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Samantha es una poderosa mujer que no se deja maniatar por nadie. Una mujer empoderada que solo quiere ser feliz. Después de un suceso que descalabra todo el esquema de su poderosa familia, llega a su vida, por obligación, el único hombre que puede amenazar su libertad y convertirse en su dueño. Sin poder evitarlo, todas y cada una de las cosas en las que cree se van al garete cuando él, la posee. Su vida se vuelve una espiral de conflictos y traiciones que vienen de la mano de mucho dolor y resistencia. Él se convierte no solo en su dueño, sino también en su protector. ¿Cómo se puede confiar y desconfiar tanto de una misma persona? ¿Será él su peor enemigo? Una novela que lo tiene todo para hacerte enloquecer. Una historia que llenará tu vida de pasión, deseo, miedo y confusión. Las más tórridas pasiones dentro de los eventos más insólitos. En el mismo momento en que él se vuelve su dueño, ella comienza a vivir sin límites. Mi dueño: Una novela para amar.
Pues aquí estoy nuevamente. Yo... Samantha Morrison, frente a una nueva pitonisa, que no hace más que confundirme, incluso superando a la anterior.
- Las cartas le mandan un aviso - decía la señora, con un turbante rojo en su cabeza y múltiples collares decorando su cuello de aspecto agitanado - se puede ver en su futuro, tres cambios importantes - ella tenía toda mi atención - una muerte, una boda y un suceso que marcará el resto de su vida.
El cinturón que mantenía mi vestido gris clásico, aferrado a mi cintura, comenzaba a ahogarme.
- ¿ Puede ser más específica ? - pregunté nerviosa.
- Entre el ocaso y el amanecer, su vida será el centro de atención de muchas personas. Tendrá que aprender a elegir mejor en quién confiar, y sobre todo, debe desconfiar de todos, incluso de aquellos que más quiera. Dinero, poder, odio y envidia, se fundirán en un solo sentido... su destrucción.
La señora hablaba y yo entendía cada vez menos.
Soy una mujer de veintiséis años y me considero, inteligente. No podría esconder mi atractivo físico aunque quisiera, el cabello rubio cenizo, los ojos grises y un figura que he tratado mantener, son atributos que saltan a la vista de todos los hombres que se me arriman, pero debo confesar que a pesar de eso, no he podido triunfar en el amor. Nadie consigue llenar mis vacíos existenciales. Tengo un negocio propio, una familia numerosa y una independencia a medias, que me siguen siendo insuficientes para ser completamente feliz, amén de que me da mucha realización personal el saberme autónoma. Sin embargo, necesité, no sabría decir porqué, que alguien me dijera algo sobre mi futuro.
Y aquí estoy, en busca de eso, que solo me ha dejado más confusa de lo que estaba.
La anterior pitonisa, dijo cosas similares y esta, comienza a asustarme.
- ¿ Puedo saber quién va a morir? - esto había sido un error, nunca debí venir.
Mi cabeza no dejaba de regañarme por ser tan mística a veces y dejarme guiar por sensaciones absurdas, que terminan liandome los sentidos.
- No logro ver esa muerte. Pero todo se resume a un deceso.
Más enfadada conmigo misma que con Bianca, por haberme traído, salí de allí, con poco más que absurdas profesías como supuestos marcadores de mi destino.
-Necesito algún otro detalle, señora. Por favor.
Me molestaba el hecho de casi que implorar por más información, pero es que no había venido hasta aquí, otra vez a las manos de una adivinadora, para que me dejara todavía más incógnitas de las que ya de por si traía.
Ella cambia la posición de las cartas y cuando me las ofrece para que escoja una, saco del paquete que separa para mi, un as de bastos.
-¡Mmm! -masculla y me mira seria -solo puedo decirle que todo lo que sucederá luego de aquella muerte, le será sorpresivo e inesperado, una persona entrará en su vida como un vendaval y no habrá nada que pueda hacer para soportar sus vientos. Deberá dejarse llevar por la brisa que este hombre le dará a su vida y no luche contra él, puede ser la solución de todos sus problemas.
Resoplo frustrada y me cruzo de brazos molesta. Esta señora solo me cuenta enigmas que rozan en las metáforas y sigo estando igual de confundida que antes de venir aquí.
La culpa es mía, por querer saber lo que está escrito, cuando de cualquier modo sucederá.
- Pero no estés molesta Samy, conmigo acertó en todo - se defendía mi prima, mientras el chófer nos llevaba a casa.
