La Esposa Abandonada, El Arrepentimiento del Multimillonario

La Esposa Abandonada, El Arrepentimiento del Multimillonario

Gavin

5.0
calificaciones
1.7K
Vistas
10
Capítulo

Mi vuelo de aniversario estaba a punto de abordar cuando apareció Carla, la asistente de mi esposo, con el rostro bañado en lágrimas, suplicándome que le diera mi boleto porque su madre supuestamente se estaba muriendo. Era absurdo, pero le dije que buscara otra forma, sin saber la trampa en la que estaba cayendo. Cuando llegué a casa, mi esposo, Leonardo, me confrontó, acusándome de abandonar a Carla. Luego me ofreció un vaso de agua que, sin que yo lo supiera, estaba drogada. Desperté sola, varada en un desierto abrasador, con el sol como un infierno ardiente sobre mí. Un helicóptero apareció en el cielo. Vi a Leonardo con Carla, quien sostenía un teléfono, transmitiendo en vivo mi tormento con el hashtag #AriCaminaElDesierto. Se jactaron de la supuesta bancarrota de mi familia y me ordenaron que me disculpara con Carla. Cuando me negué, los guardaespaldas de Leonardo me quitaron los zapatos, dejándome descalza sobre la arena ardiente, donde luego arrojaron clavos oxidados frente a mí. Me obligué a caminar, con los clavos perforando mis pies, dejando un rastro de sangre. El médico a bordo gritaba que estaba perdiendo demasiada sangre, pero a Leonardo no le importó. Luego, un saco de víboras de cascabel, las más venenosas del desierto, fue arrojado en mi camino, atacando mi miedo más profundo. Me quedé helada, paralizada por el terror, mientras una víbora se deslizaba hacia mí y me mordía la pantorrilla. El médico gritó pidiendo el antídoto, pero Carla "accidentalmente" tiró el frasco, haciéndolo añicos. Leonardo, más preocupado por su orgullo y la transmisión en vivo que por mi vida, exigió que me disculpara con Carla y con la cámara por su "espectáculo". -Nunca -grazné, negándome a darle esa satisfacción. Justo cuando los guardaespaldas de Leonardo me obligaban a ponerme de rodillas, un helicóptero de grado militar descendió del cielo.

Capítulo 1

Mi vuelo de aniversario estaba a punto de abordar cuando apareció Carla, la asistente de mi esposo, con el rostro bañado en lágrimas, suplicándome que le diera mi boleto porque su madre supuestamente se estaba muriendo. Era absurdo, pero le dije que buscara otra forma, sin saber la trampa en la que estaba cayendo.

Cuando llegué a casa, mi esposo, Leonardo, me confrontó, acusándome de abandonar a Carla. Luego me ofreció un vaso de agua que, sin que yo lo supiera, estaba drogada. Desperté sola, varada en un desierto abrasador, con el sol como un infierno ardiente sobre mí.

Un helicóptero apareció en el cielo. Vi a Leonardo con Carla, quien sostenía un teléfono, transmitiendo en vivo mi tormento con el hashtag #AriCaminaElDesierto. Se jactaron de la supuesta bancarrota de mi familia y me ordenaron que me disculpara con Carla. Cuando me negué, los guardaespaldas de Leonardo me quitaron los zapatos, dejándome descalza sobre la arena ardiente, donde luego arrojaron clavos oxidados frente a mí.

Me obligué a caminar, con los clavos perforando mis pies, dejando un rastro de sangre. El médico a bordo gritaba que estaba perdiendo demasiada sangre, pero a Leonardo no le importó. Luego, un saco de víboras de cascabel, las más venenosas del desierto, fue arrojado en mi camino, atacando mi miedo más profundo.

Me quedé helada, paralizada por el terror, mientras una víbora se deslizaba hacia mí y me mordía la pantorrilla. El médico gritó pidiendo el antídoto, pero Carla "accidentalmente" tiró el frasco, haciéndolo añicos. Leonardo, más preocupado por su orgullo y la transmisión en vivo que por mi vida, exigió que me disculpara con Carla y con la cámara por su "espectáculo".

