de tal medida, que así destronó enseguida un amor de tantos años. Fue un temible desengaño el que se hizo presente. La decepción más grande que a mi vida llegara. No pude ya soportarlo, no pude hacer ya más nada. Solo me atreví a dejar que me aprisionara ese enorme desengaño que en mi alma se posara. Sentí su muy cruel talante de hacer sufrir. Sentí que de mi vida se apoderaba. Sentí que llegaban a mí unas malvadas; unas ruines cuitas que evadí por tantos años. Pero aun así, me destruyó el desengaño."
"Me desperté una mañana con la esperanza de sentir una mirada de seda, una mirada de encanto. Quise sentir junto a mí, una mirada grandiosa, una mirada que exprese y grite, que haga olvidar mi llanto. Son tus miradas de seda una oda a la hermosura. La apología elocuente que expresa mil sentimientos. Tus miradas brindan el consuelo que demuestra, que existe una magna dicha en la seda de tus ojos, en esos tus ojos tan lindos, colmados de la hermosura. Una mirada de seda es lo que necesito. Una mirada de seda es lo que me consuela, es todo lo que deseo, es todo lo que anhelo. Solo una mirada de seda que me regale la dicha de contemplar tu amor exquisito. Es por ello que esta mañana al mirar tus ojos descubro en ellos una mirada de seda. La tierna mirada de primavera. La mirada exquisita que regala todo a mi vista. Tu mirada de mil consuelos que me hace tan feliz. Ya puedo morir tranquilo, ya puedo morir airoso porque he visto una mirada de seda. Seré un hombre por siempre afortunado, un hombre por siempre engalanado con la mirada que enamora y que para siempre se queda.
"Mi realidad es venida desde un lejano pasado. Un pasado que cabalgué en monturas doradas. Un pasado que albergó el brillo de una primavera. El pasado que hoy añoro, en un presente sombrío, el mismo que se quedó en un sueño atrapado. Y es en ese sueño en el que me encuentro perdido. Atrapado entre sus redes, y en ese rostro que miro. Es mi sueño el que me entrega el amor y la ternura. El sueño en que la contemplo, el que me lleva a la locura, de estar perdido en un sueño, y ese sueño ya se ha ido. Ya mi vida se entristece, mi sueño se ha marchado. Se alejó llevándose mi vida por completo. El sueño me atormenta, pues con él el amor también se ha ido y me deja el alma sola, extraviada y temerosa. Ya no es un sueño perdido, hoy es un sueño atormentado. Estoy perdido en un sueño. No sé a dónde se ha marchado. Se extravió en el preludio de un tiempo eterno. Y en ese tiempo grandioso, no te miro en la distancia. Te siento lejos, no te diviso cerca de esta estancia. Me atormento y enloquezco; porque a mi sueño no has regresado. Estoy perdido en un sueño, perdido en el pasado glorioso. Estoy perdido en un sueño, en mi sueño estoy perdido. Y este sueño hoy ya me destroza la calma. Desgarra mis sentimientos y mi ternura. Infeliz porque en mi sueño ya te has ido."
Pero en realidad lo que me dejó aún más desconcertada fue esto que a continuación presentaré. Se trató, sin lugar a dudas, de un sufrimiento sentido por alguien que me gustaría saber, por supuesto, de quien se trata, aunque imagino que es alguien muy cercano a mí, o que está por llegar a mi vida. Aunque pensándolo bien, ha ocurrida varias veces que repica el teléfono y por más que pregunto quién habla, nadie contesta, pero se queda en la línea como esperando no sé qué cosa: "En el gran vacío que cubría aquella sala, se escuchó el repicar del teléfono. El ruido de inmediato invadió esa solitaria estancia, que a esa hora era testigo de un silencio extremo. Qué silencio tan pesado se sentía. Tras la bocina, el silencio se escuchaba despacio, alargado a las expresiones, combinado con un aliento escapado de una boca que, oculta, no decía nada. De inmediato, las palabras negadas se cobijaron con el sonido aturdidor que delataba la ausencia. El teléfono hizo silencio, ese silencio que expresaba la gloria. Estaba allí, la sentía. Era su respiración, ese modular sagrado que llegaba para quedarse. Lograba que en el silencio, se ocultaran mil voces, se albergaran las sonrisas, las caricias que llegaban en la oscuridad reinante. Deseaba el sonido ser escuchado, el silencio ser empapado con un superficial modo de delatar a una callada caricia.
