La Hermandad Del Arcangel
gente era, invariablemente, quedarse boquiabierta. Luego preguntaban: «¿Vas
que se había inventado ese cuento, allá por el siglo XV, para exterminarlo a él. Aunque lo más probable era que los vampiros ya se hubier
nsas, pero, de acuerdo con su tarjeta del Gremio, tenía «Licencia para Cazar Vampiros y Otros Varios», lo que la convertía en una cazadora de vampiros con los beneficios correspond
jón del Bronx; era una mujer demasiado alta, de pelo rubio casi blanco y ojos de un gris plateado. Lo del pelo era un incordio. Según Raimon, un amigo suyo (aunque no siempre),
el presentimiento de que eso solo intensificaría el hedor del «ambiente» de aquel húmedo y os
gitó detr
e de que el animal era lo que parecía, volvió a concentrarse en la acera mientras se preguntaba si sus ojos tendrían un aspecto tan raro como
uró mientras estiraba la mano
ias a lo estúpido que era. El tipo no tenía ni idea de lo que hacía,
cer aquella pregunta. No, no tenía remordimientos. Como no los tenía Raimon. Los vampiros elegían aquella esclavitud (que tenía una duración de cien años) en el instante en que le pedían a un ángel que los Convirtiera en seres
o de luz e
in
e lo que debía hacer. A pesar de la distancia que los separaba, Francelys pudo oler el sudor que se acumulaba bajo sus axilas. Su condición vampírica no había ev
o imb
suavidad sobre sus hombros, extraño y brillante. No suponía un riesgo. Aquella noche no. Tal vez fuera famosa entre los lugareños, pero
nes f
siquiera estaba transformado por completo: los colmillos que había enseñado al abrir la boca por la sorpresa apenas eran dientes de
Francelys sabía lo que él veía: una mujer sola, con el cabello rubio platino típico de las tontitas, atavia
n y estúpido, la im
e metió la mano en el bols
clinó hacia delante y se llevó la m
umberto está muy d
da pronunciada con voz ronca. Se le pusieron los ojos rojos, pero en lugar de gritar, se quedó call
a el miedo pint
llo era inaceptable. Los ángeles protegían a sus sirvientes, pero incluso ellos tenían sus límites: el señor Humberto
ello, que supiera que estaba dispuesta a hacerle daño. Su rostro perdi
gue