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Maximiliano Ferrer, era el chico más adorable que muchos hubiesen visto, todo el que lo conocía quedaba prendado de su hermosura y la ternura que irradiaba, eran el primogénito de los Ferrer, el orgullo de su padre, la adoración de los ojos de su madre, protegido amado, había sido el niño anhelado, el hijo que siempre habían querido. Un niño hermoso de ojos oscuros y sonrisa encantadora, con solo ocho años demostraba lo hermoso que sería cuando se convirtiera en un hombre.
Su padre lo había adorado desde el mismo instante en que lo vio por primera vez, su madre lo había amado desde que supo que estaba en su vientre, para ellos no había nada más gratificante que verlo correr por la casa.
Edwar Evans, era un padre soltero, estaba atravesando la peor etapa de su vida que consistía en superar la terrible y prematura perdida de su adorada esposa, por desgracia solo habían tenido una niña, la pequeña Renata, era una niña preciosa, hermosa cabellera negra como el ébano, cejas tan oscuras como una noche sin luna, y unos ojos muy peculiares, los cuales había heredado de su madre, eran azules, un azul muy intenso que en la oscuridad y con el reflejo de alguna luz parecían violetas. Esos ojos eran el asombro de muchos y la admiración de otros.
Los Evans y los Ferrer, eran vecinos cercanos, y Dada la dura situación de Edwar, criando solo a su pequeña niña, los Ferrer solían invitarle a pasar muchas horas con ellos, lo cual había despertado y alimentado una fuerte unión entre la única hija de Edwar Evans y el primogénito de los Ferrer, eran muy unidos y disfrutaban de las tardes corriendo en el hermoso y bien cuidado jardín, como en aquel preciso instante, en el que juntos jugaban y se divertían. Él parecía adorarla, hablaba de ella todo el tiempo, sus ojos brillaban al contar las aventuras que llevaban a cabo en el jardín, lo hermoso de su rostro o esos impresionantes ojos violeta, el trío de padres estaban felices al ver lo bien que la pasaban juntos. A la dulce Renata no le era indiferente las atenciones del niño y parecía disfrutar de cada detalle, ella sonreía cada vez que él la recibía y juntos corrían agarrados de manos al jardín.
—¡Max, Max!— Renata, reía alegre mientras él la correteaba por el jardín.
—¡Te atraparé, Renata!— el niño apresuró el paso y la tomó de la cintura, ambos cayeron al suelo rodando y riendo de plena dicha. Él quedó sobre ella, y comenzó a hacerle cosquillas.
—¡No, Max!— reía— ¡No hagas eso!— sus risas inundaban el jardín, y la luz de sus ojos opacaba la luz del sol. Maximiliano, detuvo sus manos y se quedó mirándola fijamente a los ojos, con una linda sonrisa en su infantil cara.
—Eres tan bonita, Renata— ella lo miró con sus grandes ojos, sonrojándose hasta la raíz del cabello.
—Tú también eres muy lindo, Max. Me gusta mucho tu sonrisa— le sonrió.
—A mi me gustan tus ojos, eres la niña mas bonita que he visto, ni siquiera las del colegio son más bonitas que tú — Renata sonrió ante el cumplido — Cuando sea grande, me casaré contigo— la niña rio alegre.
—Yo también me casaré contigo— contestó ella riendo.
Max, acercó sus tiernos labios a los de la niña y los rozó con delicadeza. Sellando así su promesa.
Ella lo miró tímidamente, sintiendo como sus mejillas y sus orejas se ponían muy calientes, nunca la habían besado en la boca.
—Papá, siempre besa a mamá cuando le dice algo bonito. Yo creo que casarnos será algo bonito.
— Yo también lo creo— le sonrió.
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Once Años más tarde. . .
—¿Lista para irnos, mi amor?— le preguntó Max a Renata.
—Lista, mi amor— le besó en los labios con ternura, rodeando su cuello y pegándose a él.
—Será la mejor sorpresa de tu vida, o al menos eso espero— le dijo con una tierna sonrisa.
—Vamos Max— dijo en tono de berrinche — ¿Qué es?— le hizo un puchero— No sé si pueda soportar las ganas de saberlo.
