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Achocolatada - AMARGO PLACER

Achocolatada - AMARGO PLACER

Abd

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Capítulo

La familia de Emira está a punto de perder la empresa chocolatera que ha sobrevivido de generación en generación. Está en sus manos el futuro de Achocolatada, ¿Será capaz de entregar su propio futuro por el bienestar familiar?¿O quizás el trago sea demasiado empalagante para digerir? De algo está segura y es que recibirá un Amargo Placer.

Capítulo 1 -1-

-Esto no puede estar pasando, no, no otra vez- Emira entró intrigada y preocupada por los sollozos que salían de la oficina que su padre tenía dentro de la finca, su vestido veraniego de colores pasteles flotaba sobre su rostro mientras corría adentro sin nada de femineidad a ver qué carajo pasaba.

-¿Qué son todos esos gritos?- dijo contra la puerta de madera cerrada tocando con fuerza una y otra vez- ¿Mamá?¿Papá?¿Qué pasó?- insistió ahora con el corazón en la garganta- ¡Saben que no me voy a mover de aquí!

La puerta de la oficina se abrió y antes de que pudiese colarme dentro el capataz de la finca salió con el sombrero en la mano y rostro apesadumbrado.

-Lo siento mucho, señorita, pero lo mejor será que no entre ahora, sus padres no están bien- Emira lo miró con curiosidad.

-¿Qué es lo que pasa, Rodrigo?¡Hable ya!- lo apresuró sin importarle que el hombre la conociera desde que usaba pañales.

-Son los cultivos de cacao, señorita- dijo él cabizbajo, Emira llevó una mano hacia su rostro para pellizcar el puente de su nariz- Infectados, de nuevo.

-¿Otra vez la maldita plaga?- adivinó ella y él asintió con tristeza. De su boca salió un chillido de frustración- ¡Mierda!¡Pero es que esto no puede ser!¡De nuevo esto!

-Señorita, no debe expresarse así- dijo Rodrigo rápidamente mirando hacia ambos lados. Poco le importaba a Emira lo que dijese alguien de cómo se comportara. Achocolatada se venía a pique y ya no había más dinero- Son los fertilizantes, señorita Emira- explicó él acomodando el sombrero en su cabeza- Sin buenos fertilizantes, no tendremos cosechas.

-Y sin cosecha no hay dinero, Rodrigo. Me queda claro- dijo ella apartando al hombre de la puerta- Con permiso- dijo entrando para encontrar a su madre en el sillón con un pañuelo viejo sobre su nariz y a su padre con el sombrero puesto, los ojos llorosos y un vaso de anís en la mano.

-¿Qué vamos a hacer?- dijo su madre entre lágrimas y eso conmovió el corazón de Emira hasta casi romperlo.

Fue hacia ella para abrazarla y consolarla a la vez, mientras su padre se giraba a la pared mientras tomaba un trago que seguramente no era el primero.

-Algo se nos va a ocurrir- dijo con seguridad sin saber de dónde rayos la sacaba. Todo parecía haberse ido a la porra y ella aún mantenía una vaga esperanza.

-¡Ya quisiera yo saber qué carajo se nos va a ocurrir!- se quejó su padre con la voz más ronca de lo normal caminando hacia ellas dos. Eliza haló a su hija hacia el sofá y ahora Emira estaba sentada junto a su madre- La mitad de los trabajadores se ha ido, la otra mitad está pidiendo que les paguen, ¿Y cómo les pago si no hay producción de chocolate desde hace más de seis meses?- se quejó él caminando de lado a lado- Si vendemos todo, todavía eso no cubre la deuda, entre los trabajadores de la empresa y los obreros, eso sin contar las deudas de la casa- su padre se sentó de golpe en la butaca- Creo que me debería pegar un tiro y salir de todo esto.

-¡Madre mía, no!- se exaltó Eliza entre sollozos llevando una mano hacia su enfermo corazón, Emira se levantó de golpe y caminó hacia su padre sin la más mínima pizca de temor, le quitó el vaso de la mano y lo miró a los ojos, ambos del mismo tono gris plomo, ambos malhumorados con el ceño siempre fruncido, tercos, orgullosos. Ambos tan iguales.

-¿Y con eso usted qué soluciona? Cuénteme a ver- se cruzó de brazos mirándolo, retadora- ¿Dejarnos las cargas a mi mamá y a mí?¿Ese es el amor que usted le profesa a la mujer de su vida?¿A su hija querida?- Saul se restregó el rostro y rompió en llanto al oír a su esposa sollozar.

-Es cierto, lo sé, perdónenme ambas- dijo arrepentido mirando a su hija a los ojos con desesperación-¿Pero qué vamos a hacer, mija? Achocolatada es todo lo que tengo, todo lo que tenemos... No puede desaparecer, me rehúso a perderla- ella se arrodilló ante su padre mirándolo con la seguridad de una fiera a punto de cazar, era una pantera silenciosa e inteligente, una cazadora por naturaleza.

-Confíe en mí, papá. Alguna solución vamos a encontrar, pero de que Achocolatada seguirá siendo nuestra, eso se lo juro- miró a su madre que parecía apenas un poco más calmada- A ambos, se los prometo.

Su padre apretó su mano entre la suya y asintió aún con el rostro empapado de lágrimas.

-Salgan, las dos, por favor- dijo alternando la vista entre ambas- Necesito... Pensar. Quiero estar solo.

Emira asintió y se levantó estirando la mano para ayudar a su madre a hacer lo mismo y ambas salir de la oficina de su padre con la puerta siendo cerrada a sus espaldas. Emira sabía lo duro que era su padre a excepción de los momentos en el que Eliza lloraba, ahí era cuando el mundo de Saul Badell se desplomaba y tenía que levantarlo ladrillo por ladrillo para que el castillo de su princesa se mantuviese intacto.

.

.

.

Emira caminaba entre las plantaciones, disfrutando como hacía desde niña, cuando jugaba entre los grandes ramales a las escondidas. Ella disfrutaba del sonido de la brisa sobre las hojas en movimiento, a veces deseaba desaparecer en dirección a los pueblos más cercanos, buscar un trabajo regular que al menos le diese algo para comer, pero no era tonta y sabía muy bien que en el Amazonas lo que más podía encontrar una mujer como ella, sola, bonita y aguerrida, eran peligros por doquier. Porque si no se ganaba un problema con los ganaderos y sus mujeres, sería con los mineros y sus esposas, o los petroleros que pensaban que por ser extranjeros tenían derechos sobre las jóvenes de la zona, e incluso había escuchado a más de una ser llevada por la guerrilla y aunque el hambre le apañara la vista, ella en definitiva se las podía arreglar viviendo sola, pero eran sus padres quienes le preocupaban: Ellos no aguantarían una partida tan trágica de su única hija.

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