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Las Cenizas de Nuestro Amor

Capítulo 6 

Palabras:1062    |    Actualizado en: 18/12/2025

o P

e se sentía como un peso aplastante. Lo había dejado sobre la chimenea, como un adiós silencio

, hacia el salón de la mansión. Los objetos familiares que me rodeaban, los mu

biera distorsionado la realidad, desp

. Sin el perfume de las flores frescas que Silvana siempre colocaba, sin el murmullo de su

orzada que nunca había notado. Ahora, en su mirada, veía la tristeza oculta, la resignación. ¿Cuándo se hab

Silvana, era la ausencia de la vida que ella traía consigo. La risa de los sirvie

de los negocios, del imperio Serrano, recayó sobre mis hombros. Reu

en los contratos, en las alianzas. Mi pensamiento ún

a casa. Ella era la administradora impecable, la que mantení

os eventos, se encargaba de cada detalle

dicación. La di por sentada, como un mueble más, una pieza deco

bía programado, las citas, los contactos... no sabía nada de eso. La prim

nte, el líder carismático. Era un títere, un ignorante. Ella no era solo mi esposa, era

quemadura constante en mi pecho. Me recordaba cada error, cada humillación, cada t

i infierno personal. Y a

ana

raba por las ventanas. El viaje había sido largo y agotador, un viaje de regreso a un

de mi madre y mi bebé en mis brazos. El sol del atardecer teñía el cielo de tonos anaranjados y ros

n como viejos amigos. Cada casa, cada árbol, cada rostro... todo er

sacó de mi ensueño.

rcado por las arrugas, pero con ojos llenos de bondad. Dejó caer l

icas, sin la frialdad del mundo que acababa de dejar. Era el primer abrazo re

has dormido bien?" Doña Carmen me tomó el rostro

simple bondad de una persona, por la calidez de la humanidad que había olvidado.

i maleta y me guio hacia mi antigua cas

blancas, como fantasmas. Pero el olor... el olor a madera vieja, a especias de

sentí que no solo limpiaba el polvo, sino que también limpiaba mi alma.

, de los vecinos, de las cosechas. Habló de cosas sencillas, de la vida real. Y en esas conversacione

ón. Y en esa conexión, encontré una paz que el lujo de la mansión Serrano nunca pu

mente, dolorosamente. Ya no me hundía en el abismo de la au

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