Continuaba él, cubriendo con embelesos los poemas de su alma, ellos que día tras día expresaban el amor en todos sus modos de presentarse. El amor que le robaba los sonidos al silencio. En el silencio habitaba ella, su sueño, su vida. La acariciaba en el silencio, aún con unos besos recientes que sentía cabalgantes en su boca. Era la piel sentida entre sus dedos que enloquecían por seguir tocando. Era el arrullo del deseo de sentirla a su lado, lo que hacía que ese silencio escondido en el teléfono, le hiciera sentir feliz. Deseaba que el teléfono repicara nuevamente. La sentía allí, era la manera más sublime de sentirla a su lado. Necesitaba palparla en ese silencio que le propiciaba un encuentro con la felicidad. Los versos surgían del alma, de esa alma soñadora que descubría en un aroma perfecto, la suavidad de los pétalos de una rosa que una tarde se apoderó de ella. Una rosa enamorada que grita a un amor prohibido, el amor que era vivido, ese amor que aunque se negara, era un amor sentido. Las palabras llegaban solitarias, pero dejaban sus huellas.
Delataban el sufrimiento mezquino que se posesionaba de un espíritu y de un corazón para marchitarlos. Eran plasmadas las rimas que querían gritar en el silencio. El aire cargado de la noche no se dejaba respirar, era esa angustia de saberla allí, tan cerca y tan lejos, lo que procuraba ese dejo de locura. Él, escribía la vida de ella en los brazos de sus poemas, cuando el repique del teléfono gritaba desesperado que allí estaba su fragancia, su dulzura, su tersura de encanto. Allí estaba ese sonido en el silencio. Levantó la bocina del teléfono y escuchó lo que le ensordeció, ese silencio perfecto de sus labios de belleza. El silencio de unos ojos que suspiraban por detallar una mirada sincera. Era el silencio que gritaba un arrullo, que se posaba seguro en una vida a ella dedicada. Era el amor que en esa noche reclamaba un espacio. El que pedía con esos gritos callados, que dejaran que fuese sentido. Era el amor que llegaba en ese silencio extenso que se escuchaba tras el teléfono. El ritmo de la respiración cantaba melodías inmortales, despedían al firmamento, lo grandioso, lo estupendo. Era su boca la que se sentía tan cerca. Eran sus blancos dientes atrapados en un hilillo plateado, quienes mordisqueaban su traviesa lengua que ilusionada no decía nada.
Los ojos estaban en esa oscuridad, los podía ver posados sobre una virgen allí en la mesa. Sentía su silencio y la miraba, la sentía, la palpaba en la extensión de un conticinio que reclamaba la soledad para albergar a las almas que se aman.
El silencio crecía al igual que lo hacía el amor. El silencio desprendía del alma, esa suavidad perenne que se dejaba acariciar mientras llegaba con el teléfono. ¿Por qué no decía nada? Porque no eran necesarias las palabras, no se necesitaba decir absolutamente nada. Esas palabras estarían de más. Serían las palabras que sobraban en una vida, en un mundo, en un amor. El silencio lo decía todo, gritaba a los cuatro vientos que deseaba estar allí, que quería con sumo anhelo, ser sentido en la noche extensa, que le quitaba el encanto a un lucero. ¿Por qué no hablaba? Porque no necesitaba decir ya nada, ya que todo era dicho en un silencio que desbordaba una respiración en un te quiero. Estaba allí, la sentía, la tocaba, la amaba. Surcaba sus sentidos, ese silencio palpado en la noche delicada que se hacía sentir con fuerzas, en un universo que tenía dos dueños. Dos seres que se quedaban refugiados en un silencio bendito. La miraba en el presente que sentía que ya estaba, la deseaba en un recuerdo, en unos planes benditos. En el futuro que sería colmado. Dejó de sentirse el silencio para dar paso al titubear danzante del teléfono colgado. Él se quedó estático sintiéndola aún en esa deliciosa fragancia que llegó con el silencio, esa suavidad de pétalos de rosas. Llegó esa noche con el silencio, el grito de un amor que se siente."