Crucé los brazos bajo mi pecho, un poco irritada la verdad. Había sido un verdadero fiasco poner mis dudas en manos de algo tan espiritual y poco confiable.
- Solo quería saber sobre mi proyecto Bia, nada más y ni siquiera lo mencionó. - le explicaba, descruzando mis piernas, indicando a Lorenzo que se detuviera en un café que teníamos a la derecha.
Bajamos del coche, y caminamos juntas hasta el sitio. Escogí una mesa que diera a la calle, a ver si mirando el mundo avanzar, conseguía dejar de sentir está presión en mi pecho.
- ¿Salimos esta noche? - mi té helado había conseguido relajarme algo y ella, toda morena y con sus ojos casi tan azules como los míos, estaba ataviada en su brownie de chocolate, para variar. Era fanática a esos dulces.
- Pero en autos separados Bia, luego tengo que sufrirte en el viaje de regreso - dije, bebiendo mi té, ese último sorbo que sabe a final.
- Tía, de verdad... Que sosa eres a veces...
No pude evitar reírme. Éramos primas, pero muy unidas, casi hermanas y nos conocíamos tanto, que podía verla venir desde lejos.
Nuestra familia era en exceso grande. Mis abuelos habían tenido cinco hijos y cada uno de ellos, tenía al menos dos hijos. Yo era sola, porque mi mellizo murió de bebé... muerte súbita.
En fin, que todos éramos demasiados.
Cuando mi abuela murió, mi abuelo exigió que nadie se fuera de la propiedad. No quería a la familia separada.
Sin embargo, el hecho de vivir en el mismo sitio, no es necesariamente sinónimo de unión familiar. Tiende a ser todo lo contrario.
Total, que todos vivíamos en una enorme villa. Cada cual en sus bungalows, pero era una propiedad conjunta de la familia Morrison.
Yo tenía mi casa sola, hacía dos años había dejado la de mis padres y había montado mi propio negocio de bienes raíces, cosa que no terminaba de crecer, como yo quería. Sentía que el mundo conspiraba en mi contra y que nada salía tan bien como quería o trabajaba por lograrlo. Eran como resultados a medias o proyectos inconclusos por fuerzas del universo, prefería pensar para no sentirme una fracasada.
Justo por eso, me interesaba la opinión de una futurista, para saber si era en vano mi esfuerzo. Yo quería hacer mi propia fortuna, lejos de la riqueza de mi apellido. Era tan incómodo vivir a expensas de las carteras de otros. Me hacía sentir una oportunista. Alguien que tenía ciertas ventajas porque vivía de prestado en otra billetera. Eso me reportaba una independencia a medias.
Entre Bianca y yo, habíamos decidido hacía mucho, montar un negocio, sin que nadie lo supiera.
Ella compró un Palacete y se dedica a preparar bodas y bautizos, mientras yo, tengo mi empresa en ascenso, pero no logramos despegar del todo, ninguna de las dos.
- Esta noche - decía Bia - tu y yo, sexys en una fiesta privada, ya tengo invitaciones - que intensa era. Por no decir agotadora.
Ya había localizado un bochinche en algún lado y me tenía incluída.
- Pero en autos separados - yo insistí, mientras regresábamos a casa y ella resoplaba por mi tozudes.
No me apetecía nada salir, pero tampoco iba a negarme un poco de marcha. Quedarme en casa significaría, helado y más vueltas a mi cabeza, acerca del misterioso futuro.
En la propiedad estaban casi todos de viaje.
Unas inversiones del abuelo habían dado ciertos frutos y mis padres, mis tíos los papás de Bianca y mis primos, Caleb y Zach, también habían viajado para gestionar esa parte de la fortuna.
Solo mis tíos, los que menos soportaba y mi primo Owen, estaban en casa. No es que fueran malos, pero eran menos empáticos y más ambiciosos y eso, lo detestaba. Además del hecho de ser, los causantes de que mi tía Salime no estuviera nunca en la propiedad. Era la única divorciada de la familia y por celos entre mi tía Karla y ella, por el tío Manu, ella pasaba más tiempo en París con su hijo Coleen, que aquí con nosotros. Era mi tía favorita y mi primo adorado, pero nunca los veía. Yo no era muy de viajar y ellos preferían estar por allá.
- ¿Dónde van mis niñas? - preguntó él abuelo, nada más sentarnos a cenar.
- Vamos buscando guerra abuelo - dijo Bianca divertida y el nos sonrió extraño.
- Cuidense mucho entre las dos. Nunca dejen de apoyarse - ni siquiera protestó por los comentarios de mis tíos, que tanta mala idea le ponían a todo.