—Las sorpresas no se dicen, amor mío — le tocó la punta de la nariz, en gesto cariñoso.
—Oh rayos, vámonos de una vez Max, la intriga me está matando, muero de ansias— él no pudo menos que reír ante su comentario y su ceño fruncido.
Renata Evans se había convertido en una hermosa jovencita, así como en el pasado fuera una niña encantadora, ahora de jóven adulta era realmente exquisita. Su cuerpo era delicado, hermoso y lleno en los lugares adecuados, lo cual generaba en ella unas delicadas curvas. Sus hermosos ojos seguían tan expresivos como siempre. Claros, transparentes y realmente bellos, traslucían luz, bondad y esperanza. Esos hermosos ojos en los que el encontraba paz y tranquilidad. Su larga y oscura cabellera, esa que a él le encantaba enredar en sus dedos y mantenerlo con fuerza mientras reclamaba sus labios.
La amaba, siempre la había amado, ella era su único y gran amor, Renata era para él, lo que muchos llamarían el amor de su vida, la única mujer que había amado y que amaría hasta el fin de sus días.
Renata, se percató de como su amado estaba ensimismado en sus pensamientos, su mirada parecía lejana, él estaba a muchos kilómetros de distancia.
Maximiliano Ferrer, su adorado Max, él era bueno, dulce, cariñoso, lo había amado desde que tenía uso de razón, primero con un amor infantil cargado de adoración y pleitesía, ahora con un amor juvenil, ardiente y desesperado. Anhelaba con desesperación las horas a su lado, eran la mejor parte del día. Amaba todo de él, no podía decir una sola cosa que no le gustara y tener su compañía era una hermosa bendición.
Sus suaves labios la besaban con ternura, sus brazos la protegían, a él acudía siempre que necesitaba sentirse mejor.
Él era hermoso, realmente hermoso. Dulce y cariñoso, sus bellos ojos la miraban con profundidad, su espalda ancha le hacía ver unos hombros cuadrados, un cuerpo bien formado, gracias a muchas horas de ejercicio, sus manos que le dedicaban tiernas caricias, él la hacía sentir como si no existiese en el mundo mujer más hermosa que ella.
Aún podía recordar la vez en la que le pidió ser su novia, estaba tan feliz, el mundo entero podría negarse si quería pero ellos serían felices. Afortunadamente no habían tenido ningún drama familiar tanto su padre como los padres de Max, sabían desde Siempre cuánto se querían. Maximiliano tenía unos once años cuando le había asegurado a Edwar Evans, que el sería el esposo perfecto para su adorada hija, le había prometido que se convertiría en un hombre de bien y muy trabajador para poder casarse con Renata. Edwin había querido sonreír pero no quería hacer sentir al niño que sus sentimientos eran menospreciados, así que había extendido su mano hacia él, muy serio y Max la había tomado estrechándola.
—Estoy seguro de que serás un buen esposo para Renata.
Y así, a ojos de Max, Renata ya era su prometida y futura esposa. Ante los ojos de Renata, Max sería un buen esposo, su padre lo había asegurado y ella lo creía.
—Perdóname Princesa, marchémonos, quiero que disfrutes de lo que tengo preparado para ti.
Max la llevó a su casa. Allí estaban los Ferrer reunidos, su padre, su prima Sophie y la tía Carlota, todos reunidos, se habían preparado para recibirlos y estaba hermoso, flores por todos lados, bebían champagne y ella como siempre se sentía en familia.
Renata se sintió en casa, Los Ferrer, también eran su gente, como su segunda familia, con los que creció y siempre fue feliz, la reunión había marchado alegremente y aunque Renata no tenía idea de qué estaban celebrando, estaba muy feliz.
De pronto Max se puso en pie, y elevó la voz llamando la atención de todos los presentes.
—Familia, quiero agradecerles por ayudarme a preparar esta fiesta para Renata. Cariño, mi Renata, amor mío, ésta no es una fiesta común, quiero hacer de éste día el más especial de todos. Hace años hice una promesa, y hoy pienso dar el primer paso para cumplirla.
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