Señales del destino
a de reaccionar, de mi parte, ante la nota. Aseguraban que estaba molesta por su libertad y que, esta, era mi forma d
que el imbécil es un violador y aun así ponen en duda lo que decimos. Me equivo
a de librarse de la tensión del momento. De igual manera yo estaba insultada. ¿Por qué los guardianes de la ley preferían brindarle el beneficio de la duda a un ser tan maq
abrir los ojos por el asombro agregó – no pienso correr riesgos. Él sabe dónde vives, por es
alquier oportunidad para cumplir su supuesta venganza. ¿Por qué no podía deshacerme de ese angustiante pasado? ¿Cuándo me libraría
riste y embarazoso. Era difícil alejarse de mi hogar y asumir, al menos, con un poco de cordura, el acoso del hombre que tanto daño me había hecho. Miré por la ventanilla, tratando de distraer los pensamientos que se agolpaban, sin juicio, en mi mente y, poco a poco,
brusquedad. Percibí que estaba completamente vestida, solo me habían quitado los zapatos, garantizando una mayor comodidad para el descanso. Me incorporé descalza y recorrí el camino que me separaba de la puerta. Intenté forzar mi mente, pero solo destellos, de los acontecimientos de las últimas hora
igí a ella. En la medida en que caminaba, el sonido suave, de dos voces diferentes, lograba escucharse cada vez más claro. Pude reconocer a los dueños de ambas y mi cuerpo se r
esper
ista hacia mis manos tratando de encontrar la calma. No estaba acostumbrada a la amabilidad de las personas y Amara, desde el primer momento, s
té, al rubio, mientras su
rgada de molestia, preocupación y de aquell
studiar co
ema familiar. Comí en silencio, sintiendo la mirada del chico detallando mis movimientos. Degusté una variedad exquisita de pl
atillos, se ve que usted es una excelente coc
ería tratarme con la debida consideración. Me senté, ociosa, en el sillón negro de la sala de televisión, a escuchar la suave melodía que invadía el am
ó? – pregun
on Isabel... la golpearon para sacarle tu paradero. No
rdad? – pregu
les. ¡Pobre Isabel! Pagó un alto precio por su lealtad. En medio de mi dolor percibí que estaba perdida, esconderme no era la solución acertada, pues pondría en peligro a las personas que realmente me importaban