-Nunca -grazné, negándome a darle esa satisfacción. Justo cuando los guardaespaldas de Leonardo me obligaban a ponerme de rodillas, un helicóptero de grado militar descendió del cielo.

Capítulo 1

El aeropuerto de Monterrey zumbaba con el murmullo de la gente que iba y venía. Revisé mi reloj. Mi vuelo de Volaris abordaba en una hora. Fue una reservación de último minuto, pero no importaba. Lo único que me importaba era llegar a casa con Leonardo para nuestro aniversario.

Justo cuando encontré un asiento cerca de la puerta de embarque, una voz frenética gritó mi nombre.

-¡Ariadna!

Levanté la vista. Era Carla Morales, la asistente de mi esposo. Tenía la cara surcada de lágrimas, los ojos rojos e hinchados. Se veía hecha un desastre.

-¿Carla? ¿Qué haces aquí? ¿Qué pasa?

Corrió hacia mí, agarrándome del brazo. Su agarre era fuerte.

-Ariadna, por favor, tienes que ayudarme.

Su voz estaba ahogada por los sollozos.

-Mi mamá... está en el hospital. Está muy mal. Tengo que llegar a casa, pero todos los vuelos están llenos. Este es el único.

Señaló con un dedo tembloroso el letrero de la puerta. Mi vuelo.

-Por favor, ¿puedo quedarme con tu boleto? Te lo pagaré, ¡te pagaré el doble! Necesito verla.

La miré fijamente. La petición era ridícula. Esto no era un pase de autobús; era un boleto de avión con mi nombre.

-Carla, eso es imposible. No puedo simplemente darte mi boleto. El nombre no coincidirá con tu identificación.

Traté de ser amable, pero toda la situación se sentía extraña.

-¡Puedes decir que eres yo! -suplicó, su voz cada vez más fuerte-. Por favor, Ariadna. Mi mamá podría estar muriéndose.

Su desesperación se sentía teatral, una actuación barata. Aparté mi brazo.

-No, Carla. Eso es fraude. Y voy a casa para mi aniversario con Leonardo. Busca otra manera. Renta un coche, toma un tren. Hay opciones.

Su rostro se transformó. Las lágrimas se detuvieron abruptamente, reemplazadas por una mirada gélida y dura que nunca le había visto. Se enderezó, su máscara de "angelito" se deslizó.

-Bien -escupió, luego se dio la vuelta y se alejó a toda prisa sin decir una palabra más.

El encuentro me dejó un mal sabor de boca, pero lo dejé de lado y abordé el avión.

Cuando entré por la puerta de nuestra casa, esperaba un abrazo de Leonardo. En cambio, estaba de pie en la sala con los brazos cruzados, su expresión sombría.

-¿Qué le hiciste a Carla? -preguntó, su voz baja y acusadora.

Dejé caer mi bolso, confundida. -¿De qué hablas? Me encontró en el aeropuerto. Quería mi boleto de avión.

Leonardo negó con la cabeza, una mirada de profunda decepción en su rostro.

-Me llamó, Ariadna. Llorando. Dijo que la dejaste tirada cuando su madre está en su lecho de muerte. Tuvo que tomar un autobús. Es un viaje de doce horas.

Mi cabeza daba vueltas. -¿Tirada? Leonardo, eso es ridículo. Le dije que rentara un coche o tomara un tren. ¿Por qué tomaría un autobús?

Su expresión se suavizó ligeramente, una sonrisa amable tocó sus labios. Era la sonrisa que siempre usaba cuando estaba a punto de convencerme de algo.

-Tienes razón, mi amor. Siempre eres tan lógica.

Fue a la cocina y regresó con un vaso de agua.

-Debes estar agotada. Ten, bebe esto. Olvidémonos de esto y celebremos nuestro aniversario.