Había que comer todos juntos. Mis abuelos así lo habían dispuesto siempre y aunque podía ser un poco pesado para muchos, era el único momento en que todos compartían con el abuelo.
Dos horas después, y varios mojitos incluidos, yo estaba haciendo nada, en la bendita fiesta a la que Bianca me había arrastrado. Sinceramente, estaba arrepentida.
Solo me bastó, buscar con la vista a mi prima, para verla subir hacia una de las habitaciones, con Marcos, su amor prohibido. Un tío a punto de casarse y del que ella, no terminaba de librarse. No tenían remedio ninguno.
Como si eso fuera poco para desanimarme, veo a lo lejos a mi ex, que venía hacia mí, con cara de pocos amigos y esa fue mi señal.
Salí de allí y no me eché a correr de milagro.
Él era demasiado posesivo y esa, había sido la razón de nuestra ruptura y de todos nuestros problemas. Aún después de meses de no estar juntos, dónde quiera que me veía, me montaba una escena de celos y era agotador. Podía llegar a ponerse violento, aunque nunca me maltrató físicamente, alguna que otra vez se le fue la olla y tuvimos movidas épicas.
Hoy no era la noche para lidiar con Allan.
Cuando me subí al auto y le indiqué a Lorenzo que me llevara a casa, noté que no tenía mi móvil. Lo había dejado en el bolso de Bia, no quise traer nada que tuviera que cargar y ahora no tenía cómo avisarle que me había ido.
Le pedí a mi chófer que llamara al suyo y le informara a mi prima y luego de eso, nos fuimos a casa.
Me dormí en el trayecto, estaba agotada, bebida y me sentí de pronto tan relajada en el interior del coche que me dejé llevar por Morfeo, aunque fuese poco tiempo.
Cuando me despertó Lorenzo para que bajara, estábamos en la rampa de mi zona de la villa y mirando hacia mi casa, noté todo demasiado oscuro en mi bungalow.
Quizá era la somnolencia.
Tuve que dar la vuelta hasta la parte de atrás para entrar por la puerta de mi piscina, pues no tenía llaves y aunque en la entrada los de seguridad podían abrirme no iba a ir hasta allá.
La puerta de la piscina siempre estaba abierta.
Solo necesitaba acostarme. Estaba esperando que este día, acabara ya.
Al dar la vuelta, noto, que mi piscina está a oscuras. Siempre dejaba las bolas del suelo encendidas. Fuí hasta donde se enciende la luz y tropecé con algo, que me hizo perder el equilibrio y caer.
De pronto, sentí algo húmedo en mis manos y viscoso. Las luces se encendieron finalmente, no supe cómo y alumbraron todo, mis gritos hicieron eco en la propiedad y mi peor y primera profesía se hacía realidad...
Estaba sobre el cadáver de mi abuelo y con las manos llenas de su sangre.
Los guardias de la propiedad, que momentos antes no habían aparecido, los mismos que tampoco habían estado al tanto de la oscuridad en mi bungalow, vinieron como en manada y me levantaron del suelo. Cuatro de ellos, aunque solo dos me sostuvieron, los otros miraban horrorizados la escena.
Yo temblaba, lloraba y me convulsionaba sobre Roman, el guardia de mi abuelo, el más cercano conmigo. Ya tenía sus años pero seguía siendo protector.
El acariciaba mi espalda con cariño y evitaba que yo siguiera viendo, como la sangre coloreaba el suelo de mi piscina, en el que yacía mi adorado abuelo, ahora muerto. Él era el guardia de mayor confianza para todos. Y después estaban los demás. Unos mejores que otros.
Todos cumplían un rol que yo ignoraba.
De un momento a otro, cada uno tomó una conducta distinta y así, repartían el trabajo que tenían de imprevisto.
Unos llamaban una absurda ambulancia, que ya no tenía sentido alguno, pues al abuelo no vivía. Otros a la policía y Roman cuidaba de mí.
No supe cuando ni cómo. Solo sé, que minutos después, me ví en el salón de la casa principal siendo interogada por la policía, que aseguraba que mi abuelo, había sido asfixiado con alguna cuerda que no habían encontrado. Las huellas que allí debían estar, no podían ser identificadas, pues el arma homicida no aparecía.
La sangre en mis manos y en mi ropa, se veía sospechoso según ellos y ya les había explicado, que me tropecé y caí sobre mi abuelo.
Me parecía casi una falta de respeto, que sugirieran algo así, ignorando el dolor que me quemaba por dentro.
