Diario de una viajera en el tiempo
18 de mar
instantes antes había bajado, sin embargo, para mi sorpresa, se abrían paso más nuevas invitándome de nuevo a subir. El fuerte martilleo, que con tanta atención había escuchado y que me había guiado hasta donde me encontraba, segu
ncontraba tapiando con tablas las ventanas de madera del corredor, sumiendo poco a poco la casa en una
as diferentes partes de mi cuerpo. Descalza, en camisón, y con los pies embarrados, probablemente daría la impresión de ser un fantasma o alguna persona deseq
s se abría paso entre los hilos de sol. Por la penumbra del corredor apenas pude ver su rostro hasta que estuvo a tan solo un
a mi nombre-, ¿ya estás aquí? No te esperábam
á pasando, apenas podía emitir sonido alguno. Asentí con la cabeza
de su desconcierto y decide perderse en él. Ambas nos percatamos de lo que estaba ocurriendo, y la mujer de vestido negro dio una frenética pa
, las tablas no se clavan solas!
enlutadas de la alta sociedad del siglo XVIII. Me cogió de un brazo, el voluminoso ropaje rozaba una de mis pier
e sientas tan cómoda como en tu propio hogar -anunció con solemnidad- d
n la que había llamado al orden al muchacho, no hubiera pensado que la mujer sonriera muchas v
-se sobresaltó al observar mi
aspereza rozó mi cuerpo, pero acep
ía unos escasos tres cuartos de hora, sin embargo, aquel dormitorio ahora me pareció más amplio y confortab
llevaba a otro siglo, a otra época, pero en la misma casa. Quizás fruto de todo el tiemp
de unas horas, al mediodía. Tenía pensado bajar a buscarte al sótano, sin embargo veo q
como una liebre, comenzó a sospechar que quizás yo ignoraba a
e sábanas y mantas que la cubrían, y me ayudó a acomodarme dent
una pregunta. Sé que te llamas Diana y que vienes de una época que aún es
esponder con otra p
encontramos? -p
vacilar a mi pregunta-
ablemente debí desfallecer por la impresión o sumirme en
raba mis oídos y mi mente, sin embargo, no conseguía moverme para apagarlo. Intenté abrir los ojos, fue imposible. La desesperación se apoderó de todo mi ser desembocando en una angustia que me paralizaba aún más. Por fin, en un intento desesperado por despertarme, contuve la respiración para alertar a mi mente de que me dejara libre del sueño que me atrapaba. Cuando logré despertarme, exaltada y exhausta, me incorporé en la cama y respiré profundamente. Los sonidos cotidianos de tazas, microondas, así como el tintinear de la cuchara se habían ido junto a Dani. Sin embargo, aún sonaba la insistent
rlo cuando unos nudillos chocaron con la puerta de la habitación donde me encontraba. Los golpes eran
recer ante mí la misma mujer que me había in
on la misma naturalidad que antes de mi desmayo-. Has dormido durante toda la mañana y
aime? -pregu
. Señor de esta casa -contestó s
cierto modo los había visto en los viejos retratos hacía tan solo una horas, aunque estaba segura de no recordar algo importante de aquella fam
aime Borau, que era el médico de la comarca, quien a su vez era el hijo de do
Creía recordar que la abuela me había contado que era una mujer muy especial, culta y conocedora de plantas curativas, que junto con los conocimientos de la medicin
nto, ya había fallecido a causa de un complicado parto. Con ella tuvo tres hijos de los cuales desconocía sus nombres, sin embargo p
ció Engracia angustiada volviénd
té sin saber a
la carta se ex
-pregunté
o de crispar el ambiente y con temor de que el sueño se tornara en pesadilla, decidí callarme y ase
en la casa para que ayudara a vestirme, suponiendo que poco
imiento conformaban el incómodo atuendo, todas ellas ajustadas por un oprimidísimo corsé que inte
ró atónita -. Así e
puedo respirar! -m
ojar el cordón que se entrelazaba en el aparatoso corsé y, poco
ntí con una a
mi agradecimiento con un
es a cabeza, Raimunda, que era como llamaban a
ocía la estructura del edificio y el orden de las estancias muy bien,
XIX, esperé precavida a la siguiente acción de la muchacha, que no fue otra qu
encontrar cara a cara con la mujer. Una leve
senciaba la habitación. Desde luego había envejecido bien. Evoqué el recuerdo de la última vez que la tuve
