Mi Corazón Ya No Es Tuyo

Mi Corazón Ya No Es Tuyo

Gavin

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Capítulo

Hoy cumplo treinta años. Esperaba pastel y velas, pero solo encontré el fuego del comal y un dolor profundo en el pecho. Mi puesto de garnachas en el mercado de la Merced fue testigo mudo de la fiesta sorpresa... para Isabella. Un cartel, escrito a mano, anunciaba: "¡Felicidades, Isabella, por tu primer contrato discográfico!" Y abajo, casi como una burla, con letra más pequeña: "y feliz cumple a Sofía." Mis ahorros, cada peso ganado con sudor y esfuerzo, se habían ido en su traje de charro impecable, en sus clases, en sus sueños. Ahora, se usaron para lanzar la carrera de su "prima" . Ricardo, ciego a mi tormenta, me preguntó: "¿Qué te parece, mi amor? ¿A poco no es una gran sorpresa? ¡La prima lo logró! ¡Gracias a nosotros!" Lo miré, y por primera vez, ya no había devoción en mis ojos. "La fiesta era para Isabella, Ricardo, no para mí." Mi voz, extrañamente calmada, lo irritó. "¡Ay, Sofía, no empieces con tus dramas! ¡Ella tiene talento de verdad, algo que tú no tienes!" Isabella, con una sonrisa ensayada, arrancó el cartel, haciéndome ver como la envidiosa. La humillación me quemó. Esa noche, Ricardo llegó borracho. Vio mi maleta de viaje y me acusó: "¿Te robaste dinero del puesto? ¿Para irte a gastar lo que es mío?" La misma acusación que mi padre me hizo años atrás, la herida que Ricardo juró sanar. El hombre que amaba se había convertido en un monstruo. En ese instante, mi amor por él murió. Lo miré fijamente y le dije: "Tienes razón. Lo siento". No era una disculpa, era la calma de un final. Ahora, este juego había terminado. "Me voy, Ricardo", le dije, sintiendo el peso de diez años de mi vida desvanecerse. Me dirijo a Oaxaca, donde la paz y la libertad me esperan.

Introducción

Hoy cumplo treinta años.

Esperaba pastel y velas, pero solo encontré el fuego del comal y un dolor profundo en el pecho.

Mi puesto de garnachas en el mercado de la Merced fue testigo mudo de la fiesta sorpresa... para Isabella.

Un cartel, escrito a mano, anunciaba: "¡Felicidades, Isabella, por tu primer contrato discográfico!"

Y abajo, casi como una burla, con letra más pequeña: "y feliz cumple a Sofía."

Mis ahorros, cada peso ganado con sudor y esfuerzo, se habían ido en su traje de charro impecable, en sus clases, en sus sueños.

Ahora, se usaron para lanzar la carrera de su "prima" .

Ricardo, ciego a mi tormenta, me preguntó: "¿Qué te parece, mi amor? ¿A poco no es una gran sorpresa? ¡La prima lo logró! ¡Gracias a nosotros!"

Lo miré, y por primera vez, ya no había devoción en mis ojos.

"La fiesta era para Isabella, Ricardo, no para mí."

Mi voz, extrañamente calmada, lo irritó.

"¡Ay, Sofía, no empieces con tus dramas! ¡Ella tiene talento de verdad, algo que tú no tienes!"

Isabella, con una sonrisa ensayada, arrancó el cartel, haciéndome ver como la envidiosa.

La humillación me quemó.

Esa noche, Ricardo llegó borracho.

Vio mi maleta de viaje y me acusó: "¿Te robaste dinero del puesto? ¿Para irte a gastar lo que es mío?"

La misma acusación que mi padre me hizo años atrás, la herida que Ricardo juró sanar.

El hombre que amaba se había convertido en un monstruo.

En ese instante, mi amor por él murió.

Lo miré fijamente y le dije: "Tienes razón. Lo siento".

No era una disculpa, era la calma de un final.

Ahora, este juego había terminado.

"Me voy, Ricardo", le dije, sintiendo el peso de diez años de mi vida desvanecerse.

Me dirijo a Oaxaca, donde la paz y la libertad me esperan.

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