Regreso a mi realidad. Es sábado, exactamente las seis de la mañana. Suena la alarma de mi celular y me despierto sobresaltada, quiero maldecirla por tanto ruido; pero recapacito y me levanto, concibo que sea lo más sensato. Ni para qué la maldigo, si no suena es bien sabido que habré de seguir durmiendo hasta el mediodía. Me quito el pijama, me envuelvo en una toalla de color blanco y paso al baño para tomar una breve ducha. Me paro frente el espejo, lo primero que veo es mi cabello enmarañado y un maquillaje marchito regado por mi rostro. Hago un gesto de desaprobación y mentalmente realizo una autocrítica: "Debí haberme limpiado el rostro y peinado antes de acostarme, así no estaría desaprobándome en este momento". Luego reparo en mi esbelta figura. Es un cuerpo armonioso, cabello largo de color castaño oscuro casi hasta la cintura. A pesar del maquillaje trasnochado, mi rostro sigue mostrando su toque angelical con ojos expresivos y labios gruesos.
¡Estoy enojada! Anoche me peleé con mi hermana Luisa y mi amiga Alejandra. Cuando uno dice que se ha peleado con alguien, eso prende una alarma, llama poderosísimamente la atención y la pregunta del millón es: ¿por qué? El espectador desea conocer la causa del conflicto, la cual debe ser de gran peso y tener un motivo coherente, de lo contrario, según su juicio; se corre el riesgo de ser calificado de mala persona o canalla, pudiendo incluso ser acusado de muchos defectos más. La mayoría de la gente anda por allí, tomándose la potestad de calificar los motivos por los cuales uno debe enojarse y por cuáles no. Frente a este espejo estoy recordando el asunto y siento mucho coraje, de hecho, mientras más lo pienso más me indigno, y si alguien me llegara a decir que estoy haciendo un drama por tonterías, segura estoy de que he de enfadarme aún mucho más.
Estoy de vacaciones, ya terminé el colegio y estoy esperando la fecha de grado que será en quince días. Ayer en la tarde llegamos a este pequeño pueblo de nombre "Pozo Azul", con la intención de quedarnos ocho días. Por la noche, después de haber reposado un rato, las tres nos organizamos, nos vestimos de forma especial, nos aplicamos maquillaje de fiesta y cepillamos nuestro cabello dejándolo muy lacio; estábamos animadas deseando tener una noche muy divertida. Compramos bebidas para compartir un rato y se nos unieron cuatro amigos del pueblo. La celebración apenas comenzaba, tomando en consideración que solo nos habíamos presentado. Fui al baño a retocarme el maquillaje, luego salí al balcón y volví a reunirme con el grupo. Llevaba una crema para la piel, la cual me había aplicado desde los hombros hasta las manos. Me quité el anillo de oro del dedo anular de mi mano izquierda, lo coloqué dentro de un vaso de vidrio en la barandilla del balcón, mientras se secaba la crema para volver a ponerlo en su lugar. Había muchos vasos y Alejandra necesitó uno, y precisamente se aproximó a tomar el vaso donde estaba mi anillo. Calculó mal y en vez de agarrar el vaso lo arrojó accidentalmente al vacío. Contemplé estupefacta cuando el vaso cayó sobre el pavimento y el césped, rompiéndose en consecuencia.
― ¡Qué falta de cuidado! Tiraste el vaso y allí estaba mi anillo ―le reclamé algo molesta.
―Solo a ti se te ocurre poner un anillo dentro de un vaso. Bajemos a buscarlo. ―vociferó.
Descendimos corriendo por las escaleras, la casa era de tres pisos. Alejandra fue la primera en llegar. El vaso estaba vuelto añicos sobre el pavimento y parte del césped. El lugar estaba totalmente oscuro, encendimos la linterna del celular, buscamos minuciosamente y no encontramos nada. Luego se apersonó Luisa a ayudarnos, pero fue en vano. El anillo desapareció como por arte de magia. Me enojé demasiado y ante sus argumentos de que solo se trataba de un simple anillo, tuve una discusión con ambas. Le di rienda suelta a mi espíritu impulsivo, tomé mi pequeño morral, lo organicé y les dije que al amanecer regresaría a casa, y aquí estoy; terminando de bañarme mientras ellas duermen.
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