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Victoria siempre había sido una mujer de control. Todo en su vida estaba perfectamente planeado, desde las estrategias de su imperio de moda y cosméticos hasta su rutina diaria. Había llegado al lugar que ocupaba con esfuerzo, pasión y dedicación, construyendo su marca desde cero. Los primeros años fueron difíciles, pero había aprendido a navegar por el mundo empresarial con una mezcla de inteligencia y frialdad que pocos podían rivalizar.
Pero esa tarde, todo se derrumbó.
Era la víspera de la fusión más importante de su carrera. La empresa con la que había estado negociando durante meses finalmente aceptaba sus términos, lo que aseguraba su dominio en el mercado por años. El momento culminante de su vida estaba a punto de llegar, y el mundo entero lo sabía. La junta directiva la había llamado para una cena privada para ultimar los detalles antes de la gran presentación al día siguiente. Nada podía salir mal.
Victoria llegó al restaurante, elegante como siempre, con su vestido negro que combinaba sofisticación y poder. Se sentó a la mesa, mirando a los rostros conocidos que la rodeaban: los grandes nombres del mundo empresarial, los accionistas clave, y por supuesto, su esposo, Andrés, y su mejor amiga, Laura, su abogada y confidente de toda la vida. Era una noche especial, pensó. Una noche para celebrar el éxito.
Pero no era una celebración. Era una trampa.
La primera señal de que algo estaba mal fue la extraña distancia que Andrés había puesto entre ellos. Normalmente, él era cariñoso, siempre buscando un momento para tomar su mano o decirle algo dulce. Pero esa noche, se mostró distante, casi como si no la viera. Mientras él se sumergía en la conversación con los demás, Laura, su mejor amiga, parecía no darle importancia a la situación. No había risas como siempre, ni complicidad en sus miradas. Algo no cuadraba.
De repente, la puerta del restaurante se abrió. Un grupo de periodistas irrumpió, cámaras y micrófonos en mano, y la mirada de Victoria se desvió hacia la figura que apareció en el umbral. Un reportero la miraba fijamente, y, por un segundo, el corazón de Victoria dio un vuelco. Sabía que algo no estaba bien.
Andrés, notando su desconcierto, se levantó para ir al encuentro de los periodistas. Victoria frunció el ceño. Era raro que la prensa estuviera allí, justo antes de la fusión más importante de su carrera, pero no fue eso lo que la hizo ponerse en alerta. Fue la forma en que Andrés se alejó de ella, la forma en que Laura se quedó atrás, mirando en silencio.
Unos segundos después, la revelación.
-¡Victoria, tienes que ver esto! -dijo un reportero, mostrándole una pantalla de su teléfono. Y entonces lo vio.
Un video. Un video que la dejó helada. En la pantalla, su esposo, Andrés, estaba abrazando a Laura, su mejor amiga, en lo que parecía un hotel. La cámara los había grabado en un momento de intimidad, pero lo peor estaba por venir. En el video, Andrés le susurraba algo al oído a Laura, algo que parecía muy personal. Victoria se quedó sin palabras, observando cómo el video de su vida se desmoronaba en un segundo.
La escena era tan vívida, tan impactante, que sus manos temblaron al intentar sujetar su teléfono. La respiración le faltó, su pecho se cerró como si todo el aire hubiese sido absorbido por un agujero negro. La traición era evidente, cruel y despiadada.
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