Niña Mala y Billonaria
stro y me bañé. No tardé en darme cuenta que no aguantaba el agua caliente, ya estaba acostumbrada a las duchas frías y un minuto después de haber abierto la llave del ag
ultado de las anteriores; casi me quedaban de ombligueras. Le hice un nudo en las puntas y me la puse así, pero
tasia. La encontré pelando unas papas que
e vinieras conm
señorita Valentina, pero t
digo a Patricia que has venido
arme o tuvo consideración de mí, que no contaba, en ese momento,
minutos es
a casa. Anastasia se había quitado el uniforme de trabajo y la env
le sugirió el señor Camilo,
icar la dirección de otro médico, uno
ervó, con los oj
é que
un guiño. Anastasia asintió con la cabeza y le indicó a Carlos cómo llegar al c
Anastasia se acercó a mi l
¿no es virg
esté, también
sí lo
enti
examen, entre las piernas, para compl
eñor Camilo descu
tasia con s
cido sí e
in
ñorita,
e un certificado falso, y tampo
lo va a querer que le entregue un certif
é los
llevara un certificado, no que tenía que
sia as
trae miradas que hubiera preferido no alentar. La ropa que llevaba, con una camisa convertida en ombliguera, tampoco me hizo mejor. Cogí con fuerza a Anas
penas unas horas que había salido del internado y el dispositivo hacía parte de la enorme lista
debía ser la secretaria del médico, una mujer de mediana edad
in dejar de observar la re
arte de Anastasia Contreras -
rada, molesta de que e
o, regresó a su crucigrama, como si acabara de pronunc
stasia, que torció los labios,
nsistí-. Necesito ver a
í pena por su jefe que, con una secretaria así, debía perder muchos clientes a diario. En el consultorio solo habían dos personas más, q
r nada -contestó la secretaria con un tono de voz más al
ificado ese mismo día. Tampoco estaba dispuesta a que esa secretaria, q
ito no toma más de cinco minutos -contesté, todav
y volvió a pegar sus o
do la sala de espera, en donde las dos personas sentadas, una mujer de unos treinta
a puerta. Era lo que estaba esperando, que su grito llamara la atención del
la luz que salía del interior la pudiera quemar, porque se quedó quieta en donde estaba. Al otro lado de la puerta estaba un h
adie en particular. Yo estaba por contestarle cuando
nastasia, ¿se
l primer vistazo no la hubiera reconocido, p
-dijo el médico y, antes de cerrar la puerta, volvió a pasear los ojos por mi cu
me en la sala de espera. Antes de hacer
a. -Le dije con
ó, se sentó y regre
en que me acompañaría, al día siguiente, a comprar ropa. Cuan
sia -dijo el doctor sentado tras su e
ó Anastasia mientras nos sentábam
ia o con qué título me hubiera presentado, siguió mirán
a fuera a agregar algo más y con ganas de salir, cuanto antes, de ese sitio. Estaba arrepen
reguntó el doctor, algo más s
garganta ante
diga que
e se formaba en los labios inclinados del
lo e
hecho esa pregunta. Pero este doctor no era de ese tipo y yo lo sabía desde el
lesta, pero sin alzar la voz, más bien co
ntrelazadas, a la quijada, como si estuviera por tomar una d
luego, pero no es un certificado ec
al después de la mirada con
uizá creyendo que me hacía un favor, pero la verdad era que estab
el médico, con m
e cuesta?
zadas y supuse que estaría añadiendo ceros a la cifra que debía tener en mente-. ¿Qué tal si lo que dijera
ificados falsos, incluso órdenes alteradas para reclamar medicamentos, sin que le impor
nastasia-. Creo que pe
na cosa más. -Noté que estaba esperando a que me volviera a sentar. Lo hice, dispuesta a levantarme de nuevo, esta vez si
edad-. Lo requiero para poder ingresar a un convent
usa le sonó razonable. Me había fijado que, sobre su cabeza, había un crucifijo y acerté en mi suposición. Pese a q
vienen a mi consultorio a que les entregue certificados de ese tipo para poderse casar, porque tienen novios muy celosos o demasiado conservadores, pero cu
ja, no esperaba una reducción del precio, solo que
hasta ese momento caí en cuenta de que, aunque vivía en una mansión avaluada en un centenar de millones de dólares, tenía a mi servicio un chófe