Me entregó el vaso. Estaba cansada y su repentino cambio de tono fue tranquilizador. Confié en él. Me bebí todo el vaso.

El mundo comenzó a volverse borroso casi de inmediato. Lo último que recuerdo fue la sonrisa amable de Leonardo convirtiéndose en una mueca fría y triunfante.

Desperté con una ráfaga de aire caliente. Tenía la boca seca y la cabeza me martilleaba. No estaba en mi cama. Estaba acostada sobre arena caliente y áspera.

La arena se extendía en todas direcciones, un océano infinito de color dorado bajo un sol abrasador. No había nada más. Ni caminos, ni edificios, ni gente. Solo yo y el desierto.

Un zumbido se hizo más fuerte desde arriba. Me cubrí los ojos y miré hacia arriba. Un helicóptero se cernía en el cielo.

Leonardo estaba dentro, asomado por la puerta abierta. A su lado, Carla Morales estaba sentada con una sonrisa de superioridad, sosteniendo un teléfono, con la cámara apuntando directamente hacia mí.

La voz de Leonardo, distorsionada por un megáfono, retumbó desde el cielo.

-¡Decías que el transporte estaba muy desarrollado, Ariadna! ¡Ahora veamos cómo sales de aquí sin un avión!

Carla se rio, un sonido agudo y cruel que resonó en el paisaje vacío.

En la pantalla de su teléfono, pude distinguir una interfaz de transmisión en vivo. Un hashtag flotaba en la esquina: #AriCaminaElDesierto.

Estaban transmitiendo mi sufrimiento al mundo.

Mi conmoción inicial se convirtió en una furia helada. Me puse de pie, con las piernas temblorosas. Miré directamente a la cámara que sostenía Carla.

-¿Ya vieron suficiente? -grité, mi voz ronca pero clara-. Entonces vengan a recogerme.

El sonido de mi propia voz me dio fuerza. Querían un espectáculo. No les daría el que esperaban.

Seguir leyendo

Otros libros de Gavin

Ver más
Contrato con el Diablo: Amor en Cadenas

Contrato con el Diablo: Amor en Cadenas

Mafia

5.0

Observé a mi esposo firmar los papeles que pondrían fin a nuestro matrimonio mientras él estaba ocupado enviándole mensajes de texto a la mujer que realmente amaba. Ni siquiera le echó un vistazo al encabezado. Simplemente garabateó esa firma afilada y dentada que había sellado sentencias de muerte para la mitad de la Ciudad de México, arrojó el folder al asiento del copiloto y volvió a tocar la pantalla de su celular. —Listo —dijo, con la voz vacía de toda emoción. Así era Dante Moretti. El Subjefe. Un hombre que podía oler una mentira a un kilómetro de distancia, pero que no podía ver que su esposa acababa de entregarle un acta de anulación disfrazada bajo un montón de aburridos reportes de logística. Durante tres años, limpié la sangre de sus camisas. Salvé la alianza de su familia cuando su ex, Sofía, se fugó con un don nadie. A cambio, él me trataba como si fuera un mueble. Me dejó bajo la lluvia para salvar a Sofía de una uña rota. Me dejó sola en mi cumpleaños para beber champaña en un yate con ella. Incluso me ofreció un vaso de whisky —la bebida favorita de ella—, olvidando que yo despreciaba su sabor. Yo era simplemente un reemplazo. Un fantasma en mi propia casa. Así que dejé de esperar. Quemé nuestro retrato de bodas en la chimenea, dejé mi anillo de platino entre las cenizas y abordé un vuelo de ida a Monterrey. Pensé que por fin era libre. Pensé que había escapado de la jaula. Pero subestimé a Dante. Cuando finalmente abrió ese folder semanas después y se dio cuenta de que había firmado la renuncia a su esposa sin siquiera mirar, El Segador no aceptó la derrota. Incendió el mundo entero para encontrarme, obsesionado con reclamar a la mujer que él mismo ya había desechado.

