Esposa Invisible, Corazón Roto y Divorcio

Esposa Invisible, Corazón Roto y Divorcio

Gavin

5.0
calificaciones
26
Vistas
10
Capítulo

Para salvar las tierras de mi gente, me casé con Román Sánchez. Durante cuatro años, fui su esposa invisible en un matrimonio por contrato. Pero la farsa se convirtió en una pesadilla cuando su amante, Nilda, se mudó a nuestra casa. Una noche, me desmayé después de que él me abandonara para correr a los brazos de ella. Desperté sola en un hospital, y la doctora me confirmó que estaba embarazada de ocho semanas. Mientras tanto, en la habitación de al lado, Román celebraba el falso embarazo de Nilda. Me había abandonado por una mentira. En ese momento, el amor murió. Así que le entregué los papeles de divorcio disfrazados de un trámite de impuestos. "Firma aquí, Román. Es urgente". Con su firma, no solo recuperé las tierras de mi pueblo, sino también mi libertad y la de nuestro hijo, a quien él acababa de renunciar sin saberlo.

Capítulo 1

Para salvar las tierras de mi gente, me casé con Román Sánchez. Durante cuatro años, fui su esposa invisible en un matrimonio por contrato.

Pero la farsa se convirtió en una pesadilla cuando su amante, Nilda, se mudó a nuestra casa.

Una noche, me desmayé después de que él me abandonara para correr a los brazos de ella.

Desperté sola en un hospital, y la doctora me confirmó que estaba embarazada de ocho semanas.

Mientras tanto, en la habitación de al lado, Román celebraba el falso embarazo de Nilda. Me había abandonado por una mentira.

En ese momento, el amor murió.

Así que le entregué los papeles de divorcio disfrazados de un trámite de impuestos.

"Firma aquí, Román. Es urgente".

Con su firma, no solo recuperé las tierras de mi pueblo, sino también mi libertad y la de nuestro hijo, a quien él acababa de renunciar sin saberlo.

Capítulo 1

Alina POV:

Abrí la puerta de la sala de reuniones, ese espacio helado que había llegado a conocer tan bien. Mis pasos resonaron en el mármol, cada eco era como un conteo regresivo. En mis manos, los documentos. El papel, fino y crujiente, era mi boleto a la libertad.

Llevaba cuatro años siendo la señora Sánchez, un título que se sentía tan ajeno como la piel de otra persona. Cuatro años de un matrimonio que nunca fue mío, sino un sacrificio para salvar lo poco que quedaba de mi mundo. Román Sánchez, el hombre al que estaba atada, no era más que un nombre en un contrato. Ese contrato estaba a punto de anularse.

Román no levantó la vista de la tableta que sostenía. Nunca lo hacía. Su indiferencia era tan predecible como el amanecer. Elías Montañez, su mano derecha, me lanzó una mirada breve, casi imperceptible, antes de volver a su pantalla. En esta casa, yo era invisible.

"Román, necesito que firmes estos papeles", dije, mi voz sonando extrañamente tranquila, a pesar del temblor en mis manos.

Finalmente, alzó la vista. Sus ojos oscuros, habituados a la opulencia y al poder, se posaron en mí. No había reconocimiento, solo una fugaz irritación por la interrupción. Era la misma mirada que le dedicaba a un sirviente que se equivocaba.

"¿Ahora, Alina? Estoy en medio de algo importante", replicó, con ese tono condescendiente que me carcomía el alma. Luego, sus ojos se detuvieron un instante en mi rostro. No era por aprecio, lo sabía. Era como si me viera por primera vez, o tal vez recordara que yo era una posesión más en su vasta colección.

"Es algo de rutina, Román. Impuestos de la propiedad. Elías me dijo que era urgente", mentí, el nombre de Elías saliendo de mis labios con una facilidad que me sorprendió. Él me miró, una chispa de comprensión en sus ojos que rápidamente se desvaneció. No podía culparlo. Nadie me tomaba en serio. Nunca lo habían hecho.

"Solo fírmalos, por favor", insistí, mi voz ahora más firme, con una urgencia que no pasó desapercibida.

Román suspiró, un gesto largo y exagerado de fastidio. Tomó el bolígrafo de oro macizo de su escritorio y, sin molestarse en leer, garabateó su firma en la línea punteada. Cada trazo era un clavo más en el ataúd de mi matrimonio, y un paso más hacia mi resurrección.

Apenas había soltado el bolígrafo cuando una oleada de perfume dulce y pesado inundó la habitación. La puerta del estudio se abrió y Nilda Campos entró, su figura esbelta envuelta en un vestido de diseñador. Su sonrisa, siempre calculada, se amplió al ver a Román. En cuanto me vio, sus ojos se estrecharon.