spués de una rápida pero educada reverencia, invitó a que me sentara, a la vez que él también lo
e todo lo acontecido hoy -c
mi currículum, una carta descansaba sobre la noble madera. Sin duda, ese debía de ser el manuscrito d
a esperanza de que me aclarase
o -afirmó Ja
tener claros todos los detalles que en ella se describían y saber de qué ma
se ponía remedio, a excepción del pequeño Pedro que en ese momento tenía siete años y del cual, al parecer, descendíamos todos los que habíamos llegado al siglo XXI. La carta, además de describir las consecuencias de los acontecimientos que se desatarían
sabía muy bien si la causa de tal olvido se debía a lo triste de la historia o quizás por los acontecimientos del día que la escuché, que f
istoria sobre el trágico final de los moradores del siglo XIX, con el trasfondo de la fa
acia el suelo, estrellándose furiosa con los viandantes que en ese momento luchaban por controlar sus paraguas golpeados por las piedras de hielo. Numerosas personas se habían re
algún viejo recuerdo, quizás vivido o quizás hipotético, no podría saberlo con certeza. Las confabulaciones con las que intentaba llenar una m
n, comenzó a relatarme la triste historia de cómo murieron todos y cada uno
después de un largo suspiro -, el bebé tampoco consiguió sobrevivir. Luego fue el primogénito de Jaime. Se encontraba estudiando en Madrid, y un tiro perdido, fruto de los altercados del Motín de Aranjuez, alcanzó su pierna, la herida se infectó por la fal
o coraza para que no le pudiera el llanto por los dramáticos h
celos o de alguna antigua disputa familiar, señalaron a Engracia como generadora de todos los males acusándola como culpable de acabar con todos los miembros de su propia estirpe, porque era bruja, y ese era el precio que había tenido que pagar a causa de su pacto con el diablo. -La abuela hizo una pausa y me puso en contexto-: como sabrás, en aquella época comenzaba la Guerra de la Independencia y con ella el odio a todo lo que sonara a francés o tuviera la más mínima relación con este país. Por ello, muchos decían que bien merecido lo tenía
haciéndome consciente de mi propia exi
ojos, que en aquel momento ya estaban
cristales de las ventanas e intentando entrar por ellas. La abuela, sabiendo que el objetivo del ensañamiento era ella misma, para proteger al peq
sótano? -pregunté con
hacer? La querían asesinar y
tremistas. No en vano, las personas dejamos de pensar y nos
Después de estar semanas desaparecido, cuando todo el mundo lo creía muerto, un buen d
que se hizo mayor? -pr
eño dejó todo muy bien atado, y antes de irse se aseguró de que al niño no le faltara nada. Unos criados, sin hijos y ya demasiado viejos como para tenerlos, se ocuparon del pequeño, dándole los cuidados, el cariño y el amor que todos los niños necesitan, -continuó
ecordé a Engracia y pregunté, temiéndome el peor de los f
embargo, antes de abandonar la casa, y sabiendo las oscuras artimañas de muchos que habían provocado tal situación, comenzó
ces al que ose quedarse con mi casa
o? -pregunté sorpre
ió mi deducció
cuidaron del pequeño, se atrevieran a entrar en la casa familiar. Muchos aún creen que el edificio está maldito y la tierras también -me susur
o abuela!
plantado un gran tronco acompañado de cuerdas de amarre y, al pie de este, apil
a y me agarr
ranizada, quizás una de las más vigorosas que se recuerdan en el lugar. Todos estaban aturdidos ante la fuerza de los eleme
r los adoquines de la calle cubiertos por pequeñas bolitas de hielo. Una imagen que r
nco falleciendo al instante. De este modo consiguió sus tres objetivos aquella noche: el primero, poner a salvo al pequeño Pedro;
ité impresionada
era si su relato se trataba de un acontecimiento real. Supuse que muchos detalles formarían parte de su propia confabulación, como otras tantas historias que me había contado a pesar de que, en esta ocasi
vechando que el granizo había cesado,
ras me daba un beso en la mejill
e había colado desde la calle y ahora viajaba veloz por las diferentes estancias del edificio, con el mismo ímpetu que