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En un mundo donde las expectativas de la belleza parecen dictar la dirección de la vida de una mujer, Nelly Arriaga siempre se sintió fuera de lugar. Su figura curvilínea, lejos de ser un estigma, era su sello de identidad. Creció rodeada de prejuicios, de miradas furtivas y susurros detrás de su espalda, todo porque no encajaba en el molde de lo que la sociedad consideraba "hermoso". A pesar de la presión constante para encajar, Nelly nunca dejó que las críticas socavaran su confianza. Sabía que su fuerza residía en lo que era, no en lo que los demás querían que fuera.
El aroma del café recién hecho impregnaba la estancia cuando Nelly dejó la taza sobre la mesa con un golpe seco. El líquido oscuro tembló en la porcelana, igual que su corazón en el pecho. Su madre la observaba con una expresión tensa, los labios presionados en una línea delgada, como si estuviera a punto de pronunciar una sentencia inapelable.
Nelly ya tenía una idea de lo que su madre estaba por decir, no era una tonta que no sabía nada, aunque tuviera que aceptar las imposiciones de sus padres. Suspiró profundamente, preparándose para lo que venía.
-Ya deja el rodeo, mamá, ¿dime qué es lo que tienes por decir de una vez? -sentenció Nelly, ya cansada de ver a su madre buscar las palabras correctas.
-En dos días, se anunciará tu compromiso -dijo su madre con seriedad, como si eso fuera suficiente para que Nelly tuviera que aceptar la noticia.
-¿Mi compromiso? Si no tengo novio aún, ¿cómo voy a tener una fiesta de compromiso? -preguntó ella en tono burlón, aunque la bilis le subía por la garganta.
-Ya habíamos hablado de esto, Nelly.
-No lo acepto -replicó Nelly con firmeza-. Quedamos en que me casaba este año, pero yo elegía, y aún no me presentan a los candidatos.
-La familia Cisneros es la mejor opción, Nelly. Ya es una decisión tomada.
El eco de esas palabras se estrelló contra su pecho como una ola helada. Nelly sintió la sangre helarse en sus venas.
-¿Me estás diciendo que... me tengo que casar con un hombre que ustedes eligieron? ¿En qué siglo estamos, Doris? -Su voz salió rasposa, incrédula.
-Respeta a tu madre, Nelly -habló su padre con voz ronca y fuerte, la mirada fija en su hija.
-El peor error que cometió mi abuelo fue nombrarse su heredera y exigir que me case para recibir todo -resopló Nelly, sintiendo la rabia crecer en su interior. No era como si le importara mucho el dinero, sino que sus padres no la dejarían en paz, no permitirían que sus tíos reclamaran la herencia al ver que ella no se casaba.
Su padre, sentado en la cabecera de la mesa, dejó escapar un suspiro y se pasó una mano por el rostro. Sus ojos, normalmente duros, parecían evitar los de su hija.
-Es lo mejor para la familia -murmuró, sin mirarla directamente.
Nelly soltó una carcajada ácida. El aire se volvió denso, como si la casa misma conspirara para encerrarla en esa absurda realidad.
-¿Y qué hay de lo que yo quiero? ¿Y no comiencen con que no es un buen futuro para mí? -preguntó, cruzándose de brazos, como si ese gesto pudiera sostenerla de pie.
-A veces, querer no es lo importante -sentenció su madre con frialdad-. Es lo que se necesita.
-Eso lo decidirá tu esposo -dijo su padre, y Nelly negó con la cabeza riendo, sintiendo la ironía de la situación.
El reloj en la pared marcó un segundo eterno. Nelly sintió una opresión en el pecho, como si un peso invisible la aplastara contra el suelo.
-¿Y quién es el afortunado? -preguntó Nelly, con una sonrisa amarga, sabiendo que la respuesta no le gustaría.
-Adrián Cisneros.
El nombre cayó sobre la mesa como una piedra pesada. Frío, imponente. Nelly parpadeó, intentando recordar lo poco que sabía de él: un empresario exitoso, distante, de esos hombres que parecen esculpidos en hielo. Un escalofrío recorrió su espalda.
-No es mi tipo -espetó, sintiendo una mezcla de rabia y miedo.
Su madre se enderezó, alisando las arrugas invisibles de su blusa.
-Tampoco tú eres el suyo.
El comentario fue un golpe directo, pero Nelly solo sonrió, afilada como un cuchillo.
-Gracias por el cumplido, madre.
-No es eso, hija...
-Genial, estaré en un matrimonio de ensueño -la interrumpió Nelly, sarcástica.
La rabia hervía en su estómago, pero bajo esa furia, muy en el fondo, un miedo sordo comenzó a enredarse en su pecho. Porque sabía que, en su mundo, lo que su familia decidía era ley. Y porque, aunque jamás lo admitiría en voz alta, no estaba segura de poder salir de esa... sin perderse en el intento.
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