"¡Román, mi amor! Te extrañé tanto", exclamó, ignorándome por completo mientras se colgaba de su cuello. Él le respondió con una sonrisa que nunca me había dado, un calor en sus ojos que me quemó. La escena me revolvió el estómago. Literalmente.

"Nilda, ¿qué haces aquí?", preguntó Román, aunque su tono era de deleite, no de sorpresa.

"Tuve un pequeño problemilla con el coche, y pensé en pasar a saludarte. Pero veo que estás ocupado con... asuntos domésticos", dijo Nilda, lanzándome una mirada cargada de desprecio.

Me aclaré la garganta. "Ya me iba", informé. Tenía que salir de allí antes de que mi estómago traicionara el secreto que guardaba.

"Claro, querida. No queremos interrumpir tu... trabajo", Nilda dijo, su voz goteando ironía. Me di la vuelta, sintiendo una punzada de náuseas.

Cuando salí de la sala, el frío que sentía en el pecho era tan intenso que me dolía. Me dirigí a mi habitación, que era poco más que una celda de lujo. Un silencio opresivo me recibió. El aire estaba viciado, pesado con el olor a traición y a mi propia desesperación. Mis pies se arrastraron por el pasillo, cada paso una tortura.

De repente, un olor dulzón y empalagoso me golpeó. Era el perfume de Nilda, mezclado con el aftershave de Román. Venían de la habitación principal. Mi boca se llenó de un sabor amargo.

Con el corazón latiéndome a mil por hora, empujé la puerta, lentamente. La escena que encontré me perforó el alma. Román y Nilda estaban envueltos en un abrazo íntimo, susurrándose palabras inaudibles. El mundo se me vino abajo.

Román me vio. Sus ojos se abrieron, la sorpresa y una pizca de incomodidad destellaron en ellos. Nilda se separó, pero su sonrisa era victoriosa, desafiante.

"¿Alina? ¿Qué haces aquí?", preguntó Román, su voz tensa, como si yo fuera la intrusa.

Nilda se rió suavemente. "Parece que la criada tiene curiosidad. ¿No te enseñaron a tocar, Alina?"

El disgusto me invadió. "No soy una criada, Nilda. Y tú lo sabes. Necesito que Román lea esto", dije, empujando el documento firmado hacia él.

"¿Qué es esto ahora?", preguntó Román, tomando el papel con recelo.

"Es un documento de cesión de tierras. Las tierras ancestrales de mi comunidad en Oaxaca", respondí, con una calma que me sorprendió. "Las que tu familia nos robó".

Román me miró, una mezcla de confusión y enfado en sus ojos. "Alina, ¿de qué hablas? Esos papeles eran para..."

"Eran para proteger a tu familia de más escándalos. Firmaste la devolución de las tierras a mi comunidad. Ahora son libres. Como yo", dije, mi voz se elevaba con cada palabra.

Su rostro palideció. Se levantó de la cama, el papel temblaba en sus manos. "¡Estás mintiendo! ¡Esto es imposible!"

"Llevo cuatro años casada contigo, Román. Cuatro años de humillación, de silencio. Cuatro años esperando este momento. ¿Creíste que me quedaría de brazos cruzados mientras mi gente sufría?", grité, mi voz ahora llena de la furia que había mantenido contenida.

Román intentó hablar, pero Nilda se interpuso. "¡No la escuches, Román! Está loca, despechada. Solo quiere dinero, como siempre".

"No quiero tu dinero, Nilda. Solo quiero mi libertad. Y la de mi pueblo", replicó, mis ojos fijos en los de Román.

Román se rió, una risa cruel y sin alegría. "Libertad, ¿eh? Creíste que podías engañarme. Te conozco, Alina. Eres una mujer simple, una india de pueblo. Siempre serás mía".

"Estás equivocado, Román. Ya no soy tuya. Ni de nadie. Y este bebé que llevo dentro tampoco lo será", revelé, mi mano yendo instintivamente a mi vientre. Román se quedó helado. Nilda ahogó un grito.

Me di la vuelta, la cabeza en alto, y salí de la habitación, de la casa, de su vida. Mi cuerpo temblaba, pero no de miedo, sino de una euforia liberadora. Al fin, era libre.

