Sangre en la Nieve, Una Vida Perdida

ado lo que yo había dicho, demasiado concentrado en consolarla. Carmen, sin embargo, se apartó de él, con los ojos desorbitados de puro horror, fij

ndo giró, pintando la nieve de un rojo vertiginoso. Mi fuerza se e

do. Observó, atónito, cómo el rojo oscuro manchaba no solo la nieve, sino mi vestido, y luego se filtraba en sus

i lengua gruesa y pesada. Todo lo que pude lograr fue un gemido ahog

ndentemente, e

e apagó, una comprensión escalofriante amaneciendo en sus ojos. Como madre, sab

ino envió un nuevo chorro de sangre, caliente y nauseabundo, por mis piernas. Corrió hacia el coche, su rostro una máscara de terror. Con

osa, empapando mi ropa, formando un charco grotesco en el asiento del pasajero. El olor, espeso y cobrizo, llenaba el espacio ce

traña sensación de calma comenzó a asentarse sobre mí, una resignación aterradora. Quería que terminara. Q

fermeras se apresuraron, sus rostros un borrón de preocupación. La escena sangrienta atrajo mirad

e urgencias! ¡Está sangrando

e contra el dolor. Tenía tanto frío. Tan cans

-la voz de Ricardo era frenética, su

a doctora, su voz firme, mientras

sistió, sus o

o la voy

minado, eché un último vistazo a Ricardo. Su rostro era una máscara retorcida de desesperación, sus ojos abiertos con un terror

ra comenzó a inyectarme algo en el brazo, el líquido una cinta fría trazando su cami

el brazo de la doctora con la poca fuerza que me queda

a pausa, sus ojos

qué, q

ostro-. Solo... sáquenlo. No quiero que... que sufra. No así. No con él. -las últimas palabras fuer

s, sus rostros grabados con una profunda tristeza.

do por una playa al atardecer. "Algún día, Sofía", había dicho, su voz ronca por la emoción, "tendremos un pequeño. Una niña, con tus ojos.

mundo había ganado. Y yo estaba sola. La calidez de ese futuro imaginado se desvaneció, reemplazada por la escalofriante cer