Él la salvó, yo perdí a nuestro hijo

Él la salvó, yo perdí a nuestro hijo

Mafia

4.3

Durante tres años, llevé un registro secreto de los pecados de mi esposo. Un sistema de puntos para decidir exactamente cuándo dejaría a Damián Garza, el despiadado Segundo al Mando del Consorcio de Monterrey. Creí que la gota que derramaría el vaso sería que olvidara nuestra cena de aniversario para consolar a su "amiga de la infancia", Adriana. Estaba equivocada. El verdadero punto de quiebre llegó cuando el techo del restaurante se derrumbó. En esa fracción de segundo, Damián no me miró. Se lanzó a su derecha, protegiendo a Adriana con su cuerpo, dejándome a mí para ser aplastada bajo un candelabro de cristal de media tonelada. Desperté en una habitación de hospital estéril con una pierna destrozada y un vientre vacío. El doctor, pálido y tembloroso, me dijo que mi feto de ocho semanas no había sobrevivido al trauma y la pérdida de sangre. —Tratamos de conseguir las reservas de O negativo —tartamudeó, negándose a mirarme a los ojos—. Pero el Dr. Garza nos ordenó retenerlas. Dijo que la señorita Villarreal podría entrar en shock por sus heridas. —¿Qué heridas? —susurré. —Una cortada en el dedo —admitió el doctor—. Y ansiedad. Dejó que nuestro hijo no nacido muriera para guardar las reservas de sangre para el rasguño insignificante de su amante. Damián finalmente entró en mi habitación horas después, oliendo al perfume de Adriana, esperando que yo fuera la esposa obediente y silenciosa que entendía su "deber". En lugar de eso, tomé mi pluma y escribí la última entrada en mi libreta de cuero negro. *Menos cinco puntos. Mató a nuestro hijo.* *Puntuación Total: Cero.* No grité. No lloré. Simplemente firmé los papeles del divorcio, llamé a mi equipo de extracción y desaparecí en la lluvia antes de que él pudiera darse la vuelta.

Quizás también le guste

SU CIERVA, SU CONDENA

SU CIERVA, SU CONDENA

Viviene
4.5

Advertencia de contenido: Esta historia contiene temas maduros y contenido explícito destinada a mayores de edad (+18). Se recomienda discreción. Incluye elementos como dinámicas de BDSM, contenido sexual explícito, relaciones familiares tóxicas, violencia ocasional y lenguaje fuerte. No es un romance ligero. Es intenso, crudo y caótico, y explora el lado oscuro del deseo. ***** "Quítate el vestido, Meadow". "¿Por qué?". "Porque tu ex está mirando", dijo, recostándose en su asiento. "Y quiero que vea lo que perdió". ••••*••••*••••* Se suponía que Meadow Russell iba a casarse con el amor de su vida en Las Vegas. En cambio, encontró a su hermana gemela en una situación comprometedora con su prometido. Un trago en el bar se convirtió en diez. Un error en estado de ebriedad se volvió realidad. Y la oferta de un extraño se transformó en un contrato que firmó con manos temblorosas y un anillo de diamantes. Alaric Ashford es el diablo con un traje a medida de diseñador. Un multimillonario CEO, brutal y posesivo. Un hombre nacido en un imperio de sangre y acero. También sufre de una condición neurológica: no puede sentir: ni objetos, ni dolor, ni siquiera el tacto humano. Pero todo cambió cuando Meadow lo tocó, pues sintió cada emoción. Y ahora la posee. Legal y emocionalmente. Ella quiere que la destruya. Que tome lo que nadie más pudo tener. Él quiere control, obediencia... venganza. Pero lo que comienza como una transacción lentamente se transforma inesperadamente en un vínculo emocional que Meadow nunca vio venir. Obsesión, secretos que nunca debieron salir a la luz, y un dolor del pasado que amenaza con romperlo todo. Alaric no comparte lo que es suyo. Ni su empresa. Ni su esposa. Y mucho menos su venganza.

Capítulo
Leer ahora
Descargar libro