Seguir leyendo

Otros libros de Gavin

Ver más
Cinco años de amor perdido

Cinco años de amor perdido

Romance

5.0

Tentu, saya akan menambahkan POV (Point of View) ke setiap bab sesuai dengan permintaan Anda, tanpa mengubah format atau konten lainnya. Gabriela POV: Durante cinco años crié al hijo de mi esposo como si fuera mío, pero cuando su ex regresó, el niño me gritó que me odiaba y que prefería a su "tía Estrella". Leandro me dejó tirada y sangrando en un estacionamiento tras un accidente, solo para correr a consolar a su amante por un fingido dolor de cabeza. Entendí que mi tiempo había acabado, así que firmé la renuncia total a la custodia y desaparecí de sus vidas para siempre. Para salvar la imprenta de mi padre, acepté ser la esposa por contrato del magnate Leandro Angulo. Fui su sombra, la madre sustituta perfecta para Yeray y la esposa invisible que mantenía su mansión en orden. Pero bastó que Estrella, la actriz que lo abandonó años atrás, chasqueara los dedos para que ellos me borraran del mapa. Me humillaron en público, me despreciaron en mi propia casa y me hicieron sentir que mis cinco años de amor no valían nada. Incluso cuando Estrella me empujó por las escaleras, Leandro solo tuvo ojos para ella. Harta de ser el sacrificio, les dejé los papeles firmados y me marché sin mirar atrás. Años después, cuando me convertí en una autora famosa y feliz, Leandro vino a suplicar perdón de rodillas. Fue entonces cuando descubrió la verdad que lo destrozaría: nuestro matrimonio nunca fue legal y yo ya no le pertenecía.

La Dignidad no se Vende

La Dignidad no se Vende

Romance

5.0

Mi casa en Triana, que olía a jazmín y a melancolía, estaba a punto de perderse. Con solo dieciocho años y un título de diseño recién empezado, sentí el peso de las deudas de mi padre muerto. La oferta llegó como un salvavidas: acompañar a Ricardo Vargas, un constructor poderoso y enigmático. El "acuerdo" era claro: él salvaría mi hogar, yo sería su compañera discreta. Casi creí que el dinero me había traído un amor inesperado, confundiendo su opulencia con cariño, su posesividad con protección. Pero entonces, apareció Carmen Sandoval, su exnovia. Me citó en un hotel de lujo y, con desprecio, me ofreció tres millones de euros para desaparecer. Ella era su "costumbre favorita", y yo, solo un insecto. Para probarlo, hicimos una cruel prueba con mensajes a Ricardo. El suyo fue respondido con preocupación, el mío, con un frío "Espero no sea grave. Estoy ocupado". Ella sonrió. "¿Ves? No eres nada para él". Me reveló que todos los gestos grandiosos de Ricardo -los jazmines, Noruega- eran réplicas de lo que había hecho por ella. Solo era una sustituta, un eco. La indignidad se volvió insoportable. Un día, Carmen rompió el broche de mi abuela y me acusó de agredirla. Ricardo, sin dudarlo, me encerró en el sótano frío y húmedo, donde casi muero de frío. La humillación final llegó cuando, en una fiesta, él volvió a negarme públicamente. Me trató como un objeto, un insignificante estorbo para el juego de sus celos. ¿Cómo pude ser tan ciega, tan ingenua? El dolor era insoportable, la traición palpable. Me había vendido por una falsa seguridad, por un puñado de billetes. ¿Era mi dignidad el precio? ¿O algo más valioso aún? Pero al despertar del delirio, solo quedó una determinación fría. ¡No más! Era hora de despertar. Con los tres millones de euros de Carmen y una beca para Roma, cortaría todas las ataduras. Mi propio cuento de hadas no necesitaba un príncipe tóxico. Estaba lista para mi verdadera vida.

El Pacto Roto Por La Envidia

El Pacto Roto Por La Envidia

Romance

4.3

La envidia era una bestia sedienta en nuestra comunidad, siempre hambrienta de lo que otros poseían. Nunca pensé que sus colmillos se clavarían en mi carne, en la de Estela y en la de nuestras vidas. Nos ofrecieron, a mi hermana gemela Estela y a mí, a los hermanos Vázquez, Marcelo y Efraín, como un sacrificio, un pacto. Parecía un cuento de hadas retorcido, una bendición. Pero la envidia, esa misma envidia que nos elevó, nos arrastró en picada hacia la tragedia más oscura, un abismo del que no creí que saldríamos. Estaba embarazada de cinco meses cuando unos hombres armados nos interceptaron a mi hermana gemela y a mí en medio de la noche. Aterrorizada, marqué el número de mi esposo, Marcelo, una y otra vez, suplicando por nuestras vidas. Pero él me colgó, furioso, porque estaba ocupado consolando a su "hermanita" adoptiva, Daniela, por un simple corte en el dedo. "¡Deja de hacer drama y no me molestes! Daniela está asustada y me necesita." Esa fue la última vez que escuché su voz antes de que los golpes me hicieran perder a nuestro bebé. Mi hermana Estela, mi leona, se interpuso para protegerme y le destrozaron la pierna con una barra de hierro, acabando para siempre con su carrera de bailarina. Cuando despertamos en un hospital público, solas y rotas, descubrí que Marcelo y su hermano estaban en una clínica de lujo, cuidando a Daniela como si fuera de cristal. Para colmo, Marcelo me acusó de haber "deshecho" a nuestro hijo a propósito solo para manipularlo por celos. El dolor se convirtió en una frialdad absoluta. Me limpié las lágrimas, firmé los papeles de divorcio y me dirigí a la policía para contar toda la verdad. Lo que Marcelo no sabía era que, al caer los secuestradores, confesarían que la dulce Daniela fue quien ordenó nuestra ejecución.

