El Precio de Mi Amnesia

El Precio de Mi Amnesia

Gavin

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Capítulo

El olor a antiséptico del hospital y mi perfume caro, una mezcla que siempre me revolvía el estómago. Ahí estaba yo, Ximena, cruzada de piernas, mirando mi celular con aburrimiento, junto a Marco, mi esposo, un extraño inconsciente en la cama. Todos decían que llevábamos tres años casados, pero para mí era un desconocido que, tras un accidente que le borró la memoria, se aferraba a mí con una devoción asfixiante. La puerta se abrió de golpe y entró Elena, la madre de Marco, con los ojos hinchados de tanto llorar. "¿Qué le hiciste a mi hijo?", me acusó, temblorosa. Levanté la vista de mi teléfono, molesta. "Señora, por favor. Su hijo se pasó de copas, eso es todo. Intoxicación por alcohol". Entonces, su voz se quebró al revelarme la verdad: Marco había donado un riñón por mí hacía un año. "Morirá si no lo operan, necesita un trasplante", suplicó, mostrándome el diagnóstico. Yo, incrédula y riéndome, arrugué el informe y lo tiré a la basura. "¿Un riñón?", solté, burlona. "¡Qué patético! Seguro usó trucos así para casarse conmigo". Ella cayó de rodillas, rogando que lo salvara, que le diera una oportunidad. Pero, verla así solo desató mi rabia y la humillación. "¡Levántese y deje de hacer estas payasadas! Todos me dicen que lo amábamos, pero yo no siento nada por él. ¡A quien amo es a Diego!", grité, mientras mis guardias la arrastraban fuera. "¡Ximena, te arrepentirás!", vociferaba ella, "¡Lo vas a matar!". En mi cabeza, mi amnesia era perfecta, él no podría culparme. No sabía que, esta vez, Marco no se recuperaría. Él se estaba despidiendo para siempre y yo, en mi egoísmo, no tenía ni la más remota idea. Y él, desde algún lugar entre la vida y la muerte lo único que escuchó fue: «A quien amo es a Diego».

Introducción

El olor a antiséptico del hospital y mi perfume caro, una mezcla que siempre me revolvía el estómago.

Ahí estaba yo, Ximena, cruzada de piernas, mirando mi celular con aburrimiento, junto a Marco, mi esposo, un extraño inconsciente en la cama.

Todos decían que llevábamos tres años casados, pero para mí era un desconocido que, tras un accidente que le borró la memoria, se aferraba a mí con una devoción asfixiante.

La puerta se abrió de golpe y entró Elena, la madre de Marco, con los ojos hinchados de tanto llorar.

"¿Qué le hiciste a mi hijo?", me acusó, temblorosa.

Levanté la vista de mi teléfono, molesta.

"Señora, por favor. Su hijo se pasó de copas, eso es todo. Intoxicación por alcohol".

Entonces, su voz se quebró al revelarme la verdad: Marco había donado un riñón por mí hacía un año.

"Morirá si no lo operan, necesita un trasplante", suplicó, mostrándome el diagnóstico.

Yo, incrédula y riéndome, arrugué el informe y lo tiré a la basura.

"¿Un riñón?", solté, burlona. "¡Qué patético! Seguro usó trucos así para casarse conmigo".

Ella cayó de rodillas, rogando que lo salvara, que le diera una oportunidad.

Pero, verla así solo desató mi rabia y la humillación.

"¡Levántese y deje de hacer estas payasadas!

Todos me dicen que lo amábamos, pero yo no siento nada por él.

¡A quien amo es a Diego!", grité, mientras mis guardias la arrastraban fuera.

"¡Ximena, te arrepentirás!", vociferaba ella, "¡Lo vas a matar!".

En mi cabeza, mi amnesia era perfecta, él no podría culparme.

No sabía que, esta vez, Marco no se recuperaría.

Él se estaba despidiendo para siempre y yo, en mi egoísmo, no tenía ni la más remota idea.

Y él, desde algún lugar entre la vida y la muerte lo único que escuchó fue:

«A quien amo es a Diego».

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Romance

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Tentu, saya akan menambahkan POV (Point of View) ke setiap bab sesuai dengan permintaan Anda, tanpa mengubah format atau konten lainnya. Gabriela POV: Durante cinco años crié al hijo de mi esposo como si fuera mío, pero cuando su ex regresó, el niño me gritó que me odiaba y que prefería a su "tía Estrella". Leandro me dejó tirada y sangrando en un estacionamiento tras un accidente, solo para correr a consolar a su amante por un fingido dolor de cabeza. Entendí que mi tiempo había acabado, así que firmé la renuncia total a la custodia y desaparecí de sus vidas para siempre. Para salvar la imprenta de mi padre, acepté ser la esposa por contrato del magnate Leandro Angulo. Fui su sombra, la madre sustituta perfecta para Yeray y la esposa invisible que mantenía su mansión en orden. Pero bastó que Estrella, la actriz que lo abandonó años atrás, chasqueara los dedos para que ellos me borraran del mapa. Me humillaron en público, me despreciaron en mi propia casa y me hicieron sentir que mis cinco años de amor no valían nada. Incluso cuando Estrella me empujó por las escaleras, Leandro solo tuvo ojos para ella. Harta de ser el sacrificio, les dejé los papeles firmados y me marché sin mirar atrás. Años después, cuando me convertí en una autora famosa y feliz, Leandro vino a suplicar perdón de rodillas. Fue entonces cuando descubrió la verdad que lo destrozaría: nuestro matrimonio nunca fue legal y yo ya no le pertenecía.

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