Mis tíos Manu y Karla, habían aparecido después y la tía no podía dejar de llorar... Su padre había muerto.
Su marido la consolaba, sentados en el sofá más apartado de la sala y aparte de ellos, nadie más, había aparecido.
Por más que llamaron a Bianca, no respondió. Hacía tiempo ya, había borrado el contacto de Marcos, por lo que no podía usarlo a él para dar con ella. Tocaba esperar.
La llamada con mis padres fue dolorosa. No podía hablar casi y mi papá estaba destruido por la situación del abuelo y por lo peligroso que podía ser todo. Incluso preocupado por mi seguridad y la de mi bungalow.
Alguien había entrado en una propiedad tan custodiada y matado a sangre fría a mi abuelo.
Habían cortado la luz de mi casa y burlado los guardias de la propiedad, incluso lo perros habían sido controlados de alguna manera, pues estaban sueltos y ni siquiera habían ladrado.
¿Cómo había sido posible eso?...
Pues con bastante tiempo de por medio.
Eso era algo, que descubriríamos después.
No habían querido llevar la contraria a mi abuelo y supuestamente, mi tío Manu, se ocupó de todo el tema de cremación y velatorio de las cenizas del abuelo. Justo como él lo dejó ordenado. No sabía en qué documentos. Pero no podía ni quería saber esos detalles ahora. No era el momento y luego no tendría ninguna lógica. Ya estaba hecho.
Éramos una familia demasiado conocida y aunque tratábamos de evitar a la prensa, en un caso como este, se hizo difícil. Se nos llenó la calle de reporteros.
Mi vestido negro, mis botas grises y mis espejuelos de sol, grandes y oscuros, definían mi tristeza y mi luto. El dolor no podía verse, pero mi expresión corporal lo dibujaba bastante bien.
Decidieron hacer la ceremonia en uno de los jardines traseros de la casa y allí estaba yo... Sentada en la primera fila, sin poder dejar de ver las dos gigantografías de mi abuelo, que acompañaban la base alta de madera oscura, dónde roposaba la urna con las cenizas.
Verlo reducido a aquel polvo me partía el alma.
Horas después, muchas hipócritas condolencias mas tarde y con una desolación incontrolable, subí al podio improvisado para despedir a mi abuelo y como pude, expresé toda mi admiración por aquel ser que tanto amé y que tanto me quiso.
Ese fue, el final de una era, me atrevo a decir... Lo que vino después de eso, fue mucho más que lágrimas.
Cuando alguien tan querido muere, esperas que el dolor te acompañe un tiempo, hasta que aprendas a lidiar con él.
En mi familia no había sido así.
Todos una vez que se cerraron las puertas de la propiedad, la prensa se retiró y el abuelo fue llevado hacia el cementerio a descansar al lado de la abuela, hicieron punto y aparte y salvo mi padre y la tía Salime que había llegado de París con urgencia y se veía devastada, el resto continuó como siempre. No sé cómo lo hicieron; pero lo lograron.
Habían pasado dos días ya.
Ni me quitaba la bata de dormir, porque no salía de mi casa, de mi cama y de mi pena.
Solo Coolen, mi primo amado, pasaba sus horas conmigo. El estaba menos afectado, pero me acompañó en mi dolor. Pasábamos horas hablando del abuelo o recordando la infancia que nos dió y eso, me hacía sentir que seguía cerca. Los recuerdos son vivencias a cualquier instancia y están disponibles en cualquier momento que los quieras volver a vivir.
- Tenemos que ir a la casa principal Sammy, van a leer el testamento y el notario llega en dos horas con la desición del abuelo - mi primo, me revolvía en el colchón para que me levantara.
- No quiero, ve tú y me cuentas - dije, desde abajo de mi almohada. Tapando mi cuerpo con capas de seda roja, ocultando mi hastío por la situación.
- Sabes que eso no es posible. ¡Venga!...
Fue tanta su motivación, y tanta la molesta insistencia, que al final claudiqué.
El sabía ser persuasivo.
Me metí a la ducha, aseé mi cuerpo y lavé incluso mi pelo rubio cenizo. Hasta mi cabello se veía apagado y triste. Toda yo era un reflejo de mi dolor.
Tomamos un café en mi cocina y cuando estuve lista, otra vez de negro y con el pelo seco y recogido y mis ojos azules menos rojos por el logrado control del llanto, nos fuimos a la casa principal, a leer el maldito testamento.
