La fría y calculada resolución del cirujano
vista de
urdas y crueles. ¿Una orquídea rara y mítica? ¿Pa
í, una neurocirujana, a buscar alguna hierba antigua? ¿Después de todo lo que me has hec
ió, una tormenta ges
rostro, y me mostró una foto. Era una representación digital de la urna de Anahí, destrozada, sus cenizas esparcidas, per
ción de las lágrimas. Solo lo miré, mis dientes ap
o de ganar tiempo, de hacerle ver lo ridículo de todo-. ¿Tú, un magnate de la tecnologí
nes -dijo, su voz fría, final
zón dolía con una desesperación hueca. No tenía
e la ciudad desvaneciéndose en el horizonte, vi a Carlos y Aurora en la lujosa cabina de abajo.
, saludó con una
r bastante peligroso en esta época del año. -S
vidriosos por el alco
é lástima que esas manos tuyas ya no sean capaces de tal delicadeza. -S
vidado por completo que mis manos, las manos de las que acababa de burlarse, estaban destrozadas po
queño bote inflable, junto con un traje de buceo y eq
rdias, su voz plana-. Ahí es don
e zambullí en el agua fría y oscura. El abrazo gélido
dañada pulsaba con un dolor desconocido, haciendo que cada movimiento fuera una
toda velocidad, apenas rozándome. Un tiburón. Mi corazón saltó a mi garganta. Me pegué contra una pared de r
ueta monstruosa contra la tenue luz que se filtraba desde arri
brillo tenue, casi iridiscente, anidado entre un grupo de
ríos e indiferentes de Carlos. Pasaron ante mis ojos, alimentando una rabia deses
, mi mano dañada gritando en protesta. La arranqué de
n tiburón, sus mandíbulas abiertas, una aterradora fauces de d
como un garrote, y lo balanceé con toda la fuerza que me quedaba, golpeando e
uñeca derecha. Se arrugó, los huesos rechinando, una nueva ola de dolor h
efugio, ahora se sentía como un sudario sofocante. Me estaba hundi
, sus ojos abiertos con un terror frenético, zambulléndose en
rbujas plateadas. Parecía tan desesperado. Tan ridículo. El hombre que me hab
nca. Nunca haberlo amado. Nunca