Mi Venganza:No Más Ingenua

Mi Venganza:No Más Ingenua

Romance

5.0

Siempre creí que mi vida con Ricardo De la Vega era un idilio. Él, mi tutor tras la muerte de mis padres, era mi protector, mi confidente, mi primer y secreto amor. Yo, una muchacha ingenua, estaba ciega de agradecimiento y devoción hacia el hombre que me había acogido en su hacienda tequilera en Jalisco. Esa dulzura se convirtió en veneno el día que me pidió lo impensable: donar un riñón para Isabela Montenegro, el amor de su vida que reaparecía en nuestras vidas gravemente enferma. Mi negativa, impulsada por el miedo y la traición ante su frialdad hacia mí, desató mi propio infierno: él me culpó de la muerte de Isabela, filtró mis diarios y cartas íntimas a la prensa, convirtiéndome en el hazmerreír de la alta sociedad. Luego, me despojó de mi herencia, me acusó falsamente de robo. Pero lo peor fue el día de mi cumpleaños, cuando me drogó, permitió que unos matones me golpearan brutalmente y abusaran de mí ante sus propios ojos, antes de herirme gravemente con un machete. "Esto es por Isabela", susurró, mientras me dejaba morir. El dolor físico no era nada comparado con la humillación y el horror de su indiferencia. ¿Cómo pudo un hombre al que amé tanto, que juró cuidarme, convertirme en su monstruo particular, en la víctima de su más cruel venganza? La pregunta me quemaba el alma. Pero el destino me dio una segunda oportunidad. Desperté, confundida, de nuevo en el hospital. ¡Había regresado! Estaba en el día exacto en que Ricardo me suplicó el riñón. Ya no era la ingenua Sofía; el trauma vivido había forjado en mí una frialdad calculada. "Acepto", le dije, mi voz inquebrantable, mientras planeaba mi escape y mi nueva vida lejos de ese infierno.

Quizás también le guste

SU CIERVA, SU CONDENA

SU CIERVA, SU CONDENA

Viviene
4.5

Advertencia de contenido: Esta historia contiene temas maduros y contenido explícito destinada a mayores de edad (+18). Se recomienda discreción. Incluye elementos como dinámicas de BDSM, contenido sexual explícito, relaciones familiares tóxicas, violencia ocasional y lenguaje fuerte. No es un romance ligero. Es intenso, crudo y caótico, y explora el lado oscuro del deseo. ***** "Quítate el vestido, Meadow". "¿Por qué?". "Porque tu ex está mirando", dijo, recostándose en su asiento. "Y quiero que vea lo que perdió". ••••*••••*••••* Se suponía que Meadow Russell iba a casarse con el amor de su vida en Las Vegas. En cambio, encontró a su hermana gemela en una situación comprometedora con su prometido. Un trago en el bar se convirtió en diez. Un error en estado de ebriedad se volvió realidad. Y la oferta de un extraño se transformó en un contrato que firmó con manos temblorosas y un anillo de diamantes. Alaric Ashford es el diablo con un traje a medida de diseñador. Un multimillonario CEO, brutal y posesivo. Un hombre nacido en un imperio de sangre y acero. También sufre de una condición neurológica: no puede sentir: ni objetos, ni dolor, ni siquiera el tacto humano. Pero todo cambió cuando Meadow lo tocó, pues sintió cada emoción. Y ahora la posee. Legal y emocionalmente. Ella quiere que la destruya. Que tome lo que nadie más pudo tener. Él quiere control, obediencia... venganza. Pero lo que comienza como una transacción lentamente se transforma inesperadamente en un vínculo emocional que Meadow nunca vio venir. Obsesión, secretos que nunca debieron salir a la luz, y un dolor del pasado que amenaza con romperlo todo. Alaric no comparte lo que es suyo. Ni su empresa. Ni su esposa. Y mucho menos su venganza.

Capítulo
Leer ahora
Descargar libro