- Hola familia - dijo Coolen con su característico buen carácter y entramos siendo saludados por todos. Yo no dije nada, no tenía el ánimo y tampoco consideré que fuera necesario.
Como éramos tantos, no cabíamos en el despacho. Habían sacado una mesa para el salón y todos nos acomodamos esperando a que leyeran el dichoso testamento.
No podría contaros como fue todo aquello. Aunque quisiera no podría, porque fue tan grande lo que sucedió allí, que solo puedo decir, que el dinero es algo, que controla los sentimientos. Que motiva los pecados capitales y corrompe las almas más limpias. El dinero es algo tan tóxico, que ni siquiera vemos cuán intoxicados estamos, hasta que se nos tranca la glotis y morimos de asfixia... Metafóricamente hablando, claro está.
Cuando se trata de dinero, la humanidad desaparece o merma bastante. Las personas olvidan que son familia o seres queridos y empieza la lucha por el poder.
Increíblemente, mi abuelo había destinado toda su fortuna, que era muchísima, solamente a mí.
Todas y cada una de las propiedades, me pertenecían y nadie podía mover un dedo sin mi consentimiento. Estaba en shock.
- ¿Perdón? - aquella expresión salió de mi boca, y más de uno me miró con recelo y envidia - eso no puede ser. Lea bien, tiene que haber algún error.
- Su abuelo cambio su testamento hace dos meses, señorita y este es el que está validado y el que es efectivo ahora mismo. Usted es la heredera universal de todo el patrimonio Morrison - confirmó el notario y no supe ni como reaccionar.
Todas las miradas sobre mí. Todo el odio reflejado en rostros envidiosos, innecesariamente, me veían a mí. Nadie, ni siquiera yo, entendía como podía haber hecho algo así el abuelo. Estábamos poderosamente asombrados.
- Pues la rechazo. No quiero nada. ¿Quien es el siguiente heredero?
Aquella pregunta llevó al caos total.
Todos empezaron a discutir, sin ningún cuidado.
Muchos me acusaban de mosquita muerta. Mis padres me defendían como fieras. Otros estaban descolocados y exigían una explicación.
Bianca y Coolen, afirmaban que tenía que recibir la herencia, que era lo que dispuso el abuelo y no podía negarme. Todos habían armado una escandalosa situación, de la que solo salimos, cuando un intruso, ajeno a la familia, dió los buenos días.
Rubio, de traje oscuro, gafas negras, boca sexy. Ojos oscuros y penetrantes. Manos viriles y labios carnosos. Todo un misterio y potente aspecto, acompañaba al rubio que dejando las manos dentro de sus bolsillos, se acercó al notario y le dió la mano. A modo de saludo.
- Soy Aarón Stanley, albacea y heredero universal del señor Edmund Morrison...
Aquello ya fue, lo que casi nos provoca un infarto masivo y en colectivo.
Ni siquiera pudimos salir de aquel estado, cuando el notario prosiguió...
- Por orden testamentaria, todo este patrimonio será manejado, solamente por los señores Aarón Stanley y mi nieta Samantha Morrison, después de contraer nupcias y bajo el apellido Morrison, que el señor Aarón aceptará adoptar. Deberan casarse a las setenta y dos horas de mi muerte y desde ahí, gobernar el imperio Morrison. De no estar de acuerdo, todo será donado al gobierno y deberan abandonar las propiedades hoy mismo - estaba a punto de gritar y el siguió - el señor Edmund dijo lo siguiente... « No tengo porque explicar lo que he hecho con mi fortuna, pero espero que un día entiendan mi postura. Confía en mí, Sammy»
Aquellas fueron las palabras que cerraron el testamento de mi abuelo.
Silencio total. Nadie decía nada y todos se miraban entre sí.
Bien podía largarme y alquilar un estudio para vivir y seguir con mi negocio, pequeño pero mío, al margen de mi familia y toda esta locura,¿Pero qué clase de persona sería si hiciera eso?
Mi abuelo siempre fue alguien sensato y no creo,que hubiese hecho algo así, de la nada.
Sus últimas palabras me convencieron. Aquel, confía en mí Sammy, me hizo suya.
A partir de aquel momento, dejé de ser mía, para pertenecerle a otro. Eso sería algo, que descubriría mucho, mucho tiempo después.
- ¡Supongo que tenemos que asistir a una boda!
Todos me miraron cuando me levanté y dije aquellas palabras y Bianca sonreía, supongo que por ser quien organizaría todo o por el tremendo rubio, que se acercó a mí y tomándome una mano, besó mis nudillos y dijo...
- Sí...quiero.
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