El Dragón Reencarnado
rfio
delante del rostro del hombre cuando el viento no lo arrastraba. La negrura del cielo empezaba a menguar y el brillo de los millares de estrellas, cual grueso polvo de diamantes esparcido en el firmamento, se iba apagando lentamente. La gruesa hoz de luna estaba baja y apenas daba luz para distinguir las siluetas de los hombres que vigilaban el campamento instalado en la arboleda de robles y cedros desperdiga
empo. De esa era sólo perduraban leyendas, salvo, quizá, lo que supieran las Aes Sedai; aun así, la hoja de acero era algo real y concreto. No se rompía ni hacía falta afilarla nunca. La empuñadura se había reemplazado incontables veces a lo largo de los siglos, pero ni siquiera la herrumbre afectaba el lustre de la hoja. Antaño había sido la espada de los reye
apidez. A la pálida luz de la luna, Lan no distinguía las facciones del hombre detrás de las barras verticales de la visera, pero sabía quién era. E
ba un momento. -El domani de piel cobriza parecía abochornado, y con ra
empre y cuando la calma fuera acompañada de firmeza y seguridad-. Quizá sería mejor no tener tan cerca la tentación del árbol. - Se abstuvo de añadir que, aun en el caso de que los Aiel no lo ma
ió los pies ligeramente para evitar que los dedos se le congelaran. Corría el rumor de que había Aes Sedai más cerca del río y que ofrecían la Curación de heridas y enfermedades que de
trarse con la sorpresa de que una de ellas lo había amarrado de alguna forma por si acaso necesitaba de uno. Las Aes Sedai pensaban a largo plazo y rar
Coalición, como pomposamente se la llamaba -así como Gran Alianza y una docena más de nombres, algunos poco halagadores e incluso ofensivos-, a buen seguro que todos estaban al borde de la extenuación. Además de agotadora, una batalla era
an hubiera recorrido otros doscientos pasos había tenido que despertar a tres centinelas más, uno de ellos dormido de pie sin estar apoyado en nada. Jaim tenía levantada la cabeza y los ojos abiertos. Ése era un truco que algunos soldados
to un momento; después t
milord. ¡Que la Luz m
de una paliza por ponerlos en peligro mientras descansaban; pero, habida cuenta de las compañías que Jaim fr
, pero más valía reír que preocuparse por lo que no podía cambiar, como por ejemplo encontrar dormitando a los ho
ró en
sigues a hurtadillas?
l sí lo percibiría. Al fin y a la postre, Bukama había sido uno de sus maestros, y una de sus primeras lecciones había sido estar atento a lo que lo rodeaba en todo momento, incluso mientras dormía. Una lección nada fácil de apre
se con él-. Considerando lo poco pendiente que estás, uno de esos Amigos Siniestros, uno de esos Aiel vel
sco malkieri sin crestón a pesar de tener derecho a lucirlo. Estaba más interesado en sus obligaciones que en s